Cada cierto tiempo aparece en redes un vídeo que nos hace replantearnos si el problema es el alumnado, el sistema, o una mezcla perfectamente cocinada de ambos. Esta vez, el protagonista no es un informe PISA, ni una tabla comparativa entre países nórdicos y mediterráneos. No. Es algo más mundano: estudiantes universitarios estadounidenses en pleno Spring Break, respondiendo (más bien, balbuceando) preguntas que harían sonrojar a un niño de primaria.
Preguntas como «¿Cuántos continentes hay?», «¿Cuál es la capital de Francia?» o «¿Cuánto es 3 x 3 x 3?»—con resultados dignos de guion de los Monty Python. No sabían. O no querían saber. O quizá el sistema les ha enseñado a no saber, que es mucho peor. Y mientras tanto, el vídeo corre como la pólvora por X (la red antes conocida como Twitter), y medio mundo se lleva las manos a la cabeza mientras el otro medio simplemente le pone música de TikTok.
Pero no seamos inocentes. El asunto no va solo de estudiantes poco espabilados. Esto va de una maquinaria educativa que ha confundido aprender a pensar con no traumatizar al estudiante. Que ha convertido el aula en un espacio de gestión emocional constante, donde el contenido queda relegado a favor de un bienestar impostado y mal entendido. Donde cuestionar, exigir o corregir es considerado violencia pedagógica.
¿Y España? ¿Nos creemos tan distintos? Cambiemos la cerveza de plástico y las camisetas de fraternidad por botellones y EBAU de opción múltiple, y el resultado es igual de preocupante. Aquí también tenemos adolescentes que no saben leer un texto de cuatro párrafos sin confundirse, o que creen que las guerras mundiales ocurrieron hace como… ¿veinte años?.
Este vídeo viral no es una anécdota. Es un síntoma. De un modelo que, en su empeño por democratizar, ha rebajado tanto el listón que ya no sabemos si estamos evaluando competencias o rellenando pasatiempos. Y luego nos sorprende que alguien no sepa que París no está en Italia.
La culpa no es del alumno. O no toda. Ni del profesor, que bastante tiene con sobrevivir. El problema es estructural. Y hasta que no nos atrevamos a decirlo sin miedo a parecer carcas, clasistas o enemigos del “nuevo paradigma”, seguiremos aplaudiendo lo superficial, viralizando la ignorancia y llamándolo “contenido educativo”.
Lo sé. No todo el alumnado es así. Ni tampoco todos los docentes son como algunos interesadamente lo venden. Me da igual. Solo un caso de alumno que no sepa leer correctamente a los dieciséis ya es un fracaso del sistema educativo. Por cierto, aquellos que digáis que antes estábamos peor o que el sistema era más segregador, ahorráoslo. A mí lo que me importa es el ahora. El hoy que, como ya sabéis, va a ser la simiente del mañana.
Descubre más desde XarxaTIC
Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.