Ayer se hicieron, por tercera vez, unas fantásticas jornadas sobre educación en las que, a diferencia de otras que se hacen en la actualidad por parte de determinados grupos sectarios, no sobraba nadie. Ni tampoco se habló mal, por lo que me ha ido llegando por las redes sociales, de ningún docente de aula, coincidente o no con las posiciones educativas de los que allí estaban. Una parva, por cierto, heterogénea de personas que tienen interés en la mejora educativa. Y ya tiene cuajo que algo que antaño era habitual ahora sea una excepción. Quizás se deba a que algunos están más interesados en enfundarse en la ideología y en buscar enemigos que en lanzar propuestas de mejora. Debe ser eso. Eso sí, que diga lo anterior no implica que no haya cosas que, si hubiera estado ahí, no hubieran ido en concordancia con mis planteamientos educativos. Pero creo que eso no debería ser el problema aunque algunos sigan cavando trincheras cada vez más profundas.

Nada, que me estoy haciendo mayor y quizás, habiendo pisado barro mucho tiempo además de ciertas casuísticas personales, hacen que tenga una visión diferente. Una visión que pone el foco en la mejora del aprendizaje del alumnado porque, sinceramente, creo que es para lo que trabajamos todos los que, estando en el aula o fuera de ella y estamos relacionados con la educación. Algo que poco tiene que ver con lo que, insisto, pretenden algunos.

Como es habitual empiezo a escribir y pierdo el hilo. Debería decirle a la IA que me hiciera un artículo altamente viralizable. Seguramente, al igual que algunos, podría pasar como obra propia. Pero os he de confesar que una de las funciones que jamás voy a usar de la herramienta de IA que use en cada momento es la de escribir artículos para este blog. Me parecería muy triste. Más todavía porque no quiero parecerme a lo que hacen algunos que ni tan solo revisan la bibliografía que incorporan a ciertas cosas que NO escriben.

Hoy me apetece escribir de un tema controvertido en su faceta más de evolución histórica. De cómo ha cambiado con los años el modelo de investigación educativa. Sé que no es tan cronológico como voy a desarrollarlo, pero tomáoslo como un artículo escrito un domingo por la mañana realizado de forma previa a la ingesta de paella.

Durante años, la educación ha sido ese campo donde todos tenemos una opinión, pero pocos se atreven a investigar con rigor. Sin embargo, las metodologías de investigación educativa han evolucionado tanto que hoy no se parecen en nada a las de hace apenas unas décadas. Voy a intentar ayudaros a recorrer ese viaje desde los primeros estudios observacionales, con cuaderno en mano, hasta los algoritmos que hoy analizan miles de datos de nuestro alumnado. Todo explicado sin palabros raros. O, al menos, voy a intentarlo.

En un primer momento investigar, entre los años 50 y 70 era observar y anotar. Una metodología tan sencilla como limitada. Los investigadores se sentaban en una clase, tomaban notas y describían lo que veían. La observación del participante (sea alumno o docente) era el método estrella. Era útil para entender cómo funcionaba un aula, pero tenía un problema evidente. Supongo que intuiréis cuál es. Sí, seguramente lo habréis acertado. Investigar por observación implica subjetividad, ya que todo depende del ojo del observador.

En los años 80, influenciados por una expansión de las ciencias más «duras», la investigación educativa se volvió loca por los números. Entre los 80 y 90 se dio un peso fundamental a lo cuantitativo. Aparecieron los tests estandarizados, las correlaciones, las regresiones lineales, etc. La idea era medirlo todo. Se medía desde el rendimiento académico hasta el clima del aula.

Este enfoque permitió hacer estudios más amplios y con cierto rigor estadístico. El problema es que la educación no puede reducirse a simples cifras ya que todo lo que no todo lo que importa se puede medir. Ojo. No estoy criticando el modelo cuantitativo que, precisamente, es uno de los que defiendo a muerte. Lo que estoy diciendo es que, aparte de tener datos, debemos interpretarlos de la forma más objetiva posible y que quizás haya cosas que, por mucho que lo intentemos, no podamos encontrar la solución que queremos con unos simples datos.

Después llegó, la que a mí me parece un modelo de investigación con demasiados agujeros para poder ser interesante de forma aislada. Se trata de la revolución cualitativa y del «todo depende» que se implanto entre los 90 y el año 2000. Hartos de tanto número, muchos (sí, se sumaron un porrón) investigadores empezaron a implantar métodos cualitativos: entrevistas, grupos focales, análisis de discurso, etc. La idea no era medir, sino entender. Entender por qué un alumno se desmotiva, cómo interpreta un profesor una reforma curricular o qué barreras enfrentan las familias en riesgo de exclusión. El gran problema es que algunos de los investigadores cualitativos empezaron a denostar lo cuantitativo. Algo que impedía tener datos sobre los que complementar ese trabajo. Y, otro de los hándicaps de lo cualitativo, aparte del diseño inicial de la investigación, es que en la actualidad se ha dejado de lado la parte más potente, si se hubiera ampliado más allá de la cultura escolar, de este modelo de investigación. Estoy hablando de las etnografías escolares (he leído que se llama así, pero si no es del todo correcto me lo comentáis), donde los investigadores pasaban meses o años en una escuela para entender su cultura. El problema de lo cualitativo es que se ha convertido en un talibanismo académico, al menso en la parte educativo, por parte de tipos y tipas ampliamente mediatizados que lo usan como crítica a lo cuantitativo. O, a lo mejor, es solo mi percepción. Que también puede ser.

Como entenderéis, era lógico que, después de pasar por lo cuantitativo y lo cualitativo se estableciera un modelo mixto en la primera década del siglo XXI. Se trataba de mezclar datos cuantitativos con relatos personales, combinar encuestas con entrevistas, cruzar estadísticas con observaciones de aula. Ello permitía una visión más completa ya que, supuestamente, lo cuantitativo mostraría el qué y lo cualitativo explicaría el porqué. Eso sí, lamentablemente, como podéis intuir el matrimonio va a acabar siendo imperfecto porque, lamentablemente, en ocasiones va a haber disfunción entre qué y porqué. Y entonces, en lugar de optar por decirlo, para poder seguir publicando ciertas cosas, algunos van a decidir obviar, en ese caso, la publicación de los qué o de los porqué en función de intereses personales.

Y ahora todo ha saltado con los aires, más todavía desde la irrupción de la inteligencia artificial. Big Data y mucha (quizás demasiada) información. Hoy, con la digitalización de la educación, los investigadores tienen acceso a cantidades de datos que antes ni soñaban: plataformas de aprendizaje online, apps educativas, registros digitales de conducta, participación, rendimiento, etc. La minería de datos educativos y el aprendizaje automático están cambiando las reglas del juego. Se están probando sistemas que predicen el abandono escolar antes de que ocurra, solo analizando patrones de uso de una plataforma educativa. Así que ya veis las potencialidades y, cómo no, los riesgos.

La evolución de las metodologías de investigación educativa nos enseña una cosa. Una cosa que ya os he repetido en muchas ocasiones. No hay una fórmula mágica. Cada enfoque tiene sus ventajas y sus limitaciones. Lo importante es elegir la herramienta adecuada para la pregunta que queremos responder.

También es clave que los docentes de etapas obligatorias se acerquen a esta investigación. No para convertirse en investigadores, sino para entender mejor qué funciona, qué no y por qué. Porque al final, investigar en educación no debería ser un lujo académico en el que cuatro, seguramente con toda la buena intención la mayoría, hacen algunas cosas de las que os he comentado. Es una necesidad global y social.

Finalmente deciros que, mientras estaba redactando esto, me acaban de dar una mala noticia… hoy no habrá paella. Una de las peores noticias que podía recibir un día como hoy. Será cuestión de buscar un hueco entre semana para poder compensar. A ver si alguien se me apunta sabiendo que estoy dispuesto, aunque vaya parcialmente en contra de mi religión, a cambiar la paella, por un arroz sin demasiadas cosas.


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