Ayer recibí varios mensajes y una llamada de mi hermana en la que me preguntaba cómo estaba. Lo de ayer fue muy duro. Enterarme que hay unos polvos que mezclados con agua que alguien denomina, para su venta, horchata fue, al menos para mí, una de las peores cosas de las que podría haberme enterado. Sí, muy por encima del desplome del Bitcoin o de la necesidad de comerme hoy brócoli. Es que hay cosas que es mejor no saber.
Me va bien abocar la ira en este blog. Hace que, gracias al artículo de ayer (enlace) y haber escrito en una libreta un decálogo para deshacerme de la fábrica donde fabrican ese producto, se me haya ido toda la fuerza por la boca. Bueno, en este caso por las manos que aporrean el teclado.
Seguro que queréis saber cuál fue ese decálogo que plasmé en la libreta. Lo sé. Sois unos cotillas y os gusta, especialmente a algunos, saber que lo he pasado mal. Pues bien, entre las cosas que había escrito en la libreta estaban las siguientes…
Había pensado en introducir en la producción un ingrediente que, aunque inofensivo, cambiara el sabor de manera que nadie quisiera probar ese producto. Imaginaos que al mezclar esos polvos con agua, se produce una reacción que provoqué salinidad, acidez o sabor a caca. Todo es posible si se ha tenido la práctica de joven de Quimicefa.
Pensé también en, inspirado en las grandes gestas revolucionarias, en instigar una revolución de los trabajadores de esa fábrica de Tang. Eso sí, desde el sofá y escribiendo en las redes sociales. A ver si voy a tener que deslomarme. Que una cosa es convocar una huelga y otra participar en ella. No es lo mismo. Y la gente inteligente sabe que es mejor apoyarla o convocarla desde lejos que apoyarla desde dentro. Algo que se aprende con años de experiencia.
También pensé en anunciar un concierto de un artista muy popular en la fábrica. O, simplemente, una quedada con algunos de esos influencers que nadie sabe por qué han llegado a ser tan conocidos. Me habían pasado por la cabeza nombres como El Rubius, Ibai o esa que tuvo una hija con un torero cuyo nombre, por desgracia, ahora no me viene a la cabeza. Cuando los fans llegaran, revelaría era una broma. La decepción podría dañar la reputación de la fábrica.
Algo más complicado que también se me vino a la mente fue llenar el sistema de ventilación con restos de comida, especialmente gambas. El olor a mariscos podridos sería un excelente repelente para trabajadores y visitantes. No es más vomitivo este olor que ver cómo venden un Tang sabor horchata.
Podría contratar a un equipo del caos para que, en lugar de pegarse con las manos en determinados cuadros de los museos, fueran tirando aceite de oliva en la fábrica para que se convirtiera en una pista de patinaje. Lo sé. Mejor aceite de girasol que el presupuesto es el que es pero, como siempre digo, mejor soñar a lo grande.
Otro tema sería robar pequeñas cantidades de ingredientes. Ello obligaría a la empresa a paralizar la producción y a contratar más seguridad. Y si contratan a los mismos que tenían que detener a Puigdemont van a la ruina, tanto por el número que necesitarían para proteger la fábrica como por los robos que seguirían sucediendo a plena vista de ellos.
Podría abrir una fábrica de horchata (de la de verdad) al lado. A lo mejor ofrecer una alternativa tan superior haría que la falsa cerrara por falta de clientes. Bueno, está difícil porque hay gente que, como bien sabéis, vive a base de productos precocinados. Y contra eso es muy difícil luchar.
Lo de las cartas anónimas diciendo que si no dejan de producir esos polvos voy a secuestrar al perro del propietario no lo acabo de ver. Eso sí, a lo mejor enviando esas cartas a algunos políticos con esos polvos de Tang sabor horchata remitidos desde la localidad donde se encuentra esa empresa y que se piensen que es ántrax, a lo mejor hace que se movilicen un montón de recursos y que se decida su cierre. Lo sé. Soñar es gratis.
Pagar a los de Greenpeace para que hagan una campaña ecológica contra esos polvos también es algo que puede ser interesante. Seguro que, por un módico precio, alguno de los derivados de Greenpeace se ponen a desplegar pancartas o a mancharse de Tang su ropa mientras están siendo fotografiados por unos medios que, en agosto, tienen muy poco material para llenar las portadas.
¿Y una marcha? ¿La marcha chufera contra Tang sabor horchata? Yo lo veo. Cientos, por no decir miles, de adictos a la horchata de chufa, marchando desde todas las zonas de España para confluir en la fábrica. Bueno, me conformo con que partamos los valencianos (los nacidos en el terruño y los adoptados). Creo que tengo que pensar en posibles.
Veis, he acabado de redactar algo más coherentemente el decálogo que lo que escribí ayer en la libreta y ya me encuentro mejor. Es que no hay nada como escribir para olvidarse del ardor guerrero. Además, a una cierta edad ya estamos cansados de reivindicaciones y revoluciones. O de que nos tomen el pelo esos reivindicadores y revolucionarios que jamás han reivindicado ni hecho revoluciones fuera del contexto digital.
Estoy mucho mejor que ayer. Hoy mi cruzada la voy a llevar a cabo contra las magdalenas que compré ayer en la panadería de al lado de casa. Tienen menos masa que aire. Joder, que son magdalenas, no buñuelos. Es que no hay nada mejor que tener cada día una reivindicación. A ver si no.
Nos vemos en la playa. O en la piscina. Bueno, hoy no en la playa. Los fines de semana son esos días que hago mi buena labor social y dejo mis metros cuadrados a los pobres turolenses y madrileños que, por desgracia, no tienen playa. Tienen otras cosas maravillosas pero playa, buena paella y horchata de la de chufa, de esa que vale su peso en oro, va a ser que no.
Disfrutad del día (¡las pilas no se recargan solas!) y recordad que, conocer a alguien por lo que escribe o dice, es no conocerle. Solo se conoce a alguien por lo que hace. Y eso es algo que, en demasiadas ocasiones, se nos olvida.
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