No hay nada peor que ser limitado en cuanto a argumentos. Bueno, hay algo peor que eso… combinar esa falta de argumentos con tener una cuenta en las redes sociales. Y si a lo anterior le añadimos mezclar churras, merinas y guacamayos, ya tenemos el cóctel explosivo que, salvo que uno esté totalmente abducido por determinados discursos, no puede menos que acabar descolocándote.
Hoy hemos tenido otro ejemplo de esas mezclas explosivas. Es que lo de repartir carnets de fachas a todo el mundo que no piensa como uno ya empieza a heder. Y ya cuando algunos reparten edufachalecos por encima de sus posibilidades como este sociólogo, ya es que, o te entra la risa floja o te planteas cuál es el objetivo de esta visión interesada y sectaria de la realidad.
En este caso, precisamente, hay algunas frases que puedo comprar del artículo que se enlaza. Incluso compro la que ilustra al tuit. En muchas ocasiones discrepo de cosas que escribe su autor y ya estoy harto de repetir que los economistas no deberían meter baza en educación, al igual que yo tampoco voy a ponerla en la gestión económica de una empresa. No soy profesional de ello. Y me quiero mucho para saber que si hablo de algo que no entiendo, si ya patino de algo que entiendo un poco, voy a dar mucha pena.
Pero voy a hablar de lo que implica lo que dice este sociólogo «de izquierdas» (lo dice él, no yo) que dice que lo anterior es antipedagogismo y que es comparable al antifeminismo, al racismo o al transfobismo. ¿Casos anecdóticos? Se ve que este señor no pisa las aulas de etapas obligatorias. La letra con sangre entra solo puede caber en la cabeza de alguien que, o bien no lee, o bien lee solo cosas que, aunque sean totalmente falsas, le vayan bien a su ideología.
Las implicaciones son brutales. Lo de repartir edufachalecos a los que no piensan como uno y otorgarse la autoridad de una izquierda que acaba demonizando a los suyos porque, por lo visto, no son suficientemente de izquierdas, tiene muchos problemas. El primero de ellos es que acaba perjudicando a los hijos de proletarios. Sí, los hijos de los currelas necesitan romper techos de cristal. Cada vez está más bajo y cada vez es más complicado salir de esa situación. No me lo invento. Es una realidad. Una triste realidad.
La izquierda. Bueno, una determinada izquierda. Ésta del discurso de «todos son fachas, racistas, antifeministas y tránsfobos, menos yo», nunca va a representar a nadie con dos dedos de frente. Va a representar a cuatro burgueses que se ponen la chaqueta de pana para acudir a los barrios pobres. No va a representar a los pobres. Si acaso se va a representar a ella misma. Y, a nivel educativo, por desgracia, también.
Hay modelos educativos que nos están vendiendo muy precarizados. Además, curiosamente, impulsados por ese capital al que, curiosamente, tanto critican algunos pero al que hacen el juego. No tiene sentido que por cuestionar las competencias, el neolenguaje -no solo el pedagógico-, la necesidad de revolucionar la educación más allá de unas flores y unos unicornios o, simplemente, por poner sobre el tapete determinadas cuestiones (equivocadas o no), algunos ya nos pongan el mote de fachas. E incluso nos regalen el pack completo: racistas, antifeministas, tránsfobos, nostálgicos, privilegiados,… y un largo etcétera ya para muchos conocidos.
Desde un palacio de cristal, mirando por la ventana, algunos se creen que los demás son simple plebe. El problema, lamentablemente para ellos, es que el cristal es uno de los materiales más frágiles y, de tanto usar el discurso basado en simples eslóganes, acaba provocando un tsunami en el sentido contrario.
Siento pena por los que reparten edufachalecos a diestro y siniestro. Bueno, a diestro porque a siniestros nadie va a superarlos. Y lo más jodido del asunto es que me da la sensación que les quedaría a ellos bastante mejor que a los que se los dan.
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