Puedo entender que alguien, por motivos variopintos, pueda creer en lo que dicen determinados personajillos que pululan, tanto en las redes sociales como en las tarimas de determinados eventos educativos. Puedo entender, incluso, que en una primera aproximación a ciertas cosas, compre determinados discursos e incluso pseudociencia al por mayor. El problema es cuando intentan justificar lo anterior frente a un espejo. Y eso, al menos a mí, me preocupa.

En el día de ayer publiqué un artículo crítico con el mindfulness (enlace) y, hubo un comentario que me preocupó. No por ser un comentario aislado en lo que escribo. Más bien por ser un comentario recurrente en su fondo.

De acuerdo contigo en que es una práctica que se puede estar dando por docentes sin formación necesaria, y que no todo el mundo es adecuado para hacerlo y practicarlo.
En lo demás, discrepo.
Como acostumbro, si puedo por tiempo, responder a todas (o a la mayoría) de interacciones de las redes sociales y, especialmente a los comentarios que ponéis en este blog, le respondí «si estaba discrepando con lo que decían las investigaciones». Y esa persona me respondió lo siguiente.
Podría decirse que sí o que sí con algunas, porque has puesto bibliografía, pero no es toda la que hay (hay infinidad, y con el argumento contrario tb) y eso hace que puede ser sesgada y haya juicios de valor apoyados con investigaciones en esa línea.
Entonces, cómo luchar contra la argumentación anterior. Se pueden poner metaanálisis actuales, con cientos de estudios anexados y, aunque lo hagas, algunos van a decirte que sesgas lo que estás poniendo. ¿Realmente alguien cree que no me gustaría que el mindfulness fuera útil o las inteligencias múltiples existieran? Claro que sí. Me encantaría tener evidencias del funcionamiento de ciertas cosas pero lo que hay son evidencias de lo contrario. Mi sesgo siempre es de intentar confirmar. Si no se puede confirmar, pues se refuta. Y no pasa nada por darle más importancia a las evidencias que a lo que diga uno en un blog (sí, también a lo que escribo cuando no me apoyo en datos o investigaciones) o en las redes sociales. Tampoco pasa nada por no creerse algo porque lo diga alguien que es nuestro gurú educativo de cabecera. Ni porque nos lo digan en uno de esos cursos de formación, en los que el discurso del ponente no soportaría una mínima contraargumentación.
Es que, después de leer lo anterior y ver como algunos le «dan cariño», creyendo el siguiente tuit y compartiéndolo en las redes sociales sin cuestionarse nada del mismo (que cae por su propio peso), ya cuesta mucho intentar contraprogramar.

Fuente: https://twitter.com/lucas_gortazar/status/1620085841631809536

Lo sé, lo de que la fuente del gráfico sea «author’s calculation» ya debería hacer saltar todas las alarmas. Al igual que relacionar el impacto de UN DOCENTE con los ingresos que van a tener de por vida. Y todo, claro está, justificando el aumento de ratios (class size) con argumentos muy poco científicos. Pero bueno, hay pedagogos avalando esto. Hay docentes de aula que también lo han compartido y se lo creen. Y, cómo no, es un discurso que se compra muy bien ideológicamente aunque, como he dicho antes, no tenga ninguna evidencia ni datos que lo sustenten. Porque, a diferencia de otros que solo se quedan con el gráfico, yo sí que me he leído el artículo del que extrae el gráfico. Un artículo de evidencias nulas en el que el autor expresa su opinión personal.

Se ha de ser muy (…) para defender lo indefendible. El problema es que hay algunos que creen el pensamiento monolítico de su gurú educativo de cabecera. Gurús que, curiosamente, a día de hoy están defendiendo que toda la culpa y la mejora del sistema educativo pasa por la formación y selección de sus docentes. Lamentablemente, como docente de aula, que yo sea mejor o peor profesional, tiene una influencia, tal y como dicen todas las investigaciones (no sesgadas y no interpretadas torticeramente), muy inferior a la reducción de ratios, la mejora de las condiciones de los centros educativos, la situación sociofamiliar de partida y la existencia de profesionales que ayuden a tratar con una determinada tipología de alumnado.

Eso sí, echar las culpas al profesorado, a su falta de implicación y formación hace que, curiosamente, no se busquen responsables donde tocan. Y la culpa de que mi instituto esté masificado, que haya grietas, que no tengamos wifi, que ayer estuviéramos rodeados de mierda porque las cañerías habían reventado y tuvieron que venir de urgencias los especialistas a desatascar o que, simplemente, tengamos los mismos recursos de hace cincuenta años para dar clase, no es de mis compañeros ni mía. Pero bueno, siempre mejor echar la culpa al profesorado, al alumnado o a las familias porque eso es lo fácil. Algo que hacen, curiosamente, gran parte de los gurús educativos, repiten como cotorras en determinados lugares y acaba calando en la mente colectiva. Incluso entre algunos de mis compañeros.

Al final me ha salido un post muy incoherente. Ello no obsta para deciros a todos los que os pasáis por aquí… ¡cuestionáoslo todo! ¡No os quedéis con un discurso educativo porque os convenza más o menos! ¡Leed y formaos vuestra propia opinión más allá de quién os diga ciertas cosas! Y, como es obvio, cuestionad todo lo que escribo.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

 


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