Estamos inmersos en un permanente TikTok educativo. No hay día en el que no aparezcan noticias en los medios en las que, fundiendo lo peor del péplum y la serie más low cost de Netflix, se dé una determinada visión épica acerca de metodologías imposibles, alumnado que solo pueden ser actores que saben muy bien su guion, encuadres muy bien diseñados y hechos que, curiosamente, siempre acaban arrancando algún aplauso o alguna lagrimilla.
En estos últimos días hemos conocido, de nuevo, el reto de aplaudir a alguien que se jubila en un centro educativo, ampliamente viralizado por los medios de comunicación. La educación y todo lo que rodea como espectáculo. Y esto no es algo nuevo. Es como aquel reto de bailar con bolsas de basura en la cabeza, introducir hielo por el cogote o, actualmente, hacer unos bailes de lo más cutres enseñando, a ser posible, mucho cacho, por parte de adolescentes que no deberían tener cuenta en las redes sociales. Lo más triste del asunto es que, en muchas ocasiones, en esos vídeos aparecen también los padres de los niños y niñas. Lo sé, hay familias a las que se les ha ido la pinza. Son las más viralizadas pero, por suerte, son una auténtica minoría. Bueno, todavía recuerdo aquella madre que se fue a hacer un tatuaje de los Gemeliers con su hija de trece años. En la viña del señor hay de todo y más.
La educación tiene, a mi entender, muy poco de épica. Tiene mucho de pico y pala. De hacer las cosas en el aula procurando que tu alumnado, cada uno con sus necesidades y mochila, pueda aprender algo. Intentar mantener el orden en clases cada vez más heterogéneas. Pero, por suerte, los que pueden aprender, acaban aprendiendo. Al menos la mayoría de ellos. Y otros tienen la gran suerte de tener familias que les apoyan hasta el infinito y más allá. No, el aula no debe luchar contra las mochilas. Debe procurar que, con independencia de las mochilas, todos tengan las mismas oportunidades de aprender dentro de ella. Bueno, sabemos que no las van a tener, pero que no sea por nosotros como profesionales de la docencia.
Cuando tienes alumnado que no tiene acceso a recursos básicos, lo de dedicarte a publicar fotos de alguna actividad que haces para difundirla en tu cuenta personal de las redes sociales, aparte de ser delito, lo único que indica es en qué estás más interesado. Lógico que con tanto bombardeo de «la necesidad de publicar» y «hacerte un espacio como docente guay» haya, por desgracia, más proliferación de docentes que se preocupan más en la épica y en la estética que en ensuciarse en el barro. Bueno, se ensucian igual que los demás pero, cara al exterior venden que siempre acaban impolutos. Si tu alumnado pinta en el aula, por lógica ellos acaban sucios y tú también. Eso sí, las fotos de actividades de eso tipo que algunos publican, parece que sea de alumnado con ropa que acaba de salir de la secadora. Creo que me explico bastante bien.
Hay personajes que hacen mucho daño convirtiendo la educación en épica y mediatización. Hay medios especializados en la crónica rosa de lo que sucede dentro del aula. Cualquier barbaridad que se le ocurra a un docente tendrá portadas garantizadas. Además conllevará un determinado número de aplausos por el respetable. Es que el espectáculo se vende muy bien. El aula y el día a día, se vende mucho peor. Eso sí, no olvidemos que pasar de héroe a villano es un proceso muy rápido. Entre publicar dibujos y aplaudir rabiosamente a los sanitarios a insultarlos abiertamente en las colas de los centros de salud no ha pasado tanto tiempo. Quizás es que la épica solo puede mantenerse temporalmente. Quizás es que, al final, el objetivo no sea más allá que, como he dicho antes, ensuciarse mientras se hace. La educación es un trabajo más de hacer que de vender. Lo otro es lo que ya sabemos todos.
Los héroes y la épica lo dejaría para el péplum y todos sus derivados posteriores de Netflix u otra de esas plataformas que todos consumimos en diferente proporción. Al menos esa es mi opinión.
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