Lo que habría ser de sentido común no lo es. Hay una proliferación de autodenominados expertos, que lo son en función de haber recibido un determinado servicio, consumido un determinado producto o, simplemente, haberse leído por encima las declaraciones de su medio afín ideológicamente o de su personaje más creído, normalmente con cargo político o participante en alguno de esos programas del corazón, que hace en las redes sociales. Lo de las macrogranjas y la gran cantidad de expertos, que han surgido acerca de ganadería intensiva y extensiva en los últimos días, ya es de traca. Y, sinceramente, da mucha pena. Da mucha pena que, alguien cuyo conocimiento acerca de ganadería sea comerse hamburguesas del McDonald’s o haberse declarado vegano, pretenda ponerse el birrete de experto 2.0 en ese campo.
Reconozco que las limitaciones que tenemos en muchos ámbitos sean imposibles de digerir para algunos. Es por ello por lo que estoy convencido de la proliferación de cuñados, con diferente grado de incultura o cerrazón ideológica, que quieran saber de todo. Los cuñados, gracias a las redes sociales, han pasado de argumentar sin argumentos en las comidas navideñas o en el bar a hacerlo, de forma muy alterada, en las redes sociales. Y se ponen al mismo nivel que los que tienen una formación y/o experiencia en el campo. Incluso, en ocasiones, creen tener mucha más razón que los verdaderos expertos. A ver, que haberte vacunado o no, no te hace experto en vacunas. Ni en salud pública. Ni en industria farmacéutica. Es que es de cajón. O debería serlo.
Como docente, con veinticinco años de experiencia en aula, tengo más conocimiento acerca del sistema educativo o de pedagogía que uno por haber estudiado cuando era joven. Incluso más que cualquiera de mi alumnado. Ya no digamos de las familias de ese alumnado. No, no se puede comparar el conocimiento que tengo con el que tiene alguien que no trabaja en docencia o realiza investigación en ese campo. Haber recibido el servicio educativo no te hace experto en educación. Tampoco la ideología. Ni salir en más o menos medios hablando del tema. Y aún teniendo experiencia, formación y mucha investigación realizada a cuestas, puedes equivocarte dando recetas o ejerciendo tu profesión. Así que imaginaos sin tener ni idea y solo guiándote por el primer resultado que aparece en Google, el titular que has comprado o la afirmación que hace un abogado, la exmujer de un torero o un político en Twitter, la validez de las argumentaciones…
Es muy incómodo, seguramente, no poder poner cucharada en todo. A todos nos gusta (incluso a mí) poner nuestro granito de arena en ciertos debates, aunque no tengamos demasiado claro ni el objeto del debate, ni tengamos conocimientos científicos o técnicos del mismo. Ahora ya podemos debatir en horizontalidad gracias a las redes sociales. Se ha amplificado nuestro discurso cuñado hasta límites inimaginables hace tan solo una década. Y, lo más curioso es que los medios de comunicación más tradicionales, también acaban poniendo al mismo nivel de conocimiento al que paga la cuota a Greepeace, una adolescente que chilla, uno que abraza árboles, uno que tira las cartas o al político que se hace la foto con un trozo de carbón que a un ingeniero de una central nuclear, un biotecnólogo, un ingeniero de montes o cualquier especialista de un ámbito profesional concreto. Y así nos va.
Para hablar de algo con propiedad hay que saber. El problema es que algunos se dejan llevar por la ideología, sus creencias o, simplemente porque les apetece meter el hocico en debates. No sería un problema si no hubiera gente que cree en lo que le dicen esos tertulianos polivalentes. No sería tampoco un problema si la gente no buscara el primer resultado en Google para reafirmarse en sus argumentos. No sería, en definitiva, ningún problema si todos diferenciáramos de una vez al especialista del cuñado. El problema es que, en demasiadas ocasiones, el cuñado acaba considerando especialista a otro cuñado. Más aún si dicho cuñado tiene una cierta visibilidad en los medios o en las redes sociales. Si uno sale en la televisión cada día para hablar de un determinado tema ya se le otorga el birrete de experto. El problema es que los verdaderos expertos, especialmente en temas clave, tienen mucho trabajo y poco tiempo para poder hablar un día de las causas del precio de la electricidad y, al siguiente, del funcionamiento de las vacunas de ARN mensajero.
Comer carne no te hace experto en ganadería. Y eso es algo que conviene tatuárselo uno a fuego.