¿Alguna vez te has preguntado por qué ciertos defensores del pedagogismo tiemblan ante la sola mención de los docentes de aula de etapas obligatorias? Pues hoy, otro día más de insomnio que, por desgracia, lastra gran parte de mi vida, voy a intentar desenmascarar esta farsa educativa que se cocina en las redes sociales y su entramado mediático. Y además voy a hablar del miedo que siente el pedagogismo hacia los verdaderos héroes de la educación, los docentes de aula. Eso sin entrar al odio a al alumnado porque, curiosamente, su único interés es el que ese alumnado tenga cada vez menos posibilidades de poder aprender. Y sí, sé que hay determinados pedagogistas que están en aulas de etapas obligatorias pero, por lo visto, están más preocupados de hablar mal de todos sus compañeros de profesión, salvo su pequeño grupo de acólitos, que de hacer algo por ese alumnado al que, supuestamente, deberían enseñar cosas.
Imaginaos por un momento a esos gurús del pedagogismo, con sus palabras rimbombantes parecidas a almendros faltos de horas de frío. No saben qué hacer cuando un docente de verdad les enfrenta con la cruda realidad del día a día en las aulas. Es que enfrentarse a un aula llena de alumnos, en etapas obligatorias y con una cantidad ingente de alumnado, con sus necesidades y desafíos, es muy distinto a lanzar soflamas en las redes sociales desde la comodidad del sofá. Esa es la verdadera prueba de fuego, y no cualquier conferencia repleta de palabras bonitas pero vacías de contenido.
Los defensores del pedagogismo tienen una capacidad envidiable para hablar mucho y decir poco. Sus discursos están repletos de jerga técnica, teorías modernas y conceptos innovadores, pero cuando llega la hora de la verdad, sus soluciones resultan ser humo. Y es que, detrás de esa fachada de grandes teóricos, se esconde un miedo atroz: el miedo a ser descubiertos, a que los docentes de aula dejen en evidencia la falta de sustancia real en sus planteamientos.
Estos personajes, con su retórica enrevesada y su constante afán por parecer innovadores, han cruzado todas las líneas rojas. Sus intereses, aunque intenten disfrazarlos de educativos, están más relacionados con el control del relato y con intereses personales que con una verdadera mejora de la educación. Vamos, que su pedagogismo no tiene nada de pedagógico.
¿Y qué hacen cuando alguien les señala su discurso vacío y les acusa de estar más interesados en controlar el discurso que en mejorar la educación? Pues atacan. Atacan a las evidencias científicas que no se ajustan a su narrativa y a todas las familias que no piensan como ellos. Para ellos, las evidencias solo son válidas si sirven para respaldar sus postulados. Si no, simplemente las desacreditan o las ignoran. Y lo mismo ocurre con las familias. Aquellas, mayoría, que cuestionan sus métodos y planteamientos son tildadas de ignorantes, retrógradas o, peor aún, de estar en contra del progreso.
¿Qué buscan realmente estos personajes? Controlar el discurso, crear seguidores fieles que repitan sus mantras sin cuestionar nada y, de paso, posicionarse como los salvadores de la educación. Una educación que, desde su trinchera virtual, parece estar siempre en crisis y necesitada de sus revolucionarias ideas. Pero lo que en realidad hacen es desviar la atención de los verdaderos problemas y soluciones. Es que, como ya sabemos, dato mata relato.
No necesito poner en el artículo de hoy ejemplos de estos adalides del pedagogismo para que sepáis de qué hablo. Ellos mismos se delatan con su constante necesidad de aprobación y sus intentos desesperados por mantener una imagen de autoridad y conocimiento. Pero, a diferencia de ellos, yo no voy a caer en el juego de señalar con el dedo. Porque todos sabemos quiénes son y qué buscan. Además, señalar, aunque a ellos les guste, no tiene ningún sentido para quienes queremos mejorar la educación.
El pedagogismo, como he dicho antes, le teme a los docentes de aula porque estos últimos representan la verdadera esencia de la educación: el compromiso, la dedicación y el conocimiento práctico. Y mientras los defensores del pedagogismo sigan en su burbuja, los docentes de verdad seguirán haciendo lo que mejor saben hacer: educar y formar a las nuevas generaciones, sin necesidad de grandes discursos ni falsas promesas.
Esos docentes de trinchera, que día tras día se enfrentan a las dificultades propias del aula, conocen de primera mano lo que realmente funciona y lo que no. Saben cómo adaptar sus métodos a las necesidades de cada alumno, cómo motivar a aquellos que se sienten desanimados y cómo desafiar a los que necesitan un reto mayor. Ellos son los verdaderos agentes del cambio en la educación, no los teóricos del pedagogismo que desde su trono de palabras vacías buscan imponer su visión. E insisto, da igual que den clase. Siempre han buscado la excusa, en caso de darla, para que sus aulas les sirvan para promocionarse, vender su último libro o, simplemente, ser llamados para evangelizar.
Así que, la próxima vez que escuchéis a uno de estos defensores del pedagogismo pontificar sobre la educación, preguntaos: ¿realmente conocen las aulas? ¿Han pisado alguna vez una clase llena de alumnos sin filtrar? Porque, en la educación, la teoría sin práctica es como un barco sin timón: no lleva a ninguna parte. Y los docentes de aula, esos héroes anónimos, seguirán navegando contra viento y marea, sin necesidad de la aprobación de los que solo buscan controlar el relato.
El miedo del pedagogismo es un miedo bien fundado, porque saben que su discurso se desmorona ante la realidad de las aulas. Y es ahí, en el día a día, por suerte al margen de ese posicionamiento pedagogista, es donde se encuentra la verdadera esencia de la educación.
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Jordi. No encuentro errores en tu lógica. Soy docente en Colombia, y es así, se escuchan voces que te dicen que todo lo que haces está mal.
Un paso adelante…menciona nombres, con nombre propi, de «pedagogistas». Esperaré ese post.
Saludos, colega.
No tiene ningún sentido el mencionar nombres porque, al fin y al cabo, los nombres es lo de menos.