No hay ninguna decisión, que pueda tomarse (no solo) en una profesión, que pueda ser enmarcada dentro de la neutralidad. Los docentes, al igual que el resto de profesionales, nos posicionamos en un sentido u otro al decidir usar una determinada metodología con nuestros alumnos o, simplemente, tomar partido a favor de una determinada persona, partido político u organización educativa. La verdad es que, el simple hecho de afiliarte a un determinado sindicato docente o no hacerlo, ya es parte de la falta de neutralidad que, como profesionales, tenemos. No son solo decisiones ideológicas, Son decisiones que dicen mucho de la manera de ser de uno o de las ganas que tenga de “complicarse” la vida.
Un docente puede optar por permanecer al margen de todo lo que sucede en su centro o de las decisiones educativas que se tomen por parte de su administración, pero tengamos en cuenta que eso también es posicionarse. Posicionarse en el pasotismo profesional. Algo que es decisión personal de cada uno pero que, sinceramente, aporta bien poco a la mejora educativa o a la supuesta profesionalidad. Al final de tanto querer pasar desapercibido, uno se convierte en poco menos que un esperpento educativo que, ni aporta nada al procomún, ni tiene un mayor sentido su profesión que la de ir acumulando años para poderse jubilar de la misma forma anodina en la que ha pasado su vida profesional.
Tomar decisiones es algo importante. Da igual si uno se equivoca. Lo importante es saber qué decisiones toma uno y las afecciones que va a tener la misma en su trabajo. Quizás no le entre a alguno en la mollera que apoyar a determinadas organizaciones o fundaciones educativas es avalar las políticas educativas que postula su matriz, pero con su apoyo están validando la irrupción de esas multinacionales en el sector educativo. No es malo. Es una decisión que, libremente, han tomado algunos. Si los Claustros votan libremente y se les supone formados por personas críticas, allá cada cual con sus decisiones. Eso sí, después que uno no vaya llorando desconsoladamente por las esquinas cuando vea que le echan del trabajo por no ser totalmente puro en su defensa del exclusivo club. O porque ha votado algo que va en contra de la calidad de la educación que va a ofrecerse en el futuro al alumnado. Que la toma de decisiones tiene sus consecuencias. Incluso la no toma de las mismas.
Pretender neutralidad en una profesión es como exigir que, a la hora de ir paseando, uno no tome la decisión de cruzar o no la calle para ir por una determinada acera. Más aún cuando la propia profesión -en este caso la docente- exige, de forma prácticamente atemporal y continua, que uno decida qué hacer en sus aulas, qué materiales utilizar con sus alumnos, mandar o no deberes y, cómo no, de qué manera se decide evaluar a los alumnos. La libertad profesional tiene muchas ventajas, pero tiene una parte de responsabilidad intrínseca. La necesidad de tomar decisiones que nunca van a ser neutras. Así pues, que cada uno se posicione pero, por favor, que asuma ese posicionamiento porque, lo de ir dando bandazos buscando dónde se va a beneficiar más de las rachas de viento, es ser de muy mal profesional. Bueno, cambiaría lo de ser muy mal profesional por ser un auténtico… (se puede poner lo que uno quiera).
La neutralidad no existe en docencia y, quien diga lo contrario, no tiene ni idea de esta profesión. Por cierto, en este blog y en el aula me posiciono a diario. Posicionamiento que no excluye poder, en función de ver que me había posicionado erróneamente, poder rectificar el mismo.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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