Esta noche, cautivo y desarmado el ejército familiar, hemos procedido a intentar dormir lo mejor posible. Algo, en mi caso, difícil ya de por sí que, por desgracia, se ha convertido en una odisea al sumar a mi insomnio habitual la ingesta de un kilo y medio de cachopo, torreznos, tellinas, gambas, chipirones, bravas y un pequeño aporte calórico de pan con tomate y ajoaceite. Eso si, recordad que he dicho ejército familiar y, por tanto, dicha épica gastronómica ha tenido colaboradores. Por cierto, qué mejor que finalizar esa batalla con milhojas bañado de chocolate y tartas de zanahoria de cuarto de kilo.
Pero bueno, no quería hablaros de lo anterior. Lo anterior es solo un aporte innecesario a este artículo. Igual de innecesario que hablar del miedo que tengo en el cuerpo por tener, para cada una de las burradas que suelto por aquí, más de diez mil personas que las leen diariamente. Eso sí que es algo que me preocupa. Bueno, no. Si me preocupara no seguiría escribiendo.
Nada. Vamos a las reflexiones educativas de hoy antes de proceder al desengrase de lo pantagruélico de ayer mediante una paella. Es hora de empezar el régimen. Y para eso no hay nada mejor que la paella dominical. Sí, tú sabes…
Hoy me gustaría reflexionar DE NUEVO acerca de aquellos docentes que, curiosamente, dicen que lo hacen todo bien. Bueno, más bien dicen que los demás lo hacen todo mal. Que no aplican la normativa. Que no son buenos docentes. Que no quieren innovar. Que están en contra de los derechos humanos. Que están en contra de la inclusión. Que huelen a naftalina. Que quieren que el alumnado esté en silencio mientras ellos explican. Que prefieren tener clases más reducidas que tener varios compañeros en el aula. Que, seguramente, prefieren la reducción de ratios frente a la codocencia porque tienen miedo de que otros compañeros vean qué están haciendo. Es que podría seguir un largo rato hablando de los del manto inmaculado. Un manto inmaculado salvo, claro está, que uno sepa de primera mano lo que hacen en sus centros educativos de etapas obligatorias, sus púlpitos universitarios o sus retiros espirituales.
Es muy fácil pedir pureza para los demás detrás de una suciedad pedagógica infinita. Es muy fácil pedir trigo sin sembrar ni estar obligado a cosechar. Es muy sencillo posicionarse al lado de los que venden tractores de una marca y criticar, sin haber usado ni los primeros ni los segundos, otras marcas. Es que es tan y tan sencillo decir a los demás cómo hacer las cosas. Tan solo hace falta ver un partido de fútbol. Quién dice un partido de fútbol dice, algo más mundano como ver a alguien cocinar y siempre querer meter baza acerca de cómo lo hace. Eso sí, siempre sin ponerse tras los fogones porque, a lo mejor se demuestra que, ni tan solo sabe distinguir un pollo de un conejo. Por eso mucho mejor presionar a los que están trabajando. Por eso, mucho mejor criticar al cocinero que cocinar. Algo que, como bien sabréis los que os dedicáis a la docencia, es algo demasiado habitual.
Los bandos en educación solo les interesan a los de siempre. A los que prefieren tener bandos antes que tender puentes. A los que el alumnado, aunque se llenen la boca de lo importante que es, solo les interesa para justificar su discurso. En el fondo no les interesa ese alumnado. Ni tampoco las familias porque, curiosamente, las familias solo son buenas cuando se ponen de su lado. No quieren que las familias piensen. No quieren que las familias decidan. Salvo, repito, cuando deciden lo que ellos quieren que decidan. Y sí, estoy pensando en algunas personas concretas. Algunos pseudoprofesionales que, curiosamente, van de algo que no son y se mediatizan porque ese es su único leitmotiv.
Un cachopo de kilo y medio mola. Unos torreznos nunca están de más. Horchata, fartons, paella,…, y no por este orden, son algo imprescindible para cualquier persona que pretenda ser confiable. Y eso es la clave de todo. El hacer las cosas bien, disfrutar con la familia y, por suerte, tener vida más allá de la necesidad de crearse una en las redes sociales montándose una que a algunos les gustaría tener.
No deis bola, cayendo en sus redes, a los personajes tóxicos de siempre. Cada vez se radicalizan más y ya han dejado de mostrar la patita para surgir el lomo entero. Alejaos de ellos. No valen la pena. Son, simplemente, unos bullies de manual. Ni hacen ni dejan hacer. Ni piensan ni dejan pensar. Ni aportan ni dejan aportar.
Buscad un hueco para personas con las que compartir un cachopo, unos torreznos o una paella. Y, a ser posible, hablad de más cosas que de cómo hacer daño a los que no piensan como vosotros. Se puede salir de esa espiral de maldad que, protegida por vallas cada vez más altas amén de megáfonos para difundir sus bulos e insultos, algunos han creado a su alrededor.
Disfrutad del domingo. Yo lo haré. O, al menos, lo intentaré. Esperando, claro está, que no reciba ningún correo electrónico o llamada de mi médico echándome la bronca, con razón, por algo que sé que ayer hice muy mal y que os he contado al principio de este post.
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