Nigromancia y nigromantes. Metodologías, postuladas por algunos y alegremente difundidas por los medios y las redes sociales, que van en contra de todas las investigaciones científicas. Cruzados, francotiradores, monjas y un auténtico desfile de personajes, a los que sumamos aulas en las que se hace imposible ver heterogeneidad. Y, en muchas ocasiones, fotografías puntuales de determinadas prácticas educativas que retrotraen la educación a épocas que muchos pensábamos que ya habíamos superado. La educación tiene su lado oscuro. Un lado oscuro plagado de intereses económicos, eslóganes repetidos hasta la saciedad totalmente descontextualizados y más falsos que un billete del monopoly e, incluso profesionales que desprecian el conocimiento por ser incapaces de leer más allá del titular de una noticia de su medio ideológico. En educación hay de todo, tal y como sucede en otras profesiones. Profesionales muy buenos y muy malos. La mayoría hacen su trabajo lo mejor que pueden o saben. Una minoría, buscando los resquicios del sistema, para hacer lo que les dé la gana porque, por lo visto la profesión no va con ellos.
Uno no aprende ni memoriza. El alumnado siempre al margen de las propuestas salvo para colgarse medallas algunos dicendo lo bien que lo hacen. Egos en superlativo. Trabajos, en forma de proyectos más o menos molones, mandados al alumnado para engrandecer al docente mediático. Una mediatización que algunos ansían y buscan con ahínco. Si hasta hay algunos que venden los deberes como metodología innovadora por cambiar hacer sumas por ver un vídeo del docente haciendo sumas. Todo muy bonito y adornado gracias a unas TIC que, en ocasiones, son más perversas que coadyuvantes con el aprendizaje. (con ganas de serlo y practicar su necesidad de exposición pública). Hay alumnos en el aula y el objetivo de todos los profesionales que están en ella es conseguir que su alumnado aprenda. No que el docente se ponga medallas ni salga en los medios. Algo que se le está olvidando últimamente a más de uno. Por cierto, nadie sale en los medios si uno no quiere. Que no nos vendan milongas algunos. Se sale bailando en pijama porque yo quiero salir bailando en pijama. No se entrevista a nadie si uno no quiere ser entrevistado. Es de primero de lógica y de inicial de sentido común.
Queda muy bien también decidir que cada alumno, al igual que como sucedía en esos libros que ibas eligiendo el camino por el que seguir, debe elegir cómo y cuándo aprender. Lástima que el alumnado no se regule solo. Lástima que la función del docente sea la de guiarles en el camino y seleccionarlo para favorecer su aprendizaje. A ver, que este tipo de elección y autonomía salta por los aires en todas las aulas. Sí, incluso en aquellas que tienen al alumnado más filtrado. Con la diferencia que el alumnado de estas últimas tendrá apoyo familiar importante detrás. Montar el aula a la manera de uno solo sirve para ir en contra, tanto del aprendizaje de los que tienes delante, como de tu profesionalidad.
Pervertir las TIC para convertirlas en herramientas de sumisión bajo el mantra de ser propuestas innovadoras también es de traca. Las TIC no atienden a la individualidad por ellas mismas. Excluyen más que incluyen. Especialmente si no se planifican bien. Lo hemos visto en el confinamiento. Los cierres de los centros educativos no perjudican a los más fuertes. Perjudican a los más débiles. Al igual que sucede con el espectáculo educativo. No perjudica a las clases pudientes ni al “buen” alumnado. Perjudica todos ya sabemos a quién. El problema es que esas familias no van a proceder a la quema de ese docente que experimenta con sus hijos e hijas porque, en muchos casos, el docente innovador (en el mal sentido del concepto) para evitar problemas acaba aprobando a todo el mundo porque no tiene manera de justificar otra cosa. Ni cara a la administración, ni cara a su alumnado.
El problema es que el espectáculo no solo se restringe, como he dicho antes, a los centros educativos a los que van familias con posibles. No son solo las escuelas basadas en supuestas apariciones ante pastorcillos o sábanas con rostros que el carbono 14 se ha encargado de demostrar que son falsas. Son últimamente también las escuelas públicas, con alumnado más heterogéneo y al que acostumbra a ir el procedente de familias con muchos problemas socioeconómicos y culturales, los que entran en esa negrura pedagógica. Siempre avalada por tipos que, desde púlpitos cada vez más altos montados en sus torres de marfil, venden determinadas cosas. En nuestro país siempre hemos sido de encumbrar a tonadilleras, toreros, futbolistas y participantes de la Isla de las Tentaciones. Se vende muy bien en una sociedad embrutecida. Y como más embrutecida más venta de lo anterior. Un síntoma de los tiempos que va calando, lamentablemente, en personas que supuestamente tienen una cierta cultura. Digo supuestamente porque, al igual que un docente puede ser un cero a la izquierda en cultura, también puede serlo un médico, juez o cualquier otra profesión que se os pueda pasar por la cabeza. El hábito no hace al monje. Hay suficientes evidencias de ello.
Por suerte este discurso del espectáculo no llega en su totalidad a las personas que tienen poder para firmar órdenes y contraórdenes. Ahí pesa más la ideología. Los votos futuros o determinadas líneas rojas que, al final se vuelven muy verdes. El problema es que legislar sin saber qué sucede es contraproducente. No solo en el ámbito educativo. Un ámbito que tampoco no es el más susceptible al espectáculo ya que estamos cansados de ver tiktoks de policías de uniforme y personal sanitario en su horario laboral haciendo gilipolleces cara a la galería. De malos profesionales y malas praxis hay en todas partes. Especialmente preocupante en profesionales pagados con dinero público. Eso sí, ¿dónde está el que debe llamarles la atención? Pues haciendo otro tiktok.
Querer trabajar lo menos posible para ganar lo máximo no es malo. Tampoco lo es estar en un trabajo por cuestiones personales que tienen poco que ver con la vocación de uno. Lo de que el trabajo forja el espíritu lo inventó alguien que trabajaba muy poco. Lo importante es ser un buen profesional. En docencia, tan bueno o malo puede ser un docente vocacional como uno vacacional. Lo que chirría es que los que van de vocacionales son los que más caen en el lado oscuro de la Educación Basada en Espectáculo (EBE). Los que menos leen normativa. Los que más van a su puñetera bola. Los que no admiten ningún tipo de pero a lo que están haciendo porque trasladan ese ataque a lo personal cuando, al final lo que les están diciendo es que empiecen a hacer su trabajo. No admiten crítica ninguna. Ni ellos ni su club de fans. Bueno, más bien su club de fanáticos. Es que el espectáculo tiene muchos fanáticos. Al igual que sucede en el mundo audiovisual. Hay directores de cine intocables para algunos. Extrapolable fácilmente a la política. Solo hace falta pasarse por las redes sociales. Redes que, más que sociales, se convierten por demasiados en ruidos ideológicos de nula objetividad.
Valorar a un docente por la cantidad de premios que recibe, materiales que publique (en abierto o bajo copyright), los chiringuitos que se monte, los libros que escriba, la cantidad de ponencias en las que participe o el número de festivos que dedique a su profesión, no es de recibo. No tiene ningún sentido. Lo único que permite saber si uno es un buen o mal profesional es lo que sucede en su horario laboral. Y eso es válido para docentes, camioneros, personal de limpieza u odontólogos. He puesto las primeras profesiones que se me han venido a la cabeza. No busquéis nada oculto en ello. Mayor burocracia tampoco implica mejor profesionalidad. Otra cuestión es la evaluación profesional del trabajo de uno. Algo imprescindible si queremos mejorar algo. Implícita y explícitamente.
Complicar lo innecesario, mediante diferentes metodologías o herramientas, que lo único que hacen es añadir colorines o humo más o menos bonito a un aprendizaje que no mejora, no tiene ningún sentido. Por muy espectacular que sea. Por muy vendible que sea en los medios. Por mucho ego que incremente para el docente que lo haga. El yoísmo tiene de sano entre poco y nada. Salvo que vivas de ello. Entonces podemos disculparlo, pero jamás relacionarlo con mejoras salvo para el interfecto que se lucra con ello.
Los docentes y las personas que nos dedicamos a la educación fuera del aula, no somos seres mitológicos ni superhéroes. Hay vida fuera de la profesión. Familia en muchos casos. Hacemos la compra, damos paseos y, a veces, vamos al cine. Nos gusta leer. Y nos apetece más no trabajar que trabajar. Bueno, ahora poco podemos hacer hasta que la pesadilla acabe, pero ya estamos viendo la luz al final del túnel para poder volver a nuestras cosas. La profesión es una ínfima parte de ello. Es que lo de mediatizar, incluso por parte de algunos de esos compañeros que salen en los medios, que debemos estar a full time en nuestra profesión, o trabajan poco o, simplemente, tienen un problema importante en su vida personal. La vida se busca y si sabes buscar se encuentra. Insisto, no solo aplicable al ámbito educativo pero, por desgracia, es en el que más se cae en este discurso. A ningún albañil se le ocurre poner ladrillos cuando ha acabado su jornada laboral. Ni tampoco he visto a ningún cajero de un supermercado decir a su jefe que va a trabajar gratis todo el fin de semana, sin cobrar, porque le encanta reponer productos en las estanterías. No me vengáis algunos con lo de la diferencia de nuestra profesión con las demás. De eslóganes baratos algunos ya estamos servidos.
Más allá del puro espectáculo, en las aulas suceden cosas. Y no todas interesantes, vendibles o, simplemente, mediatizables. Hay centros educativos que se están convirtiendo en germen de problemas sociales futuros. Hay muchos docentes que hacen cosas, para y por su alumnado, sin importarles qué van a sacar de ello o buscando una foto. Hay mucha investigación educativa seria que, por lo visto, acaba escociendo a aquellos que defienden su homeopatía educativa que solo validan los miembros de su clan. Hay, en definitiva, mucha vida más allá de aquellos que no voy a nombrar aquí, que todos conocemos y que salen un día sí y al otro también en los medios para dar recetas mágicas sobre temas educativos.
Los milagros, al igual que el espectáculo, debería estar restringido a su ámbito de consumo. En el primer caso a la necesidad de creer en ellos de algunos y, en el segundo, a profesiones cuyo resultado depende de cuánto espectáculo sepan orquestar.
Disculpad el rollo pero hoy he dormido bien y me he despertado con muchas ganas de ir escribiendo ciertas cosas que me pasan por la cabeza. Eso sí, como siempre digo, el caso que debe hacerse a lo que escribo es entre poco y nada. Es domingo y estas líneas valen lo mismo que cualquier sermón dominical impartido desde determinados lugares. 😉
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excelente reflexión me encanta las personas que hablen con la verdad y directo al objetivo ,será de mucha importancia en el diario vivir y laboral