Ha llegado ese momento en el que, por desgracia, el cansancio acumulado está llegando a unos extremos imposibles de seguir asumiendo. Me sucedía en el aula. Me sucede fuera de ella. Y, al igual que mis compañeros de aula y del alumnado, necesitamos todos un respiro. A pesar de la inercia de poder seguir como un zombi, después de un café, la verdad es que todo el mundo a estas alturas de la película, especialmente en un momento tan complejo anímicamente como el actual, necesitamos hacer un kitkat.

El alumnado entra a las aulas como auténticos supervivientes de una maratón académica. Sus rostros reflejan más que cansancio; muestran una desesperanza digna de un protagonista de novela postapocalíptica. Las ojeras se han convertido en un accesorio permanente, y la energía se reserva únicamente para mover el dedo y pasar las diapositivas en el móvil. A pesar de esto, se espera que mantengan su concentración en el temario, la realización de proyectos o los exámenes, como si la fatiga no fuera más que una excusa trivial. Insisto, estoy generalizando. Había alumnado que jamás acababa a estas alturas de la película cansado porque no había participado más que de actor secundario con su presencia.

En el otro extremo están los docentes, que no están en mucho mejor estado. Han pasado semanas, si no meses, lidiando con montañas de papeleo, interminables reuniones y la siempre cambiante normativa educativa. Las clases de ya no se sabe qué se han mezclado en un cóctel molotov que amenaza con explotar en cualquier momento. Y aún así, se espera que mantengan una sonrisa y contagien entusiasmo a su alumnado. Generar una sonrisa procedente del cansancio cuesta. Quizás tanto como intentar sacar el tono de voz adecuado para decir que dejen de comer chicle.

La realidad es que el sistema educativo parece olvidar que somos humanos, no máquinas. La exigencia constante, la falta de tiempo para descansar y recuperarse, y la presión por rendir a toda costa están pasando factura. Y la solución parece ser siempre la misma… un poco más de esfuerzo, que las vacaciones están a la vuelta de la esquina. El problema es que cada vez nos cuesta más de llegar a esa esquina que vemos, por mucho que tachemos en el calendario, siempre detrás de otra.

Pero esas vacaciones parecen una ilusión, un espejismo en el desierto educativo. Cuando finalmente llegan, muchos nos encontramos demasiado agotados para disfrutarlas realmente. Los primeros días se van en una especie de letargo, intentando recuperar algo de energía antes de que la rueda comience a girar de nuevo. Y cuando empiezas a sentir que estás de vacaciones, ya te han llegado los calcetines y el pijama de los Reyes Magos.

¿Por qué seguimos perpetuando este ciclo de agotamiento? Es hora de admitir que tanto alumnado como docentes, haciendo un inciso para incorporar a todas las personas que trabajan también en los centros educativos (administrativos, personal de limpieza, etc.) o en la administración, necesitamos tiempo para descansar, desconectar y recargar energías. No es un lujo, es una necesidad. Un sistema educativo que no reconociera la importancia del descanso está condenado a generar más problemas que soluciones.

Es irónico pensar que en un mundo donde se habla tanto de bienestar y salud mental, el sistema educativo siga, en ocasiones, ignorando estos aspectos cruciales. La educación debería ser un proceso enriquecedor y estimulante, no una carrera de resistencia donde solo los más fuertes sobreviven. Necesitamos un cambio de enfoque, donde el descanso y el equilibrio sean tan valorados como el rendimiento académico. Ojo. No estoy diciendo que no sea importante el rendimiento académico. Estoy diciendo que, aunque algunos no se lo crean, hay estudios e investigaciones que hablan de la necesidad de que se dé un rendimiento ajustado a los tiempos de que se disponen de forma racional.

Así que, mientras queda todavía una semana para la mayoría, conviene recordar que pedir vacaciones y descanso no es un signo de debilidad, sino de sabiduría. Porque un alumno o docente descansado es capaz de dar lo mejor de sí mismo. Y eso es algo que debería ser el verdadero objetivo de nuestro sistema educativo.

Hoy, como he dicho al principio, estoy bastante cansado. Ya son muchas horas de trabajo (que sé que son compartidas por muchos) que necesitan tener, como mínimo, algún día más que un fin de semana, que ni acabas oliendo, para recuperarme.

Por cierto, acabo de abrir el correo electrónico esta mañana. Matadme.


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