A veces me da la sensación de que, por desgracia, haya docentes a los que lo de revisar ciertas cosas antes de aplicar determinados postulados metodológicos o, simplemente usar determinados recursos en el aula, se haya desligado completamente de ese principio de precaución básico antes de ponerse a ello.
Al igual que reconozco mis limitaciones en cuestiones psicológicas y estudios clínicos, también tengo claro que antes de introducir una determinada práctica en mi aula (y no me refiero a llevar a cabo el montaje de robots, usar una impresora 3D, recomendar un cierto libro o, quizás, usar determinadas estrategias para transmitir mi asignatura) tengo que ir con muchísimo cuidado.
Ya no es solo la incapacidad de entrar a poder asociar conocimiento en neurociencias a la educación o, simplemente, comprar teorías absurdas y desmontadas una y otra vez en los últimos años como las de las inteligencias múltiples de Gardner. Es proponer determinadas metodologías o hacer ciertas cosas en el aula que pueden ser perjudiciales para nuestros alumnos. Y ahí entra la expansión y el uso por parte de algunos descerebrados que, seguro con toda la buena intención, están usando el mindfulness en el aula sin tener en cuenta qué nos está diciendo la bibliografía científica sobre el tema. Una bibliografía cada vez más amplia que empieza, como toda la que se refiere a temas educativos con la misma palabra… ¡cuidado!
El mindfulness o estrategia de atención plena consiste en el uso de determinados ejercicios copiados de la meditación budista para conseguir la atención plena. Un método de relajación que, por lo visto, consiste en establecer la posibilidad de gestionar tus emociones. No hay nada malo en meditar; la clave es saber qué efecto va a tener ese modelo concreto de meditación (ya sé que en la mayoría de centros educativos que hacen mindfulness con sus alumnos hacen experimentos que los bautizan como tales y que, cualquier parecido con la realidad del modelo es pura ficción). Una clave que debería marcar el rechazo del uso de dicho modelo y ahora voy a explicaros el porqué.
La mayoría de artículos de investigación sobre el tema urgen a los científicos, psicólogos, docentes y medios de comunicación a eliminar el concepto de mindfulness para hablar sobre todo lo que se incluye bajo el concepto. El mindfulness no existe. Lo que existe son diferentes prácticas ambiguas que, con una mayor o menor relación con el concepto de mindfulness, se llevan a cabo en algunos centros educativos y que, en determinadas formaciones impartidas por personas que no tienen ninguna titulación profesional en psicología o neurología, se trasladan a los docentes para la que las lleven a cabo en sus centros.
Pero vayamos a los resultados. Los primeros resultados y diferentes metaanálisis que pueden encontrarse “naufragando” por la red, dan como evidencia que las actuaciones de mindfulness, descartando esas prácticas llevadas a cabo de forma poco profesional, tienen un efecto prácticamente nulo sobre cualquier dato de mejora de aprendizaje aunque, según un par de los que usan la mayoría de defensores del mindfulness, se nota una ligera mejora en la atención, introspección y regulación de emociones aunque, por lo que se ve, los resultados no sean concluyentes. Y eso es algo que dicen los estudios más favorables al asunto.
Además, en los casos de mejora no comparable (porque no puede usarse ningún valor como placebo o muestra de control) se ha demostrado que los alumnos que no son de clases socialmente desfavorecidas, no presentan ningún efecto al ser sometidos a prácticas de mindfulness.
Entonces, si los resultados muestran esa posible mejora, por qué no introducirlo. Ya solo por ese hecho valdría la pena. Pues va a ser que no porque, por lo visto, hay cada vez más estudios que relacionan el mindfulness con casos de agitación, ansiedad, desorden o confusión a lo largo de determinados ejercicios. Casos que pueden llegar a agravarse en el caso de la presencia de algún desorden psicológico previo en los alumnos sometidos a mindfulness. Algo que no siempre es detectado y diagnosticado previamente.
Hasta ahora no hay evidencia científica que avale las bondades del mindfulness. Ninguna que lo relacione con la mejora del aprendizaje, pero sí que hay estudios, lo suficientemente fiables, que hablan de casos concretos de desordenes en alumnos sometidos a dicha práctica. Así pues, ¿creéis que vale la pena? Yo quiero mucho a mi alumnado para dedicarme a probar ciertas cosas que, sin evidencias científicas, puede llegar a perjudicarles. Algo que debería estar en el ADN de cualquier docente pero, vista la cantidad de cursos de formación que se ofrecen sobre el tema, la incorporación de estas prácticas como algo maravilloso dentro del máster del profesorado de Secundaria y la, cada vez más amplia tropa de docentes que caen en hacer estas cosas con su alumnado, yo ya no entiendo nada.
Bibliografía
Brent M. Wilson, Laura Mickes, Stephanie Stolarz-Fantino, Matthew Evrard, Edmund Fantino.(2015). Increased False-Memory Susceptibility after mindfulness meditation. Psychological Science. Vol 26, Issue 10, pp. 1567 – 1573.
Khoury, B., Lecomte, T., Gaudiano, B. A., & Paquin, K. (2013). Mindfulness interventions for psychosis: a meta-analysis. Schizophrenia Research, 150, 176-184.
Klingbeil, D. A., Renshaw, T. L., Willenbrink, J. B., Copek, R. A., Chan, K. T., Haddock, A., … & Clifton, J. (2017). Mindfulness-based interventions with youth: A comprehensive meta-analysis of group-design studies. Journal of School Psychology, 63, 77-103.
Van Dam, N. T., van Vugt, M. K., Vago, D. R., Schmalzl, L., Saron, C. D., Olendzki, A., … & Fox, K. C. (2017). Mind the hype: A critical evaluation and prescriptive agenda for research on mindfulness and meditation. Perspectives on Psychological Science, 1745691617709589.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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Hola Jordi, por la forma en la que hablas del mindfulness me parece que no estás familiarizado con sus postulados, ni con su práctica, ni con el funcionamiento de la mente en general. Si buscas evidencias (es decir, referencias a artículos científicos) que sustenten los beneficios del mindfulness en el aula, las encontrarás, igual que has encontrado evidencias que lo desmienten. De modo que, mientras la ciencia psicológica va llegando a un consenso acerca de la naturaleza de la mente, cosa que puede que nunca suceda, la única manera de comprobar si el mindfulness sirve para algo es practicarlo y después aplicarlo.
En este sentido, mi experiencia aplicándolo en el aula es en general muy buena, tanto con adolescentes como con personas adultas. Mi percepción es que necesitamos espacios para parar, respirar, notarnos, sentirnos, estar presentes, observar la mente y salir por un momento de la rueda de pensamientos, preocupaciones, exigencias y deseos en la que vivimos las 24 horas del día, día tras día. Tan sólo 5 minutos al inicio de una clase relajan los rostros tensos y los cuerpos hiperactivos, el ambiente del grupo se enlentece radicalmente y el resto de la clase transcurre con otro tono. Además de los beneficios para el bienestar psicológico del alumnado, observamos que el aprendizaje también mejora, porque una mente calmada, tranquila, segura y presente está más disponible para crecer, aprender, nutrirse y disfrutar que una mente angustiada, acelerada y agotada. En palabras del filósofo y psicólogo estadounidense William James, “lo más importante en toda educación es hacer que nuestro sistema nervioso se convierta en nuestro aliado, no en nuestro enemigo”. La reciente teoría polivagal de Stephen W. Porges refuerza esta idea al afirmar que, cuando el sistema nervioso autónomo se encuentra activado en estado de supervivencia, el aprendizaje sencillamente no es posible. En contraposición, los estados autónomos de seguridad, calma y conexión activan los recursos neurológicos de crecimiento que hacen posible el aprendizaje.
Eso sí, para aplicarlo en un aula antes hay que practicarlo y conocerlo uno mismo. Si no, es como si una persona que no ha bailado nunca intentara enseñar a sus alumnos a bailar danza moderna.
Un saludo.
Si los fabricantes de Pikolin hacen una investigación (o varias) en las que me dicen que es el mejor colchón del mercado y las investigaciones independientes dicen lo contrario, comprenderás que no puedo darles el mismo valor. 😉