Hace días que no escribo. No es por falta de ganas ni temas acerca de los que escribir. Escribir sobre temas educativos es como tener a tu disposición un número infinito de cuestiones a poner sobre el tapete y, como dicen algunos, otras muchas debajo de él. Pero, por desgracia, los tiempos son los que son y, lamentablemente, hay momentos de mayor presión profesional y otros en los que, más relajado, puedes permitirte, con menos cansancio acumulado, dejar volar un poco los dedos por el teclado y sacar algunas cosas.

Hoy, escuchando de fondo la canción The Loneliest del grupo Måneskin, me he puesto manos a la obra para hablar de otro emocionante capítulo del espectáculo educativo. Un espectáculo formado, entre otros, por los que han decidido que la verdadera aventura educativa es dar la batalla cultural e ideológica en las aulas. Porque, para ellos, es mucho más sencillo adoctrinar que educar. Y, seamos sinceros, hay algunos que cuando les quitas su discurso ideológico tan solo existe la nada. No esa nada recuperable por Atreyu. Una nada sin posibilidad de ser recuperada.

Existen guerreros ideológicos, adalides de dar la batalla ideológica escondida bajo una supuesta batalla cultural, que han decidido que la escuela es su campo de batalla personal. Llegan armados con sus frases infladas y su retórica deslumbrante, listos para moldear mentes jóvenes con sus creencias. No es tan difícil imponer una ideología. Lo complicado, lo verdaderamente desafiante, es lograr que los alumnos aprendan de verdad.

Hablemos de la famosa pedagogía suflé. Esa maravillosa técnica de llenar el aire con palabras bonitas y conceptos vacíos. Estos gurús que, en su mayoría, nunca han pisado un aula real de esas de las que tanto hablan, mencionan y pontifican, se han convertido en los héroes de esta narrativa. Su misión: decorar la educación con frases impresionantes que, en el fondo, no significan nada. Porque, claro, citar a Freire es mucho más fácil que enfrentarse a la cruda realidad de la enseñanza diaria. Ya no digamos crear artículos para determinados medios ideológicos mediante chatGPT. Es que esos textos no es que huelan a inteligencia artificial. Es que hieden a ella.

Luego están los datos y las evidencias, esos pequeños detalles que algunos prefieren ignorar. En un mundo perfecto, la mejora educativa se basaría en investigaciones sólidas y muchos datos. Pero, ¿por qué complicarnos la vida con datos cuando podemos usar la pedagogía suflé? Una pedagogía que obvia los puentes sólidos hacia el conocimiento, no estructuras de papel maché que se desmoronan a la primera tormenta.

Al final del día, de la semana, de cualquier etapa educativa, la verdadera educación no es una batalla ideológica, sino una búsqueda de la verdad y el conocimiento. Lo fácil es imponer una ideología. Lo difícil es lograr que los estudiantes piensen por sí mismos y desarrollen un conocimiento profundo y duradero. El problema es que algunos están más centrados en imponer lo primero y dar supuestas batallas culturales, enarbolando banderas de ideologías residuales, que apostar por ese alumnado que necesita un presente de aprendizajes al margen de una camiseta con la cara de alguien que hace o hizo mucho daño en su momento.

Los muros cayeron en su momento. La gente siempre ha intentado escapar en la misma dirección. Y eso será por algo…

La batalla se da en el aula contando con toda la comunidad educativa. Una batalla que, para desgracia de algunos que ya se han bajado la careta, se pierde continuamente y lleva, por mucho que lo intenten, a una revolución de esas que no les gustan. Una revolución para devolver parte de lo que algunos llevan quitando desde hace mucho. Una revolución para que las familias puedan decidir, los docentes mejorar y el alumnado tener un futuro con independencia de su situación de partida. El ascensor social funcionaba mal cuando yo estudiaba pero, curiosamente, ahora se lo han cargado los mismos que llevan años pidiendo priorizar la batalla cultural e ideológica frente al aprendizaje.

Del resistir y del no pasarán se lo han apropiado unos. Otros nos debemos de apropiar de algo mucho más importante… del aprendizaje y del futuro de nuestro alumnado.

No L., por mucho que insistas que hable de ti no voy a hacerlo. Tengo algunas líneas rojas. 😉


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