Hay temas, normalmente tabú en todos los ámbitos que, por desgracia, generan posicionamientos al margen de cualquier tipo de sentido común. Ya no digamos su aislamiento de cuestiones técnicas. Estoy hablando de las creencias. Creencias que, a nivel personal, no generan un mayor problema que el creer o no en ciertas cosas pero que, a nivel social, generan debates muy encendidos al margen de cualquier intento de racionalización del mismo.
El otro día en Twitter a alguien se le ocurrió, ¡válgame Tutatis, opinar en las redes sociales!, decir que no debería ofrecerse un menú específico para musulmanes en los centros educativos que disponen de comedor escolar. Y, al poco, como siempre sucede en los casos de las “creencias”, hubo alguien que, posicionándose totalmente de forma contraria al anterior, dijo que eso era un derecho.
Pues no. Las creencias tienen derecho a ser respetadas, pero no tienen derecho a imponerse frente a otros criterios. No se tiene el derecho imponer “comidas vegetarianas”, “viernes de pescado” o, simplemente, alimentación en base a “panochas de maíz”, en un menú escolar. Y no es una cuestión de no respetar creencias. Es una cuestión nutricional. Los menús escolares deben ser equilibrados y deben velar por la correcta alimentación del alumnado; no por las creencias de sus familias porque, no lo olvidemos, nadie decide ser vegano, católico o musulmán por el simple hecho de nacer. Y la escuela debe basarse en criterios técnicos.
Respetar no implica imponer. Respetar implica otra cosa. Y tan respetable es aplicar la normativa de un centro educativo que impide llevar gorras a los chicos, como extrapolarla a las chicas que llevan hiyab cubriéndoles la cabeza. Porque, en caso de no usar el mismo criterio, lo que estamos haciendo es tener una doble vara de medir basada en las creencias. Algo que, por mucho que sea mi creencia, en el ámbito educativo no debería suceder. Respeto, siempre. Discriminación en la aplicación de medidas por motivos de creencias, jamás.
Creo que la escuela debería ser laica. Debería permitir que todo el mundo, dentro de su ámbito personal, creyera en cualquier cosa. Otra cuestión es que, dentro del sistema educativo, las decisiones curriculares, nutricionales y de gestión de ciertos aspectos de normativa, fueran iguales para todo el mundo. Discriminar no es algo que sea positivo en el ámbito educativo. Y discriminar o señalar por creencias, sexo o cuestiones económicas de partida, es algo que no debería suceder en los centros educativos.
Una vez dicho lo anterior, ahora viene la cuestión de las aristas. ¿Qué hacemos con ese alumnado que, por motivos religiosos, no van a dejar sus familias que se quede en el comedor del centro educativo? ¿Qué hacemos si esos padres no pueden darle comida a sus hijos porque, o bien por motivos económicos o de horario, no pueden sacarlos a la hora del comedor? Es un tema harto complicado pero, sinceramente, creo que la decisión no pasa por anteponer creencias a cuestiones nutricionales. Ni creencias a cuestiones educativas. Pero, repito, es mi opinión.
Defender la inclusión cuando no hay integración (que no significa asimilación, simplemente seguir una manera de hacer las cosas al usar determinados servicios) es un error. No podemos ir señalando las diferencias cuando lo que queremos es una educación de calidad para todos, con independencia de cualquier mochila que traigan de casa. Y eso es algo que debería llevar a replantearse muchas cuestiones porque, en ocasiones el buenismo y la tolerancia se convierten, por desgracia, en un arma de doble filo que acaba volviéndose contra la propia sociedad y acaba perjudicando a ese alumnado que, al menos en la escuela, debería ver toda la heterogeneidad de la sociedad en la que pertenece pero, a su vez, tener claras las normas y ver primado, en su educación, los criterios técnicos.
Este post vale para los menús, para los centros educativos de ideario católico, para la asignatura de religión, para la celebración de ciertas festividades o, simplemente, para cualquier tema en el que algunos decidan que es más importante las creencias que los criterios técnicos. Y eso, al menos a mi entender, es muy peligroso porque, ¿imaginaos que manda alguien que impone unos determinados criterios ideológicos en las aulas de nuestro país? Y, curiosamente, lo haría bajo el pretexto de los que permiten, por determinados motivos (seguro que muy buenos), que determinadas creencias guíen la toma de determinadas decisiones.
Reconozco que tengo mis dudas al ser un tema muy complejo pero, sinceramente, a mí me da mucho miedo que las creencias puedan llegar a gestionar qué y cómo hacemos las cosas en las aulas. Muchísimo.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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