Bajarsus de la tarima… ¡hostias!

Como docente, son numerosas las ocasiones en que, para poder explicar algo a tus alumnos para que te entiendan, debes ir buscando la manera de poder adaptarte a tu auditorio. Es bastante habitual tener que seleccionar estrategias que permitan que la mayoría de tus alumnos puedan acceder a lo que les estás explicando. No tiene ningún sentido hablar para ti cuando ves delante tuyo a algunos alumnos mirándote con cara de no entender nada, a otros mirándose las manos y, finalmente, a esos que, por desgracia, ya están empezando a hacer avioncitos de papel (que, por desgracia, tampoco vuelan muy bien cuando los pruebas).

El docente está a otro nivel y, es por ello que, casi siempre, debe jugar en el campo del equipo para conseguir ganar el partido. El partido no lo gana el entrenador. El partido lo disputan los jugadores y, a mayor autonomía de los mismos y entendimiento de los rudimentos básicos del juego que deben ejecutar, más posibilidades de conseguir llevarse los puntos a casa. Lo mismo en las aulas. No hay dioses ni altares. Hay alguien que sabe algo. Que debe transmitir lo que sabe para que alguien se entere de lo que estás diciendo. Es parte de tu trabajo como profesional. Es imprescindible hablar un lenguaje para que te entiendan y, cómo no, pueda permitirte ir avanzando en tu materia.

En las aulas lo anterior se hace habitualmente. Los docentes -al menos la mayoría que conozco- intentan ponerse en la piel del aprendiz y buscar la mejor manera de impartir sus conocimientos. No piensan en usar o no las TIC u otra herramienta. Primero piensan cómo pueden hacerlo y, posteriormente, buscan la mejor manera de hacerlo con los recursos de que disponen. Adaptabilidad al medio lo llaman algunos,. Yo, simplemente, profesionalidad habitual.

El problema es cuando la situación se invierte. Cuando el docente se convierte en aprendiz y va a maravillosas jornadas o sesiones de formación. Lugares donde, curiosamente, la mayoría de esos que imparten esa formación o dan esas maravillosas charlas magistrales para demostrar lo cultos que son o las capacidades tecnológicas que poseen, se olvidan de llevar la disertación a la satisfacción de necesidades. Encontrarte a unos personajes, hombres o mujeres, con camisa, sin camisa, calvos o con pelo, con barba o sin ella y usando herramientas más tecnológicas o con medios menos técnicos, que pasan del docente que va a formarse o a escucharles, es algo, tristemente, demasiado habitual. Tarimitis como enfermedad de algunos. Compren mi libro, dirían otros. Usemos palabrejas comanches para decir al rostro pálido que tenemos en unas sillas que, procuraremos sean lo más incómodas posibles, se sienta como un inútil por su bajo nivel.

Creo que alguien debería entender que los docentes, una vez asumen el rol de alumnos o escuchantes, son personas que vienen a aprender. Se reconvierten en aprendices de algo que, por lo que sea, les interesa para su mejora profesional. Que, si ya ponemos el hablar por hablar, el demostrar lo intelectual que es uno por los autores que conoce (o esos cuatro que se ha aprendido en el último momento para dar sensación de guayismo intelectualoide que favorece Google y la Wikipedia) o, las palabras técnicas que sólo están al alcance de alguien que piensa más en la palabra que en el uso que debe darse a las mismas, vamos por mal camino. Por tanto, ya tardáis algunos en bajarsus de la tarima… ¡hostias!

Este post, recurrente en cuanto a contenido, es debido a que hay personas a las que quiero mucho que, con toda la mala intención del mundo, me envían el póster de unas jornadas educativas. Unas jornadas a las que van personajes que, pondría la mano en el fuego, son incapaces de lidiar con el mejor primero de ESO de mi centro. Jornadas que se van a llenar de compañeros que dan mil vueltas a los de arriba de la tarima. Por cierto, tarimistas que, estoy convencido de que lo primero que dirán es que “las tarimas son malas para el aprendizaje”. Es que lo veo.

Además, también va muy bien este post para haceros publicidad de mi último libro donde, de forma muy erótico-festiva retrato a este tipo de especímenes. Especímenes que, después de la administración educativa, las organizaciones económicas y la paella con chorizo, tienen su parte de responsabilidad en determinados discursos y despropósitos educativos.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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