Es continuo el ladrido incesante de determinados personajes, especialmente en las redes sociales, en contra de la memoria, los deberes, las investigaciones que no les cuadran o, simplemente, contra los docentes y/o partidos políticos que no les gustan. Incluso algunos hacen tiras, supuestamente cómicas, comparando a los docentes que no son de su cuerda con babosos o violadores. Otros, desde los múltiples espacios que les dan, por motivos (no tan) desconocidos, ciertos medios de comunicación, tildan de rancios trasnochados, fachas, rojipardos, profesaurios o, simplemente, acusan de ir en contra de los derechos humanos a los que no compran sus ensoñaciones pedagógicas.
Algunos están, a día que pasa, más nerviosos. Sí, son personajes que desaparecieron cuando la pandemia para su alumnado porque estaban publicando su último libro o, simplemente, son incapaces de dar clase porque prefieren que les llamen para ir a hablar, en determinados púlpitos, delante de gente convencida para la causa. Y todos con la misma característica: ladrar para esconder su incapacidad de hacer cosas para la mejora de la educación. Es que, como he dicho siempre, es muy cómodo, ante la falta de argumentos o capacidad intelectual, jugar al insulto permanente. Bueno, al ladrido permanente porque ni tan solo saben insultar.
Mientras ellos siguen a los suyo, otros cabalgamos. Nos asociamos en determinadas asociaciones educativas donde, por desgracia para esos mindundis de la rabia permanente, se toman decisiones de calado. Y se hacen cosas. Más cosas que las que ellos han sido nunca capaces de hacer. Los ladridos son fáciles de emitir. Lo difícil es cabalgar. Especialmente porque hay mucho trabajo detrás. Muchísimo. También hacemos cosas para nuestro alumnado y compañeros de nuestros centros. Compartimos en blogs o redes sociales, además de cuatro opiniones personales, cosas que pueden ser de utilidad. Sí, también en ocasiones enviamos a escaparrar a determinados personajes pero, curiosamente, lo hacemos como algo totalmente residual. Tenemos cosas más importantes que hacer. No pocas.
Uno puede ir a guarrear el ambiente educativo con sus ladridos. Uno, lícitamente, puede insultar, de forma gratuita, a quien le dé la gana amparándose en la libertad de expresión. Incluso puede decir que su libertad de expresión es sagrada pero que no lo es la de los demás. Esos ladridos distan mucho de ser productivos. Pero, como he dicho antes, a falta de ganas de cabalgar para el procomún, el ego, las ganas de trincar o, simplemente la incapacidad de argumentar, hacen que sea la única salida de algunos.
Estos días la mayoría de docentes estamos hasta arriba con el tema del final de curso. Hay muchas cosas que deben hacerse. Además, lamentablemente, la burocracia se nos ha complicado en los últimos tiempos y obliga a decidir qué hacemos con ella. Y cómo la gestionamos. Ya veis qué triste. Final de curso pensando más en burocracia que en alumnado. Esto es la LOMLOE. Que, no lo olvidemos, no viene de la nada. Eso sí, es más fácil ladrar contra los que se oponen a la LOMLOE (o cualquier otra Ley) que presionar para que se cambie porque, no lo olvidemos, los que ladran no ladran igual ante los despropósitos legislativos de unos y otros. Unos ladran más contra despropósitos rojos, otros contra azules, otros contra morados y, finalmente, algunos se unen para ladrar de forma cooperativa, contra los otros colores.
Cabalgar es intentar cambiar las cosas. Cabalgar no es ladrar. Cabalgar es intentar llegar a algún lugar porque se cree que es el que más va a beneficiar a la educación. Ladrando uno no llega a nada. Bueno, llega a donde sabe que es el único sitio que puede llegar: a mirarse su ombligo permanentemente, justificar su inanición culpabilizando a todos los que no piensen como él o, simplemente, hacer caja de esos ladridos. No debemos obviarlo ni olvidarlo. Ladrar, al menos para algunos de los que ladran, es su modelo de negocio.
Disfrutad del sábado. Mañana, elecciones. Gane el que gane, ya os garantizo que, al menos por mi parte, si hace algo mal, (no solo) en el ámbito educativo, será criticado por ello al igual que llevo haciendo siempre. Y se luchará, donde deba lucharse, para revertir ciertos desmanes que suceden actualmente o puedan llegar a suceder.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. Además, adquiriéndolo ayudáis a mantener este blog.
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Bueno, qué? Vamos enfriando la botella de champán a la salud del secretario autonómico? O el síndrome de mujer maltratada del docente de la pública («me pega, pero me quiere») va a poder con todo?