Hay dos afirmaciones que, no por ser constantemente repetidas en muchos foros, dejan de ser falsas. Dos afirmaciones muy relacionadas con el uso de la tecnología en el aula basadas en unas premisas incorrectas que se han demostrado, de forma empírica, completamente falsas.
Existe un vídeo en Youtube, publicado hace casi una década, donde se muestra cómo los chavales de hoy en día reaccionan frente a tecnología obsoleta (en este caso frente a un equipo informático de finales de los ochenta). Un vídeo que tiene mucho que ver con las dos falsedades que comento al principio del artículo.
En el vídeo se observa la dificultad de los chavales y su sorpresa, acostumbrados a equipos mucho más modernos y al uso de dispositivos táctiles, al verse frente a un armatoste de los que más de uno hemos conocido, con suerte, en nuestros domicilios y aulas de informática (en caso que en nuestro centro educativo tuviéramos, cuando estudiábamos, la suerte de tener una). Una dificultad que, seguramente, van a tener los chavales dentro de veinte años cuando se enfrenten con la tecnología actual. Algo que debería hacernos reflexionar sobre las siguientes afirmaciones:
- Necesitamos introducir lo último, a nivel tecnológico, en las aulas porque es el futuro y no podemos enseñar con herramientas del pasado.
- Debemos preparar al alumnado con las herramientas que se va a encontrar en su vida laboral.
¿Nadie ha oído nunca las afirmaciones anteriores en determinados foros educativos? No me lo creo. Son un par de mantras que están haciendo mucho daño. Más aún cuando, dotar a esas afirmaciones de una capa de veracidad, implica un error en la concepción del sistema educativo. Tecnocentrismo basado en futuribles y en realidades actuales demasiado variables a lo largo del tiempo.
Dentro de unos años la tecnología, a nivel de elementos tecnológicos y programas, poco tendrá que ver con lo que existe actualmente. Nadie puede predecir, con la evolución constante a la que está sometido el sector tecnológico, lo que nos vamos a encontrar en nuestros centros de trabajo ni, tan sólo, el tipo de sociedad imperante (¿quién dice que no se haya vuelto a los orígenes?).
Muchos empezamos con equipos lentos, basados en programas que hoy en día nadie usa, y nos hemos adaptado a lo que nos hemos ido encontrando. Nadie sabía usar móviles táctiles y ahora los problemas los tenemos cuando debemos usar el teclado. Nadie se planteaba que la comunicación online bidireccional fuera tan sencilla y hoy nos cuesta prescindir de ella. Patrones que no podemos predecir. Situaciones que tienen poco de controlables.
Es por lo anterior que resulta absurdo mantener el discurso de que en nuestras aulas debemos tener lo último en tecnología. Necesitamos una tecnología que nos cubra nuestras necesidades (algo que, por cierto, hace con creces equipos de hace diez años que estamos retirando a almacenes cada vez más llenos de polvo). Necesitamos un discurso que no se centre en el tecnocentrismo y en la novedad. Necesitamos saber que usemos el dispositivo que usemos tiene la misma relevancia para el futuro de los chavales.
En referencia a las herramientas, lo mismo que lo anterior. Preparar al alumnado para que usen una determinada herramienta que, en el momento actual puede solucionar sus problemas, no puede inferir que la misma sea la que van a usar en el futuro. Por tanto, al igual que con el aparato, la herramienta es sólo un medio. Un medio en el cual no debemos centrar el aprendizaje. Un medio que poco tendrá que ver con lo que se va a usar en un futuro.
Dentro de veinticinco años me gustaría ver qué ha pasado con lo que ahora consideramos la última moda tecnológica. Eso sí, estoy seguro de que en esa época seguirán existiendo los mismos que defienden lo último como necesidad imperiosa de ser implementado en nuestras aulas.
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Totalmente de acuerdo. Supongo que tras tanta insistencia en usar tecnología como si no hubiese un mañana hay claros intereses comerciales a nivel inmediato (vender cacharrería a los centros y a las familias ya mismo) y a nivel futuro (crear ciudadanos tecno-dependientes). Y también entra en juego el ego de muchos docentes ávudos de venderse en redes sociales como «innovadores». Una pena todo porque esto no beneficia al chavalerío para nada.
Los intereses saltan a la vista. Eso sí, siempre se encubren bajo determinados discursos buenistas del tema. Un saludo.