El pensamiento crítico es una habilidad esencial en el ámbito educativo, no solo para el alumnado, sino también para los docentes. Fomentar el pensamiento crítico entre los docentes es crucial para mejorar la calidad de la educación, impulsar el desarrollo profesional y adaptar las metodologías de enseñanza a las necesidades cambiantes del mundo actual. Unas necesidades que, aunque sean cambiantes, necesitan ser abordadas desde una base cognoscitiva y racional. Por eso hoy voy a explorar, mirando ese mar fantástico que veo, mientras estoy levantando la vista mientras escribo este artículo, algunas estrategias que, según mi opinión, pueden servir para mejorar ese pensamiento crítico entre los profesionales de la educación.
Una de las piedras angulares del pensamiento crítico es la capacidad de cuestionarse a uno mismo y los métodos empleados en el aula. Debemos adoptar una actitud reflexiva acerca de la práctica educativa. Esto implica evaluar constantemente nuestros métodos de enseñanza, estrategias pedagógicas y la efectividad de lo que estamos haciendo. Un inciso, no me estoy refiriendo a rellenar más papeles. Si lo hacemos, podemos identificar cosas a mejorar y ajustar determinados enfoques para beneficiar al alumnado.
Lo sé. Es muy duro cuestionarse que hay cosas que debemos cambiar. No se es perfecto en ninguna profesión y salvo la paella de mi suegra o los canelones que hacía mi abuela, no hay nada más que haya visto en este mundo que roce la perfección. Así que, imaginaos en el ámbito educativo la de cosas que debemos cuestionarnos.
Además, cuestionarse nos permite mantenernos actualizados con las últimas investigaciones y tendencias en educación. Participar en comunidades de aprendizaje profesional, asistir a conferencias y talleres, y leer literatura académica (se incluyen aquí las investigaciones) son prácticas que enriquecen el conocimiento y la comprensión del docente, promoviendo un enfoque crítico y analítico de la enseñanza. Eso sí, es muy importante desterrar el fenómeno fan de la ecuación y generar nuestra propia opinión acerca de qué mejora y qué no la educación en nuestro contexto más cercano. Los cantos de sirena, expandidos rápidamente por las redes sociales, deben ser detectados. Y eso es algo tan importante o más que el mantenerse actualizado.
Recordad también que todo lo nuevo no implica que sea mejor. Sé que es de cajón, pero conviene recordarlo a menudo.
El pensamiento crítico también se nutre del rigor y la precisión. Para fomentar esta habilidad, los docentes deberíamos centrarnos en criterios técnicos al planificar y evaluar nuestra práctica educativa. Esto implica el uso de datos y evidencias para tomar decisiones informadas sobre la enseñanza y el aprendizaje. Lo sé. Esto de priorizar criterios técnicos frente a creencias o ideología hay algunos a los que les puede desmontar muchas cosas pero, por favor, pensemos en el alumnado. Y no pensemos en qué es lo más guay, lo más vendible o, simplemente, lo que dicen aquellos que nos venden una determinada idea de la educación.
La implementación de evaluaciones formativas y sumativas puede proporcionar información valiosa sobre el progreso del alumnado. Analizar estos datos nos permite ajustar los métodos de enseñanza y abordar las necesidades específicas del alumnado. Asimismo, el uso de estándares de evaluación claros y objetivos garantiza una evaluación justa y consistente, promoviendo una enseñanza basada en evidencias y criterios técnicos sólidos. Cuestionar la evaluación (como proceso, no las herramientas para hacerla) o la necesidad de la existencia de estándares claros acerca de qué debe aprender el alumnado hace que la mejora educativa sea imposible.
La normativa educativa también juega un papel crucial en la configuración del entorno de enseñanza. Los docentes debemos estar bien informados sobre las políticas y regulaciones que afectan a nuestra práctica. Sin embargo, más allá de simplemente cumplir con estas normativas, es esencial que adoptemos una postura crítica hacia ellas. Y, por favor, no compréis el discurso de que «los míos» todo bien y «los otros» todo mal. Como he dicho en más de una ocasión, debemos juzgar lo que dice la normativa o las decisiones educativas que se toman al margen de lo que nuestra ideología nos diga. En los últimos tiempos he llegado a ver tal manipulación de los hechos objetivos que he sentido vergüenza ajena, reconociendo que también puede ser que, en ocasiones, a mí también se me haya obnubilado el criterio descartando o aceptando ciertas cosas de forma acrítica.
Gestionar la normativa con pensamiento crítico implica comprender el propósito y el impacto de las políticas educativas, y cuestionar cómo se pueden implementar de manera efectiva para mejorar la calidad de la educación. Los docentes debemos participar activamente en el diálogo sobre políticas educativas, proporcionando retroalimentación y sugerencias para mejorar las normativas existentes. Esto no solo asegurará que las políticas sean más pertinentes y efectivas, sino que también nos empoderará (sí, he dicho empoderar para hacerme el moderno) a los docentes como agentes de cambio en el sistema educativo.
El pensamiento crítico es una habilidad que debe cultivarse continuamente a lo largo de nuestra carrera profesional. La mejora profesional no es un objetivo final, sino un proceso constante de aprendizaje y desarrollo. Participar en programas de desarrollo profesional, obtener certificaciones adicionales y colaborar con compañeros, del mismo centro u otros centros, en proyectos educativos son formas efectivas de mejorar continuamente. Así como saber que existe vida más allá de la vida que nos hemos montado.
Fomentar el pensamiento crítico entre los docentes es esencial para una educación de calidad. Al cuestionarnos continuamente, centrarnos en criterios técnicos, gestionar normativa y comprometernos con la mejora profesional continua, los profesionales de la educación, podemos desarrollar y perfeccionar esta habilidad vital. Este enfoque no solo nos beneficia a los docentes en nuestro crecimiento profesional, sino que también tiene un impacto positivo en el aprendizaje y el desarrollo del alumnado. Un alumnado que es el objeto del sistema educativo, cuyo aprendizaje acaba siendo el objetivo del mismo.
Si en lugar de perder el tiempo en luchas fratricidas, nos dedicáramos todos a aportar y fomentáramos nuestro pensamiento crítico, otro gallo nos cantaría. Eso sí, reconozco que es mucho más sencillo, como he hecho hoy yo con este post, escribir desde una terraza mirando al mar, que ponerse a arreglar las cosas en serio. Así que imaginaos que si escribir esto es sencillo, lo fácil que es ponerse a decir determinadas cosas en las redes sociales donde los algoritmos sacan lo peor de uno y, por desgracia, generan una sensación de vacío entre aquellos que quieren mejorar las cosas en su profesión o para sus retoños.
No dejéis que nadie os diga qué y cómo tenéis que pensar. Pensad por vosotros mismos e, informados y bien formados, usad críticamente vuestro aprendizaje para ser cada vez mejores en vuestro rol educativo.
Dejadme una reflexión final. Pensad que, en lugar de tenerme envidia por la paella que me voy a enjaretar, como es tradición todos los domingos, hoy, lo mejor es que vosotros disfrutéis al máximo de vuestro día. Porque, al final, esa es la clave de todo. Y los días cada vez pasan más rápido. Os lo digo por experiencia.
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