Estos días mi correo electrónico está, por desgracia como los últimos septiembres, saturado de cuestiones laborales de mi centro, propuestas variopintas para «que promocione o haga no sé qué» y, cómo no podría ser de otra manera, con algún correo que otro de diferentes trols de los que pensaba que, habiéndome largado por patas de Twitter (¡ahora solo publico ahí mis posts y no tengo ningún tipo de feedback, salvo por DM!) que me acusan de la muerte de Manolete.
Hay un trol que me cuestiona en un mail que esté vendiendo -y no regalando- mi último libro en Amazon. Que, siendo tan crítico con determinadas organizaciones y fundaciones que han aterrizado en educación, vaya y ahora venda mi libro en el mercado global que, como me dice, está destrozando a todas las pequeñas librerías. Y que, al final, todo lo que escribo y digo está marcado por mi necesidad de hacer dinero. Que soy como los demás a los que tanto critico. En definitiva, que soy lo peor porque vivo de criticar a los demás cuando estoy haciendo lo mismo que ellos.
Pues nada. Aprovecho una tarde, con una conexión wifi más que deficiente, para decirle a esa persona y a todos los que me estáis leyendo, que tiene toda la razón. He acudido a Amazon porque con mis dos primeros libros acabé pringando pasta incluso que se hubieran descargado miles de veces. El modelo creative commons de hacer las cosas por altruismo es muy bonito. El problema es cuando despreciamos nuestro tiempo y consideramos que no vale nada. Y, ante un patrón económico que existe en un país capitalista como el nuestro, es estúpido hacer las cosas gratis. Sí, a mí me pagan por dar clase y si no me pagaran, salvo para determinadas entidades u organizaciones de interés social, no lo haría. Lo mismo que el error de llevar más de veinte años preparando materiales. Y además los he publicado por la red y sé que algunos se han lucrado usándolos en su beneficio. A ver, que uno es gilipollas hasta un cierto punto. Un umbral que ya llevo superado en los últimos tiempos y, por eso estoy tomando decisiones diferentes a las que hubiera tomado antaño. A pesar de ello, me engancho a proyectos para echar una mano que solo me cuestan tiempo. Muchos de ellos totalmente anónimos. Hay gente a la que le gusta más decir lo que (no) hace y otros a los que no nos gusta que nadie sepa qué hacemos.
He escrito mi último libro porque me apetecía escribirlo. Que algo me apetezca no implica que no se haya dedicado esfuerzo a ello. Lo del timo de hacer lo que a uno le gusta, relacionado con su profesión, para incrementar su horario laboral sine die, conmigo ya no cuela. Tengo muchas otras motivaciones aunque, debo reconocer que escribiendo me lo paso bien. Por eso tengo este blog. Y no, pudiendo poner publicidad con la cantidad de visitas que recibo, no lo hago. Veis, caigo en ocasiones en lo de no monetizar lo que hago. Bueno, caigo en muchas ocasiones en lo anterior. Esto no significa que en algún momento deje de hacerlo del todo.
Pero ya me he liado. Este post era para responder a este trol, con un correo electrónico inventado para la ocasión, del tipo soygilipollasytrolanó[email protected], que ha perdido su tiempo escribiéndome. Hay gente que siente placer haciendo de trol. Qué le vamos a hacer. Si disfruta con el correo que me ha escrito y con este post que he publicado refiriéndome a él, ya he hecho mi buena obra de la semana.
Ahora sí que me centro. He publicado el libro en Amazon porque no me apetecía pagar a ninguna empresa de autoedición (como hice con los otros dos). Tampoco me apetecía ponerme a enviar paquetes con libros que podía haber vendido personalmente de otra forma. Tengo muy poco tiempo para ciertas cosas y lo de los últimos libros fue algo surrealista. Además, como os he dicho al principio, acabé perdiendo dinero. Una cosa es compartir y regalar tiempo y, otra muy diferente, regalar tiempo y dinero.
Este último que, por cierto se está vendiendo muy poco (¡con lo que me gustaría que, siendo el primero sobre educación para mayores de 18, fuera el más vendido!), se ha publicado al margen de editoriales (que pagan entre mal y peor, por ofertas recibidas de algunas) pero, como mínimo estoy contento de que la gente pueda tenerlo en digital y papel sin que yo tenga que mover ni un dedo. Los de Amazon se encargan de imprimirlo y enviarlo en la versión papel. La versión digital puede leerse gratis por los que tienen eso del Kindle Undlimited o comprarse. En una plataforma que la gente considera segura en cuanto a transacciones económicas. Así que, principalmente por eso me he decidido por Amazon. Para despreocuparme del «después». Yo escribo cosas, con mayor o menor coherencia. No soy experto en el mundo editorial. Ni en mercadotecnia aunque os penséis que, por poner el enlace «de publicidad» en todos los posts y ese molesto pop-up para que compréis mi nuevo libro, sea otra cosa.
¿Es lícito poner mi libro en Amazon? Sí. ¿Hago daño a alguien haciéndolo? No. ¿Obligo a alguien a gastarse el dinero ahí y a comprar mi libro? Pues no. ¿Me lo están subvencionando con dinero público? No. Pues por qué te importa, maldito trol, qué escribo y cómo distribuyo lo que he escrito. A mí, sinceramente, no me importa si meas dentro o fuera de la taza del váter de tu casa. Algo que solo te importa a ti si vives solo o, a tu pareja, en caso de tenerla.
No me hagáis mucho caso. He escrito un post innecesario, pero como esto es mi casa, escribo lo que quiero cuando quiero. Y me apetecía.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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