Estos últimos días, debido a cuestiones personales, me he visto impelido a escribir un poco más de la cuenta. Necesito hilvanar determinadas producciones e intentar que, una vez escritas, puedan tener un cierto sentido. Sí, lo sé. Seguramente no entenderéis el porqué, pero la gente más cercana a mí sí que lo sabe. No hay nada mejor para centrarse e hilvanar un cierto número de palabras, que ponerse a escribirlas. Practicar la escritura es sano. Si no se hace así, en ocasiones podemos olvidar cómo lo hacíamos. Lo digo por experiencia propia. Por las veces en las que me he tomado un tiempo del blog y, al cabo de unas semanas o meses, he vuelto a escribir. Y me cuesta mucho más que lo que me costaba escribir antes de dejarlo. Un coste que, seguramente, cada vez será mayor porque me hago más viejo.

Pero bueno, esto no tiene nada que ver con lo que quería hablaros hoy. Hoy quería reflexionar acerca de cómo puede ser que cuatro cenutrios que, reconocen en muchos casos inventarse determinadas cuestiones educativas para incendiar las redes, se hagan tan virales. Es que no tiene ninguna lógica. Menos todavía si no enseñan chicha. Y ya os digo yo que la chicha, a partir de una cierta edad, está sobrevalorada. Salvo, claro está, la panceta y los torreznos.

¿Alguien me sabría decir porque cuatro tipos y tipas regulan el relato educativo y nos consiguen hacer perder tiempo con chuminadas campestres? ¿Alguien me puede decir cómo puede ser que hagamos caso a elementos que ni tan solo se han leído las investigaciones, en caso de enlazarlas, a las que hacen referencia en todos sus panegíricos? ¿Alguien me explica cómo un hilo de mierda, plagado de falacias y repitiendo hasta la saciedad que todos los que no piensan como ellos son malos, puede difundirse entre miles de personas y provocar, en la mayoría de ocasiones, vomitos verbales que lo único que hacen es ayudar a dar difusión a esta tropa? Yo no lo entiendo.

Bueno, tampoco entiendo que haya programas que den voz a los terraplanistas o a los que confunden de época histórica a los puentes. Tampoco que haya personas, con mucho poder o con determinadas tareas, que se pasen el día en las redes sociales. No me cabe en la cabeza. Y eso que yo he publicado mucho en el antiguo X. Pero ni así me habréis visto ninguna publicación en un supuesto horario laboral. Es que hay algunos que no deben trabajar. Es que hablan de series y las valoran incluso antes de haber visto ni un solo capítulo. No entiendo por qué perdemos (¡me incluyo!) el tiempo pasándonos por WhatsApp la última memez que han soltado estos cagamandurrias.

Creo que como sociedad estamos haciendo un flaco favor encumbrando a estos especímenes a que representen algo. El problema es que, al igual que Llados tiene su público y los que le pagan un pastizal para hacerse una foto con él, estos cebollinos (o gaznápiros) también tienen su quórum de gente que pica ante cada una de sus barbaridades pedagógicas. Por suerte, como trabajan poco, tampoco va mucho más allá su difusión de refritos contrarios a cualquier neurona.

No me hagáis mucho caso. Por cierto, hoy este artículo no tenía que ver la luz porque alguien a quien quiero mucho me ha dicho que por qué no dejar a estos cenutrios que se hundan en su cámara de eco. ¿Sabéis por qué? Pues porque, al final, hacen perder tanto el tiempo que siempre es bueno usarlos, aunque sea para escribir unas líneas en forma de terapia. Una terapia que poco tiene que ver con ellos pero, al menos, han servido para algo más que para lo que sirven habitualmente.

Dedico este post a todos aquellos que tienen la mala suerte de trabajar conmigo y formar un equipo fantástico, tanto a nivel profesional como humano. Sé que no tiene mucho sentido dedicárselo a ellos pero me apetecía. Al igual que me va a apetecer mañana (no darles) un abrazo, aunque ganas no me falten.


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