Hay empresas y personas que abusan de la confianza de uno. Especialmente sangrante el tema es, cuando bajo el paraguas del altruismo incentivado, los lametones a tu ego o la palabra “vocación”, se te hacen ofertas de esas que es imposible de rechazar. Ofertas que siempre implican que acabes palmando de tu bolsillo y, para más inri, llenando los bolsillos de esos que hacen esa oferta irresistible.

Hoy me ha vuelto a pasar. Una empresa bastante conocida, cuyo principal modus vivendi es la venta de productos y servicios relacionados con la educación, me ha ofrecido a precio de saldo (bueno, gratis) participar en un webinar en una formación por la cual cobran una cuota de inscripción de unos cientos de euros. La verdad es que me ha pillado mayor y he renunciado amablemente al ofertón, pero debo reconocer que a lo largo de mi vida profesional he sido muy tonto en este aspecto ya que, en muchas ocasiones me he ido a reuniones o he participado en ciertas cosas de entidades con ánimo de lucro asumiendo todos los costes. Sí, he llegado a ser tan gilipollas que hasta ofrecí en su momento mis dos libros gratis porque consideraba que, el esfuerzo dedicado a ello no tenía ningún valor. Qué tiempos aquellos.

Ahora me he vuelto un poco menos tonto porque, sinceramente, no hay nada peor que el altruismo mal entendido. Salvo que sea para participar en eventos de entidades sociales con las que comparta fines, o para juntarme con cuatro “amigos” y montar algo, cada vez me gusta menos el trabajar de gratis. Otra cuestión es que me guste compartir lo que escribo en este blog o, simplemente que intente echar una mano a quien me lo pide de forma personal. Eso sí, lo de trabajar gratis para que otros saquen tajada o, simplemente ponerme a hacer cosas para terceros en las que, ni tan solo se me da las gracias, ya es algo que se ha alejado de mis “obligaciones”.

No hay nada peor que haya gente que crea que el tiempo de un tercero no vale nada. Hacer algo implica dejar de hacer otra cosa. Y los tiempos, esperemos que cuando la pandemia pase y los podamos volver a disfrutar, son para gestionarlos con lo que te apetece y con quien te apetece. No están para trabajar para otros ni para promocionar ciertas cosas por amor al arte. El amor al arte es algo que uno tiene, o bien cuando va a un museo o cuando pasea por la playa y ve determinados cuerpos esculturales. Lo otro se llama ser tonto. Bueno, muy tonto.

Me he vuelto un poco menos tonto pero, aún así siempre hay quien me la cuela. Cuesta perder las malas costumbres pero, poco a poco lo voy intentando. Ya son muchas hostias en los últimos años. Y, al final, uno aprende.

Por cierto, como me dijo alguien hace poco, esto se ha convertido en el blog de Jordi. Creo que es lo que siempre debería haber sido.


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