He llegado a la conclusión de que me da absolutamente igual si los alumnos aprenden o no. Total, ¿para qué preocuparse? En una era en la que prima más tener un móvil, con buena conexión y datos ilimitados, que una neurona con buena retención, ¿qué sentido tiene seguir luchando por algo tan desfasado como el conocimiento? Que memorizar está pasado de moda, dicen. Que lo importante no es aprender, sino saber dónde buscar. Y oye, yo a estas alturas, lo compro. Pero con matices, porque al parecer hay detalles que algunos pasan por alto y se vuelven incómodos cuando la realidad llama a la puerta.
Vayamos a lo práctico. ¿Quién necesita médicos que recuerden cómo realizar un procedimiento en mitad de una urgencia si tienen acceso a YouTube? Total, que busquen un tutorial entre paciente y paciente. ¿O qué me decís de los pilotos de avión? Si hay turbulencias, que pausen el vuelo y consulten un foro. Eso sí, esperemos que el Wi-Fi del avión sea rápido, que nos jugamos la vida. Bueno, en el caso de algunos pedagogistas y personajes muy adictos a las redes sociales, tampoco importa mucho que sepan o no. Total, para algunas gilipolleces que dicen es mucho más interesante ver la repetición en bucle de la corrida al lado del agua de Montoya o suscribirse a una de esas salar «para dar tu mejor versión y conseguir un Lambo» de Llados.
Lo mismo aplica a cualquier ámbito de nuestra vida diaria. Queremos fontaneros que sepan qué tubo arreglar, no que se líen buscando “cómo arreglar una fuga de agua” en Google mientras nuestra casa se inunda. Necesitamos ingenieros que calculen correctamente la estructura de un puente sin tener que revisar cada tres minutos en Wikipedia o preguntar a ChatGPT si el hormigón puede soportar cierta tensión. Y claro, por más que lo intenten vender algunos, no hay algoritmo que reemplace la experiencia acumulada ni el conocimiento asentado que permite discernir lo correcto de lo incorrecto en tiempo real.
Pero no pasa nada. Lo importante es que los niños se lo pasen bien en el cole, que tengan actividades chulas y que no se les exija recordar nada más allá de qué influencer está de moda en cada momento o, simplemente, montar actividades en el aula que se lleven decenas y decenas de horas de temario. Que para aprender ya habrá tiempo… o no. Total, ¿para qué agobiarles? La vida misma, o mejor dicho, una sociedad colapsada por la mediocridad, les pondrá en su sitio.
Así que sigamos adelante, dejando que el conocimiento sea considerado una reliquia innecesaria. Pero no olvidemos algo crucial: alguien, en algún momento, tendrá que aprender algo. Porque si no, algún día llamaremos a un experto para que nos salve el pellejo y nos encontraremos con que lo único que sabe hacer es buscar en Google… nosotros, por desgracia, solo podremos cruzar los dedos.
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