Hoy me vais a permitir una reflexión acerca de un tema que, creo recordar (bueno, más bien estoy seguro de ello) ya he tocado de forma tangencial en muchas ocasiones. El tema de la necesidad de involucrar a los profesionales de la educación en el diseño de las políticas educativas. No mediante un formulario. No mediante la elección a dedo de los docentes más afines con el gobierno de turno. No mediante los sindicatos. Hablo de la necesidad de contar con los que están en el aula y que, entre los que están/estamos ahí, podamos configurar algo que beneficie a lo más importante del sistema educativo: el alumnado.
En el ámbito educativo, somos los docentes los que tenemos, como tarea profesional principal, la de enseñar y formar a las nuevas generaciones. Estamos en contacto directo con el alumnado, conocemos sus necesidades, habilidades y sabemos (o intuimos) qué desafíos son los más importantes de abordar. Por eso es fundamental que seamos parte activa en la elaboración de las políticas educativas, ya que nuestra experiencia y conocimiento son valiosos para mejorar el sistema educativo.
Por tanto, si me permitís, voy a enumerar diez motivos (le he cogido cariño a los decálogos aunque, sinceramente, a veces me faltan o sobran números) por los que creo, a nivel personal y no extrapolable, en la importancia de involucrar a los docentes en el diseño de políticas educativas. Así pues, si os apetece… (y si no, es domingo y hay, seguramente, cosas más interesantes que hacer que pasaros por aquí, aunque ya sabéis que siempre os agradezco que lo hagáis).
Los docentes somos los expertos en educación. Somos los expertos en nuestro ámbito profesional y tenemos el conocimiento y la experiencia necesaria para evaluar y proponer cambios en el currículo y las metodologías de enseñanza. Nuestra participación en el diseño de políticas educativas garantizaría que estas fueran realistas y aplicables en el aula. El papel ya sabéis que lo aguanta todo. Y tenemos que ir mucho más allá del papel.
Sabemos qué necesidades tiene nuestro alumnado. Sabiendo lo anterior podríamos incorporar, en esas políticas educativas, cuestiones que harían que las necesidades y características específicas de nuestro alumnado estuvieran cubiertas. Permitidme un inciso… por eso sería muy importante hacer una selección “por sorteo” de docentes de varia tipología de centros diferentes para que participaran en ese diseño porque, al final, no es lo mismo un centro en un barrio que en otro. No es lo mismo un centro rural que uno urbano. No es lo mismo un centro de mil alumnos que uno de quinientos.
Conocemos las desigualdades del sistema educativo y la situación de nuestro alumnado. Sabemos que la política educativa debe diseñarse para ir eliminando desigualdades y convertirse en algo que permita, que todo el alumnado, con independencia de su punto de partida, llegue a lo máximo. Y eso, por desgracia, está muy alejado del modelo inclusivo que nos venden sobre el papel, sin recursos y con vocabulario que no dice nada.
Aportaríamos desde la práctica diaria. Podemos aportar ideas y propuestas basadas en nuestra experiencia. Al conocer de primera mano cómo se desarrolla el proceso de enseñanza-aprendizaje, podemos identificar las fortalezas y debilidades del sistema educativo y proponer soluciones prácticas y efectivas. O, al menos, intentarlo. Eso sí, siempre teniendo en cuenta que, de forma paralela a nuestras aportaciones, debería haber investigación robusta que las validara.
Estamos comprometidos con el éxito de nuestro alumnado. Tenemos un compromiso directo, ético y profesional, con nuestro alumnado. Y si participáramos en ese diseño, estoy convencido de que nos enfocaríamos en asegurar que las políticas educativas estuvieran enfocadas en mejorar los resultados académicos y en brindar un ambiente propicio para el aprendizaje. Para aquellos a los que les chirríe el concepto de académico, tan solo recordarles que, a mayor bagaje de conocimientos y capacidad de movilización de los mismos, obtendremos personas más formadas, capaces y críticas.
Nos sentiríamos más motivados y aumentaría nuestra satisfacción laboral. No participar en el diseño de las políticas educativas y vernos obligados a aplicar ciertas cosas, totalmente absurdas, de panfletos en formato articulado legislativo, hace que nuestra motivación se reduzca. Otra cuestión sería que viéramos que la política educativa se ha diseñado teniendo en cuenta las necesidades reales del alumnado, huyera de los papeles sin sentido (léase burocracia, otro de los grandes males del sistema educativo actual) y se nos hubiera tenido en cuenta en su concepción.
Mejoraría la calidad educativa. Si los docentes, con las ideas y experiencias que tenemos en la mochila, sabiendo que hay experimentos que funcionan y otros que no, podríamos marcar una línea básica de mejora educativa. Mucho más allá del concepto perverso de la innovación porque, al final, ¿qué es más innovador que lo que funciona? Si algo funciona y los docentes reconocen, de forma mayoritaria que funciona, por qué cambiarlo. Las políticas educativas, si permitieran la participación de los docentes (más allá de un paripé), se alejarían de modelo del elefante en una cacharrería. Lo más innovador, insisto en ello, no depende lo moderno que sea o la herramienta que se use.
Aumentaría la coherencia en el sistema educativo. La participación de los docentes en la elaboración de políticas educativas contribuiría a la coherencia y articulación del sistema educativo. Al tener una visión amplia y global de la educación, podríamos identificar las necesidades de los diferentes niveles y etapas educativas, promoviendo una mejor transición entre ellos. ¿Consultaron a algún docente cuando hicieron la aberración de poner al alumnado de séptimo y octavo de EGB en los institutos? Ya os digo yo que no. O si lo hicieron, lo hicieron solo a esa minoría, elegida a dedo por estar de acuerdo con esa política. Si ahora se hiciera una votación (no solo) entre docentes, la mayoría estarían de acuerdo en volver a la estructura anterior. Ojo, me estoy refiriendo a la estructura de las etapas, no al modelo anterior. Que nos conocemos. Y ya voy intuyo por dónde ibais a ir algunos.
Se promovería la colaboración entre docentes. La participación de los docentes en la toma de decisiones facilitaría la colaboración y el intercambio de buenas prácticas. Estas colaboraciones podrían mejorar la calidad de la enseñanza y enriquecer el desarrollo profesional, tanto a nivel individual como colectivo.
Se incrementaría la confianza y credibilidad del sistema educativo. Involucrar a los docentes en el diseño de las políticas educativas aumenta la confianza y credibilidad del sistema educativo. Al tomar en cuenta muestras opiniones y propuestas, se demostraría respeto por nuestra labor y se fortalecería el sentido de profesionalismo en el ámbito educativo.
Sería importantísimo reconocer y valorar el papel fundamental que desempeñan los docentes y garantizar que fuéramos parte integral de la toma de decisiones que afectan su labor diaria. Sin duda, el trabajo conjunto entre docentes y responsables de las políticas educativas es la clave para lograr una educación de calidad y equitativa para todos.
Y, finalmente algo que no quiero que se me quede en el tintero. Es importante destacar que la participación de los docentes en el diseño de políticas educativas no significa que seamos los únicos responsables de tomar decisiones. La participación debe ser vista como un proceso de colaboración, en el cual se tomen en cuenta las opiniones y perspectivas de todos los actores involucrados en la educación, incluyendo a los docentes, familias, alumnado y expertos en investigación educativa. Es que es de cajón.
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