Cuando una determinada visión educativa coincide con la que hubo tras “los paseíllos” de la Guerra Civil, la ideología de los davidianos y la precuela de la Noche de los Cristales Rotos, cualquier persona de bien, especialmente si se dedica o tiene interés en la educación, debe intuir que algo hiede mal. Cuando alguien quiere solo meter mano a la educación para intereses políticos (“los suyos”) y eliminar de la ecuación a quienes no piensen como ellos, atacando cualquier postura que difiera de la de la manada, se legitima la violación en grupo. Violación entendida en el sentido más amplio de la palabra.
En el ámbito educativo proliferan los nazis con purpurina. Aquellos que van de purpurados, que siempre se sienten ofendidos y, como único recurso, desde sus cuotas de poder que le dan determinadas organizaciones y fundaciones, con el apoyo de un grupo de palmeros de encefalograma plano, les queda la llamada a la eliminación de todos los que piensen diferente de ellos. Es lo que tiene el totalitarismo educativo. Totalitarismo que algunos practican y alientan, tanto en las redes sociales, como en los lugares en los que trabajan. Son los defensores del relato único. Son los defensores de “su” relato como único.
Son una pléyade de elitistas de manual. De malas personas. De esos con los que uno no puede juntarse nunca sin tener claro que, para trepar, van a ser capaces de apuñalar en la espalda a cualquiera. Incluso a su madre. Son así. No pueden evitarlo. Es superior a sus fuerzas. Son el lado oscuro de la educación. El lado de la purpurina, de las tazas misterwonderfulianas y de las teorías pedagógicas que solo tienen validez para sacar pasta en las charlas que les dejan hacer los suyos.
Cuando alguien taxonomiza a Marx como fascista tiene un problema. Cuando alguien habla de derechas e izquierdas en educación, pidiendo que se penalice a los que no piensan como ellos, tiene un nombre. Cuando, en definitiva, algunos ridiculizan, tanto a especialistas de Secundaria como a maestros de etapas inferiores, diciendo que son incapaces de ver qué tienen en sus aulas, aparecen las hienas tras muchos post-its de colorines.
Existe un discurso muy peligroso en educación. El de los nazis con purpurina. El de algunos que no toleran que nadie piense diferente de ellos. El de los que hablan de moral y son totalmente amorales. El de los que insultan como rutina. El de los que intentan girar el discurso para sentirse siempre las víctimas. Son sectarios, vengativos y malas personas.
No entiendo la necesidad de algunos de buscar enemigos. Quizás es que, al no tenerlos, toca inventárselos. Y dotarlos, claro está, de las peores cualidades posibles no vaya a ser que alguien descubra el trampantojo.
Algunos no necesitamos de terceros para ejercer de mamporreros. Quizás es que, o bien no tenemos esa necesidad o, a lo mejor, es que nos importa nuestro alumnado y tenemos cosas más importantes que hacer. Quién sabe.
Dedico este post a todos los docentes de bien que están en las aulas. Que son, por cierto, la inmensa mayoría. Los de los discursos del matonismo educativo, simplemente, idos a la mierda.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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