Sí, lo habéis adivinado. Bueno, seguro que con el título que, sinceramente, no tengo muy claro si es el más adecuado, va a ser que no. Así pues, toca deciros acerca de que va a ser el ataque frontal de hoy a la literatura coherente. Hoy voy a hablaros de esos maravillosos artículos zafios que algunos aplauden como morsas en plena euforia. No es que me queje. Ni mucho menos. Es solo que la visión de un montón de individuos aplaudiendo frenéticamente cada palabra que sale de la pluma de ciertos escritores de determinada cuerda educativa, me hace cuestionar si alguna vez estos lectores se han detenido a pensar en lo que están leyendo. Ya no entro en si saben leer porque, en ocasiones, da la sensación de que andan bastante justos de aprendizajes básicos.

Parece que hemos alcanzado un punto en el que el acto de aplaudir ha dejado de ser un gesto de aprobación consciente y se ha convertido en una respuesta automática. Al leer ciertos artículos, uno no puede evitar imaginar a los lectores con encefalogramas planos, apenas capaces de formular una opinión propia. Porque, seamos honestos, aplaudir a alguien solo porque dice lo que quieres oír es el equivalente intelectual de tragarse la comida sin masticar. Y eso sabemos que es, aparte de no disfrutar con la misma, bastante peligroso.

Recuerdo cuando las aulas eran espacios de debate y reflexión. Donde los docentes no temían desafiar las ideas preconcebidas de sus alumnos y donde los artículos de opinión en determinados blogs y medios eran análisis profundos y provocadores. Hoy en día, parece que nos hemos conformado con la mediocridad. Nos conformamos con artículos que son meras repeticiones de los dogmas aceptados por una parte de la comunidad educativa, sin aportar nada nuevo ni estimular el pensamiento crítico.

Pero claro, ¿quién necesita pensamiento crítico cuando puedes aplaudir? ¡Aplaudir es mucho más fácil! No requiere esfuerzo, ni reflexión. Solo necesitas mover las manos de arriba abajo, como una morsa en celo, y listo. Solo te falta una pelota para convertirte en miembro ejemplar del pedagogismo educativo.

Y aquí es donde entran en juego nuestros queridos escritores zafios. Ellos han descubierto el secreto del éxito: dar al público lo que quiere oír. No importa si el artículo carece de sustancia, si repite los mismos clichés una y otra vez o si está plagado de errores. Lo importante es que reafirma las creencias de sus lectores, les hace sentir cómodos y les ahorra el esfuerzo de pensar por sí mismos.

Vivimos en una era en la que el acceso a la información es más fácil que nunca, pero parece que hemos olvidado cómo utilizar esa información para formarnos una opinión propia. Preferimos que nos alimenten con artículos masticados y digeridos, que no desafíen nuestras creencias ni nos obliguen a salir de nuestra zona de confort. Por cierto, a mí me encanta estar en mi zona de confort pero, en mi caso el confort me lo da lo que me cuestiona a diario, me pone retos y me obliga a usar la inteligencia.

Y no me malinterpretéis. No tengo nada en contra de un buen aplauso. Cuando se merece, por supuesto. Pero aplaudir ciegamente cada palabra que sale del teclado de ciertos personajes es un insulto a nuestra propia inteligencia. Es admitir que no tenemos criterio propio y que preferimos que otros piensen por nosotros.

Así que, la próxima vez que sintáis la tentación de aplaudir como una morsa en celo a uno de esos artículos, deteneos un momento y preguntaos… ¿realmente este artículo merece mi aplauso? ¿Me ha hecho reflexionar, cuestionar mis creencias, aprender algo nuevo? Si la respuesta es no, quizás sea el momento de dejar de aplaudir y empezar a pensar por ti mismo. Porque, al final del día, el verdadero progreso educativo e intelectual no se mide por la cantidad de aplausos que recibimos, sino por nuestra capacidad para pensar de manera crítica e independiente.

Y ahora, podéis aplaudir. Si queréis. Pero no lo hagáis solo porque os lo digo yo, o porque he escrito algo que está alineado con vuestra concepción educativa.


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