No hace falta un gran acontecimiento. A veces solo basta un gesto. Una conversación breve. Un correo que no esperabas. Una llamada. O ni eso. A veces todo cambia con un silencio. De esos que lo dicen todo sin que nadie pronuncie una sola palabra.

La vida no avisa. No da señales claras. No pregunta si te viene bien.

Simplemente, cambia.

Y tú, que llevabas años convencido de tenerlo todo más o menos bajo control, descubres que no. Que el suelo también se puede mover sin terremoto.

Hay personas que entran en tu vida y, sin saber cómo, lo desmontan todo para volver a colocarlo mejor. Y otras que se van sin previo aviso. Como si nunca hubieran estado. No hace falta que sean personas, pueden ser otro tipo de elementos (la salud, el trabajo, etc.) que incidan en nuestro día a día.

A veces todo mejora en un suspiro. Y otras, se va al traste con la misma velocidad.

Y no siempre hay drama, ni alegría eufórica.

A veces solo hay un cansancio raro. O una ligereza nueva. O ese momento en que te pillas sonriendo sin saber por qué.

O llorando sin saber tampoco por qué.

Porque algo se ha movido.

Porque algo ha cambiado.

Y lo que ayer parecía inamovible, hoy ya no te sirve.

La rutina de siempre empieza a pesar.

Las certezas se agrietan.

O al revés… lo que antes era caos empieza a tener sentido.

Una brújula interna, sin GPS ni instrucciones, empieza a marcar un norte distinto.

Cambian personas o se recolocan.

Cambian necesidades.

Cambia lo que puedes dar.

Y a veces duele. Porque hay partes de ti que ya no encajan. Porque hay cosas que se quedan atrás. Porque da vértigo moverse sin mapa.

Pero es vida.

Porque si algo tiene la vida, es que no se deja domar.

Ni planificar del todo.

Ni predecir con Excel ni agenda.

A veces necesitas que todo se rompa para entender que estabas viviendo a medias.

O que algo muy simple, muy pequeño, muy cotidiano… te sacuda más que cualquier discurso bien escrito.

Y no sabes cómo contarlo, porque no se trata de explicar. Se trata de sentir.

Así de tonto. Así de profundo. Así de jodidamente humano.

No sé en qué momento estás tú. Sí, me estoy dirigiendo a ti. Al que me estás leyendo casi siempre o que te has pasado, de casualidad, por aquí.

No sé si te encuentras. Si te estás perdiendo. Si ya no quieres volver a donde estabas.

Pero si algo he aprendido a lo largo de mi vida es que todo puede cambiar.

Para bien. Para mal. Para bien otra vez.

Y que lo importante no es que no pase.

Lo importante es qué haces cuando pasa.

Y si puedes mirar hacia atrás, un día, y decir: “no lo vi venir, pero menos mal que vino”.

Todo lo que he escrito hoy, en otro día de insomnio (¡y ya van…!), es una simple reflexión acerca de algo que puede aplicarse también a la educación porque, en ocasiones, perder ciertas ideas preconcebidas o hacer ciertas cosas, en detrimento de otras que parecían inamovibles, trae consigo muchas sensaciones. Sensaciones que, conforme vas evolucionando y aprendiendo, pasan por todas las etapas antes de llegar a su aceptación y felicidad por haber hecho ese cambio. La educación, como he dicho siempre, no es nada más que una parte de un todo.


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.

1 comment
Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

You May Also Like
Leer Más

XarxaTIC Reborn

Facebook Twitter Telegram WhatsApp EmailLa verdad es que hacía mucho tiempo que me apetecía empezar de cero. Ya…