Hace nada, los fantásticos estrategas de Apple anunciaron un modelo de ordenador, cuya gran diferencia respecto a éste con el que estoy escribiendo (aparte de algunas mejoras de rendimiento, poco apreciables para el usuario medio), es la posibilidad de encargarlo en diferentes colores. Sí, la gran innovación, comprada por muchos en las redes sociales y provocando determinados orgasmos, pendientes de la futura adquisición del aparatejo, se trata simplemente de un cambio de aspecto. Y eso debería llevarnos a reflexionar acerca de qué nos están vendiendo en educación.
En educación, ahora con un foro descafeinado, para hablar de un currículum que aún nadie ha visto, con discursos calcados a los que podían escucharse hace más de una década, nos está pasando lo mismo. Se está vendiendo mediáticamente algo que no cambia la educación. Algo que no ayuda al alumnado. Algo que, por muy espectacular que sea, sigue sin satisfacer el objetivo básico del sistema educativo. Y el objetivo básico del sistema educativo es que el alumnado aprenda. No hay otro. A un docente le pagan para enseñar. Nos puede gustar más o menos pero, a pesar de todo el envoltorio que podemos y debemos aplicar, la realidad es ésta. No es que el docente se luzca cara a la galería. No es que envolvamos en un halo de misterio una profesión. No es experimentar de forma continua. Es una profesión en la que debemos ser serios. Y cada uno va a ser serio a su manera. No tiene sentido ponerse a debatir acerca de una praxis u otra, salvo que no se llegue a los objetivos.
Los debates en las redes sociales son lo que son. Charlas de café que, para algunos sirve para venderse o vender lo que se hace en el aula. Un altruismo envenenado que, por desgracia en el último caso, se ha pervertido como algo para incrementar el ego y decir que guay que somos o lo mucho que trabajamos. Lamentablemente, para los que sabemos un poco de la educación fuera de las redes, el trabajo serio se hace tras las bambalinas. Y hay mucho trabajo tras las bambalinas para conseguir algo en educación (tanto a nivel micro como macro).
El frentismo educativo no deja de ser otro bluf. Hay tantas visiones de la educación como docentes hay en el aula. La necesidad de agruparse con los que tienen la misma visión, lo único que hace es demostrar que uno deja de tener visión individual. Algo tan importante como la del trabajo colectivo. Sin individualidad no hay cooperación ni colaboración. Sin individualidades no hay mejora educativa. Sin apuestas por querer hacerlo lo mejor posible, al margen de hacerlo en función de qué voy a sacar por ello, la educación no mejora. No mejora por salir uno más en los medios. No mejora por inventarse batallitas inexistentes. No mejora por taxonomizar al personal entre innovador y tradicional. No mejora por escuchar o creerse los cantos de sirenas de nadie. Mejora por lo que hace uno en su vida profesional. Y la inmensa mayoría de los que nos dedicamos a la docencia, tanto dentro como fuera del aula, lo que queremos es hacer bien las cosas. Con independencia de tener uno o miles de seguidores en las redes sociales. O, a lo mejor, sin tener redes sociales. Se puede ser buen docente sin estar en Twitter. No es excluyente ni da valor (positivo o negativo) estar ahí o tener un canal de YouTube.
Ahora es un buen momento para que, los que lo necesiten (por tener caprichos o gastos extra que no pueden asumir con su sueldo o, simplemente, su sueldo lo sacan de venderse o vender ciertas cosas), puedan ganar dinero. No es malo ganar dinero con la educación. Lo malo, como he repetido en más de una ocasión, es vender cosas dignas y útiles. Hay editoriales que hacen libros de texto preocupándose por su contenido. Hay otras que solo quieren vender y sacan auténtica basura. Hay herramientas digitales y empresas tecnológicas que tienen productos muy interesantes. Otras que, bajo la campaña de marketing, no tienen nada. Es lo que os decía al principio. A veces bajo el chasis no hay motor. Y entonces tienen que acudir a estrategias para vender lo invendible. O lo que no debería comprarse porque «se supone» que los que van a comprarlo tienen dos dedos de frente. Pero ya sabemos qué pasa. Hay hasta los que compran un puto píxel gris por más de un millón de euros. El mercado manda. Sí, también en el ámbito educativo.
La inmensa mayoría de lo que nos están vendiendo ahora sobre educación es un bluf. Mucho maquillaje, poco contenido. Mientras nos tienen distraídos acerca de si usar un ordenador con Windows, Mac o Linux, si usar libros de texto desprofesionaliza o no, si las emociones que si patatin que si patatan,… y así hasta un largo etcétera de ejemplos que, si os pasáis por aquí o tenéis cuenta en alguna red social donde hay personas relacionadas con la educación, habréis observado en los últimos años, estamos pasando por alto lo que realmente está sucediendo con la educación. Es que es lo de siempre, dices «mira una vaca lila y señalas a algún lugar» y la mayoría dirigirán su vista hacia donde estés señalando. Y mientras, alguien te birlará la cartera. Pues lo mismo en educación.
¿Y si todo lo que nos están mediatizando en educación fuera un bluf? ¿Y si nada de lo que pasa en las redes sociales o publican en los medios tuviera la mínima importancia? ¿Y si al final es más cuestión de andar con un objetivo claro que ir cambiando de ruta según la cantidad de circos que se hayan montado en sendas que distraen del camino? ¿Y si lo útil -que además es lo fácil- fuera seguir el camino de baldosines amarillos y dejarnos de tonterías? Es que, al final, quizás es todo mucho más sencillo de lo que nos planteamos. O quizás esté equivocado y la solución pase por ir robando baldosines o montar puentes con la mente para cruzar acantilados. Quién sabe.
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