Esta semana se ha viralizado un artículo (enlace), basado en unas interacciones de las redes sociales de un docente (algún día alguien habrá de preguntar en qué se ha convertido el periodismo), en el que, harto de la situación en sus clases, «se ha plantado».

Como es imposible aislarse de las noticias educativas, que duran menos de un suspiro y, por desgracia, acaban encubriendo las necesidades reales de nuestro sistema educativo, me voy a sumar a la turba opinológica de lo que está contando este docente. Y a intentar responder, siempre de forma muy personal, a si es más difícil dar clase ahora que cuando empecé en docencia.

Si me permitís, antes de empezar, voy a hacer un poco de recopilatorio de mi experiencia profesional. Veinticuatro años de profesión, pasando por un equipo directivo y por la parte más gris de la administración. Profesor de la antigua FP, de ciclos formativos y, finalmente, recalando en la especialidad de Tecnología. No sé si tiene importancia lo anterior pero, como he dicho anteriormente, las sensaciones profesionales tienen mucho de experiencia propia. Experiencia muy difícil de extrapolar.

¿Es más difícil dar clase ahora que cuando empecé? Pues solo puedo comparar niveles impartidos y, por desgracia, tengo el problema de haber cambiado mucho de centro educativo. Bueno, tampoco tanto, pero extrapolar la visión de centros educativos pequeños con un macrocentro como el que estoy ahora se hace harto complejo. Especialmente porque la experiencia, aunque algunos la denosten, sigue siendo un grado.

No tengo más problemas de disciplina en mis aulas que antes. Tengo, eso sí, mucho más «jolgorio» y falta de atención de gran parte del alumnado. Es imposible que ahora pueda dar lo mismo que daba hace unos años. Quizás también la culpa ha sido el reformular mi asignatura para convertirla en poco menos que nada. De tres horas semanales ha pasado, con las sucesivas reformas, a un par. Y en la Comunidad Valenciana, en muchos centros (como el mío) se comparte ese horario con el profesorado de Informática. Así pues, es muy complicado comparar.

Reconozco que hay un elemento muy distorsionador en el aula: el teléfono móvil. Reconozco además que es un dispositivo que desconcentra, tanto al alumnado como al propio profesorado. Y que quizás, sumado a problemas sociales que se han ido incrementando a lo largo del tiempo, esté llevando a una mayor relajación de qué estamos dando. Y la culpa no es del alumnado. Es un problema social. En el que, por cierto, también tenemos parte de culpa los docentes. Nunca me he avergonzado en reconocerlo. Parte de la culpa de que haya un porcentaje, cada vez más alto, de alumnado que no atienda, también es mía. Mía y del propio contexto. Repito como he dicho antes: no todos los centros educativos son iguales ni su alumnado.

No voy a afirmar que el alumnado de ahora sea más conflictivo. Ni tan solo que sea peor que el de antes. Lo que sí que voy a afirmar es que, por motivos que deberían analizarse a fondo (y que, por desgracia, poco tienen que ver solo con el propio sistema educativo), el alumnado de forma global está aprendiendo menos. Bueno, está aprendiendo menos de lo que aprendía antes. Ya si queréis podemos tirarnos el rollo que algunos se montan de que ahora aprenden cosas diferentes. No sé si aprenderán cosas diferentes. La realidad es que aprenden menos. Y gran parte del alumnado, especialmente el que no tiene apoyo fuera de los centros educativos, está condenado a vivir, con suerte, igual que sus padres.

¿Falta disciplina en las aulas? Pues va, lo compro. ¿Falta ganas de aprender? Claro. Antes quizás se disimulaba más y parte del alumnado podía aprender más porque sus compañeros les dejaban. Eso sí, yo no veo una mayor agresividad del alumnado contra los docentes. Hay alumnado, tal y como pasaba antaño, más agresivo que otro. Al estar hasta los dieciséis en los centros educativos, hay puntuales bombas de relojería que, con suerte se desactivan, cuando se convierte en alumnado absentista (¡una pena y culpa de la administración!). Pero, sinceramente, no los veo peores de carácter que cuando empecé.

No sé. Quizás es que lo vea desde la perspectiva de alguien que ya va cumpliendo años y sumando experiencia. Quizás es que mi umbral de tolerancia esté cada vez más alto. Quizás, quién sabe, es que prefiero centrarme en los que quieren aprender que en los que no. Quizás es que sea tan mal profesor que sea incapaz de analizar qué está pasando en mi aula. Quién sabe. Eso sí, en mi opinión, ahora no estamos peor, a nivel disciplinario, que antes. Me estoy refiriendo a nivel global y esta opinión nada tiene que ver con la creencia, empíricamente demostrada, que parte de nuestro alumnado está aprendiendo mucho menos.

Por cierto, todo mi apoyo a todos los Marc que hay en las aulas.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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