Llevo veintitrés años de aula y en nada voy a cumplir cuatro, realizados de forma intermitente, fuera de ella. Sí, los números cuadran. Entré a trabajar haciendo sustituciones, por tanto mi primer año fue tan solo parcial y por eso cumplo los años de experiencia en noviembre. Y ello me permite, por suerte, tener una visión bastante amplia acerca del sistema educativo.
El problema es que en el ámbito educativo hay algunos que han encontrado un filón, contando con nula experiencia profesional en las aulas salvo cuando estudiaron, para hacerse un hueco como evangelizadores de algo que desconocen. Uno puede leer veinte mil libros acerca de cómo abordar una intervención quirúrgica y, por desgracia, ser incapaz de realizar dicha operación. Ojo. No estoy diciendo que esas personas que jamás pisan quirófano no tengan nada que aportar. Estoy hablando de sus limitaciones a la hora de hacer ciertas cosas.
Así pues, permitidme reflexionar un poco acerca de esto. Y mezclarlo, claro está, con unas redes sociales cada vez más tóxicas en las que, por desgracia, hasta un buenos días puede ser objeto de pantallazo por parte de un pedagogo en alguna de esas cuentas B que se ha creado para intentar hacer daño a todos los que no piensan como él.
En la era de la información, donde el conocimiento debería ser más accesible que nunca, hemos presenciado una curiosa mutación en la discusión educativa. Antes los debates se enriquecían, había un montón de docentes publicando materiales, se daban datos, investigaciones y cuando, en algún momento, alguien cuestionaba algo, se hacía de una forma más educada. Bueno, quizás no fuera nunca así, pero mi memoria es lo que recuerda.
Hoy los debates educativos ponen al mismo nivel a un pedagogo condescendiente cuando habla de la atención al alumnado en un aula de cuarto de Primaria, que al maestro que lleva más de veinte años dentro de la misma atesorando experiencia. El primero usa, a falta de argumentos o experiencia, capturas de pantalla descontextualizadas, memes o peor aún, insultos velados. Esta es la capacidad de algunos. Es que, sinceramente, ¿qué capacidad puede tener para debatir acerca de la realidad de las aulas alguien que solo las pisa, con suerte, de visita?
¿Por qué ha ocurrido esto? ¿Por qué el debate ha pasado de la tiza a las publicaciones de las redes sociales? Pues porque quizás sea más fácil publicar desde un teclado un tuit o hacer un vídeo para Instagram o Tiktok que hablar del trabajo desde donde se ejerce el mismo. Quizás es que los del pico-pala no tienen tiempo para tirar de pantallazos, de noticias sensacionalistas. Quizás es que el personal, salvo cuatro que, aunque tengan mucha difusión, no pintan nada en ningún sitio salvo en los lugares a los que van cobrando un pastizal, está para lo que ha de estar. Es que lo de pasar de «Sócrates dijo» a «Fulano tuiteó»…. no creo que sea un avance de ningún tipo.
La apología política también se ha colado en el mundillo digital. ¿Qué tiene que ver la última política del gobierno con la fotosíntesis? ¿Qué tiene que ver un logaritmo con los derechos humanos? No mucho, pero ahí están algunos, mezclando su ideología con el simple hecho de realizar una suma, como si el mundo fuera un batido de verdades absolutas. Verdades absolutas que, curiosamente, siempre son las suyas.
Y luego están los clásicos: el ad hominem, el hombre de paja y la condescendencia. «Si no entiendes mi punto de vista es porque eres un neardental digital», «es que eres un profesaurio», «carca», «facha», «retrógrado». En lugar de elevar el debate, algunos prefieren rebajar al oponente. Es como si en una partida de ajedrez, en lugar de mover tus piezas, decides insultar al rey del otro bando. No va a ganar la partida pero, a lo mejor se siente superior. Debe ser eso.
Pero vamos, no todo está perdido. La crítica es vital. Sin crítica no hay mejora. Pero, ¿qué tipo de crítica? ¿Quién puede hacer esa crítica? Pues la crítica debe aportar, desarrollar y proponer, además de hacer pensar. Si la única crítica es la de oponerse a lo que piensan los docentes de aula desde una torre de marfil no tiene ningún sentido. Buscar la tensión y el enfrentamiento como fin último, lo único que consigue es acabar quemando la biblioteca. Y quemar o reescribir libros, aunque a algunos les encanten ambas cosas, tiene sus consecuencias.
En el circo digital, donde algunos pretenden ponerse al mismo nivel que un docente de aula, curtido y mojado por diferentes mares en los que ha navegado, uno puede elegir ser el payaso o el domador. Es crucial recordar que la educación no se mejora por ganar en un debate. Ni tampoco se mejora por hacer más ruido ni ir a ver al gurú de turno que, curiosamente y salvo honrosas excepciones, siempre acaba siendo el que menos sabe de la realidad de lo que sucede en las aulas.
Es imprescindible contar con el aporte de los que no usan la tiza. Eso sí, siempre teniendo en cuenta que, al final, ese aporte, debe darse vía investigaciones. No vale un relato, ni una publicación en las redes sociales. Tampoco el haber escrito uno o varios libros sobre educación desde una vitrina en la que observa como la realidad sucede al otro lado. Hay que vivirla. O contar con gente que la viva. Y eso es innegociable.
Así que, la próxima vez que veas a alguien usando un insulto, una condescendencia o cualquier publicación en las redes sociales o contestando a una entrevista en los medios, pregúntate: ¿Quién es? ¿Qué sabe de educación? ¿Se trata de alguien que puede aportarnos algo en nuestro devenir profesional? Porque, tal y como supuestamente dijo aquel sabio, que no era tuitero, sino Sócrates, «todo lo que sé es que no sé nada». Pero, al menos, a diferencia de estos titiriteros, él sabía cómo y a quién preguntar para aprender.
Nada. No me hagáis caso. Seguro que alguien que jamás ha dado clase en etapas obligatorias, sabe más de cómo gestionar el aula que alguien que, o lleva años ahí o tiene, esté jubilado o no, atesora una experiencia profesional dentro de las mismas. Será eso.
Disfrutad del sábado. Otros lo disfrutaremos después de adecentar una casa en la que parece que en los últimos días se haya producido la tercera guerra mundial. Eso sí, por suerte disponemos, aparte de piedras, de mochos y escobas para luchar contra los zombis convertidos en polvo, manchas y otros que, seguramente, escondidos debajo de ropa irán apareciendo conforme se avance en el zafarrancho. Let’s go.
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