No uso libro de texto. Vaya por delante, que llevo prácticamente toda mi vida profesional sin usar libros de texto. Y que, en numerosas ocasiones, en el pasado, me había abonado al discurso de que la existencia de estos libros de texto desprofesionalizaban al docente que los usaba. Por suerte, conforme pasa el tiempo, hay cuestiones educativas en las que cambio de opinión. Y ésta ha sido una de ellas. No, ya no considero que un libro de texto desprofesionalice a nadie porque, al final, el concepto de libro de texto no es nada más que la existencia de un material de apoyo. Es su concepción, por parte de algunos docentes, lo que hacen de esa herramienta (¡una más!) buena o mala.
Estos últimos días, sin todavía existir el currículo oficial, han empezado a llegar cajas al peso, con flyers o con muestras de determinadas editoriales, de libros de texto para el nuevo curso. Sí, las editoriales también van, al igual que vamos los docentes, a ciegas. Y están haciendo su trabajo. Su trabajo, que consiste en hacer libros de apoyo y venderlos. Al igual que cualquier empresa. Tienen un determinado objetivo empresarial. Por cierto, ninguna editorial obliga a usar sus libros de texto, ni pone una pistola a ningún docente amenazándolo si no los usa, ni ninguna de esas barbaridades que algunos dicen en los últimos días. Repito, ninguna editorial obliga a nada. Editoriales que venden materiales; no venden currículo.
Si a mí no me gusta un libro de texto, no lo uso. Si a mi Departamento le gusta el libro de la editorial X y se consensúa su adquisición para el alumnado, pues se incorpora como material para ser usado. Es que es tan sencillo como esto. Por cierto, las programaciones de las editoriales, esas que se copian y pegan para entregar a inspección (que nunca se va a leer porque son miles y miles de hojas), no son programaciones basadas en el currículo. Son las programaciones que han redactado las editoriales. Editoriales que contratan a docentes en activo la redacción de los libros de texto. Así que usar un libro de texto es igual, salvo por el coste, que usar materiales que cuelgan o colgamos compañeros de profesión en internet. Realmente no creo que sea tan difícil de entender.
Las editoriales tienen el mismo poder para redactar currículos que mi vecino del quinto. O que los propietarios del bar al que voy a almorzar todos los fines de semana. Sí, a veces creemos que tienen más poder del que tienen. Y no lo tienen. A la hora de redactar libros de texto para el curso que viene han partido de lo mismo de lo que disponíamos todos los docentes (borradores, rumores en prensa o filtrado de ciertas informaciones). Por eso quizás convendría empezar a ser un poco serio a la hora de hablar de esos libros de texto.
Siempre he defendido que la administración debería suministrar materiales básicos a sus docentes. Puedo cuestionar la calidad de los materiales de determinadas editoriales o, simplemente, considerar que hay libros de texto que encajan mejor y peor con un determinado modelo educativo. Eso sí, lo que no puedo hacer es lo que hacía hace unos años: demonizar a las editoriales por querer hacer negocio. Es su trabajo. Es su negocio. Y, al final, la responsabilidad del uso de esos libros de texto, al igual que del uso de determinadas herramientas tecnológicas, va a ser del docente que lo use.
Los libros de texto no son nada más que otro material más. Un material que tiene un coste que podemos cuestionar. Un material del que podemos cuestionar lo idóneo que es o no para ser usado y cómo debe ser usado. Un material que, en definitiva, puede ayudar o perjudicar el aprendizaje del alumnado. Y ahí entra el profesional, la selección de una determinada editorial y el saber cómo y para qué va a usarlo.
La LOMLOE ha pillado con el pie cambiado a todos los que tenemos interés en la educación. Ni las editoriales pintan nada, ni lo hemos hecho los docentes, salvo por aportaciones mediante formularios que ya os confirmo que nadie se ha leído. Es todo mucho más complejo y pretender que Oxford, Santillana, Edebé o la editorial pequeñita que, con suerte consigue sobrevivir, tienen algo que ver con su redacción es, sabiendo a qué alturas del curso han empezado a llegar los libros de texto para el curso que viene «adaptados a la LOMLOE» (bueno, eso es lo que tienen que poner), de personas que desconocen o desconocemos el mundo editorial.
Hay miles de materiales educativos para ser usados en el aula. Los libros de texto son solo uno de ellos y usarlos no te hace mejor ni peor profesional. Lo que te hace mejor o peor profesional es tu formación, tu especialización, tu experiencia y el acertar con los recursos y estrategias usados en cada momento. Y eso, a veces, no es suficiente porque, dar clase, es algo muy complejo que no solo depende de la profesionalidad del docente.
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Ostras, Jordi, veo totalmente reflejada mi opinión en lo que dices de los libros de texto. Creo que si un libro de texto tiene un contenido a nuestro juicio satisfactorio, está ordenado, bien redactado, con ilustraciones interesantes, puede resultarnos un instrumento magnífico de trabajo, sin desdeñar ningún otro. A mi juicio, ese «buen libro de apoyo» tendría la ventaja adicional de proporcionar una hoja de ruta de lo que el niño o niña va a aprender durante ese curso. En mi caso, que trabajé en un barrio con familias de escaso hábito lector, muchas veces el libro de texto de sus hijos era el único que había en la casa. Tal vez por esta razón siempre me ha costado mucho sumarme a la corriente antilibros de texto.
El libro de texto se ha demonizado porque, al igual que determinadas prácticas (que no existen desde hace eones), se está vendiendo su uso como el que no es. Es un material más de apoyo y, como bien dices, hay barrios en los que es el único libro que venden. Quemar o demonizar libros nunca ha sido la solución de nada. Y eso que reconozco que, al menos en mi caso, he ido variando mi posicionamiento acerca de ese «libro de texto». Un saludo y gracias por pasarte por aquí.