Ayer patiné. Di una mayor importancia de la que tiene a un artículo publicado en un determinado medio de comunicación. Incluso escribí un post con muy mala leche, replicando la basura que algunos firmaron en el mismo. Dando un valor a algo que no tiene ninguno. La verdad es que cuatro personajes impresentables, tanto a nivel profesional (por conocer la trayectoria de muchos de ellos) como personal, no deberían haberme hecho perder ni un minuto de mi tiempo.

Además, ayer se dio la circunstancia de haber perdido una batalla en mi centro educativo contra un punto de acceso y haber tenido un almuerzo interruptus. Sí, en ocasiones hay cosas que no salen a la primera en mi trabajo. Ni a mí, ni a ninguno de mis maravillosos compañeros. Porque, ¿sabéis qué? La realidad educativa no está en las redes sociales. Ni tampoco en los gurús que algunos encumbran porque dicen lo que ellos quieren oír. La realidad, aunque a algunos les cause alergia el reconocerlo y estén obligados, para seguir vendiendo ciertas cosas, a obviarla, es la que sucede con el alumnado, en las aulas y en los centros educativos. También, claro está, en todas esas actividades extraescolares en las que el profesorado dedica horas para planificar. Es que, con lo fácil que sería publicar un tuit, hacer una publicación en Facebook, subir una foto a Instagram o hacer un vídeo de TikTok, hay profesionales que se lo curran sin hacer nada de lo anterior. Y son la inmensa mayoría.

El (falso) poder que tienen determinados personajes es el que les damos. Una secta solo tiene valor si hay personas que se apuntan a la misma. Si uno crea una secta y solo van los cuatro aprovechategui o zumbados de siempre (que antes iban puestos de todo y ahora van de charlatanería educativa barata), la secta acaba implosionando. Eso sería lo lógico. Lo que pasa es que hay gente muy aburrida. O con mucho tiempo libre. O muchas migajas a repartir de pasteles que, como siempre, se reparten las mejores partes los que blanquean a determinados «gurús», «influencers» o «lamedores de ojetes». Es que os prometo que solo hace falta leer algunos currículums o conocer qué hacen o hacían en sus centros educativos. Pero bueno, podéis ahorráoslo. Mejor que miréis qué hacen vuestros compañeros más cercanos.

He llegado a un momento zen en mi vida, tanto personal como profesional. Estoy cansado de agitadores interesados, caníbales que disimulan diciendo que los caníbales son otros, gente que quiere trepar o, algunos que quieren sacarse un sobresueldo figurando en un contexto en el que no hay ningún tipo de afección real sobre la educación. Son unos mindundis. Mindundis a los que casi nadie, salvo los del grupillo, conoce.

Haced la prueba. Preguntad por todos los que firmaron el artículo, mal redactado, plagado de faltas de ortografía y digno de la Inquisición de ayer, en vuestros centros educativos. En el mío, curiosamente, cuando he hecho la prueba, nadie sabe quiénes eran. Por tanto, ¿por qué dar valor a algunos que no pintan nada? Y esos personajes no pintan nada. Quieren pintar algo, pero no pintan. Eso les enfurece. Por eso cada cierto tiempo deben ir dando bandazos y buscando enemigos inexistentes. Es lo que tiene la necesidad de visibilidad.

Repito: ayer cometí un error. No pasa nada. Hoy voy a intentar enmendarlo en mi clase y en mi centro. Bueno, la verdad es que no tengo nada que enmendar. Simplemente llamé a la mierda por su nombre. Estoy muy mayor para cambiar el lenguaje. Y me lo paso bien escribiendo aunque, en ocasiones, por prisas o por falta de meditación, acabe cayendo en determinadas trampas muy bien orquestadas.

Por suerte, tal y como observé ayer desde la distancia de la red social del pajarito, la gente es muy inteligente y sabe cuándo no responder a determinada bazofia. Otros estamos en ello. Eso sí, como siempre digo, lo importante en educación es el alumnado, las aulas y los centros educativos. Sin olvidarnos, claro está, de las familias y del contexto social. Algo que algunos abogamos por cambiar. Con muy poca fortuna, viendo los resultados. Pero seguiremos intentándolo.

Un abrazo a mis compañeros de centro. También a los compañeros con los que he coincidido en otros centros educativos. Sí, a todos aquellos que me han soportado a lo largo de mi trayectoria profesional. No me olvido de los que tuve esos años de barbecho en la zona más gris de la administración. Sé que es difícil, pero en el fondo soy buena persona. Y no creo que del todo mal profesional, aunque me quede mucho por aprender.

Mi vida es demasiado importante para perder el tiempo con determinados personajes. Ir tachando de la lista de personas para tomar café es sano e imprescindible porque, al final, el tiempo dedicado al café con determinadas personas es tiempo que detraes para poder tomarlo con quienes realmente se lo merecen.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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