El «choripán» es una comida que consiste, básicamente, en un trozo de chorizo entre dos rebanadas de pan. Por lo visto es típica de ciertos países, entre ellos Argentina, Chile, Paraguay o Bolivia, pero a mí, que no vivo en ninguno de ellos, era habitual que en mi casa, o bien me pusieran un bocadillo con nocilla y mejillones, uno de fuet o uno de chorizo para irme por la calle en verano. Incluso me acuerdo de uno, muy goteante, de chorizo que, conforme iba hincándole el diente, iba esputando grasa por doquier.
Cuando a uno le roban el bocadillo en el patio, siempre le roban el chorizo y tiran el pan a la basura. Lo mismo sucede pasados los años. Desde despachos refrigerados impiden poner el aire acondicionado a las empresas. Es lo que tiene que los abusones siempre quedan quedarse con el chorizo. El chorizo mola. Incluso para los veganos incluso que se escondan de ello. Es lo que tiene querer lo bueno. Y el pan, por mucho que nos guste, solo no tiene mucho sentido.
En el ámbito educativo sucede lo mismo. Hay algunos, normalmente personajes que jamás han pisado el aula o, si la pisan es de refilón, que siempre acaban con las existencias de chorizo. Lo mismo entre los que legislan, montan los cursos de formación docente o, simplemente, perpetran centros de «coaching» para el profesorado para que accedan a ser líderes de su aula. No entro en los que se inventan palabras complicadas y acuden siempre a frases en las que aparezca alumnado del siglo XXI, profesorado del XX y escuelas del XIX. Es que no puedes menos que reírte. Bueno, te ríes de la situación y te da pena cuando ves a tantos que regalan el chorizo para quedarse con el pan. Pan duro en muchas ocasiones porque a ver si os vais a creer que en los comercios que os venden tres barras de pan por un euro están usando harina «de la buena». Bueno, preguntaos más bien si ese pan está hecho con harina.
Las voces autorizadas (¡las que saben!) en educación venden «choripanes» completos. El problema es que la OCDE, el pedagogo X o el investigador inventahipótesis, amén de todos los entramados económicos y think tank que hay en educación, venden un «choripán» sin chorizo. O bien porque algunos se lo han comido. O bien porque algunos están especulando con esos chorizos de manera fraudulenta. Y ya no entro en aquellos que prefieren meterse el chorizo por determinados agujeros antes de ponerlo en el pan. Un «choripán» de segunda mano tampoco mola. No mola Finlandia ni experimentos fracasados. No mola recuperar teorías pedagógicas de cuatro falsos intelectuales. No mola comerse pan y más pan sin llegar a catar nunca el chorizo porque, al final, algunos panes nunca acaban llevándolo.
Anteayer fui a ver con mi hija la película «Voy a pasármelo bien» y me trajo recuerdos del «choripán», el chamburcy, la mirinda y el tulipán. Y no he podido menos que llevarlo a mi campo literario. Espero que me perdonéis.
A mí me dais el chorizo. El pan, ya si eso, se lo dejáis a aquellos estúpidos que van a creer ciertas cosas que cuatro personajes «de mierda» dicen en las redes sociales, en las entrevistas que les conceden determinados medios o, simplemente, legislan sobre cuestiones que jamás van a afectar a sus hijos. Soy así de raro. El pan sin chorizo NO ES «CHORIPÁN».
Estos meses voy a ir haciendo un poco de publicidad, si me permitís (bueno, y si no da igual, porque esto es mi blog), de mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos este curso que viene sobre educación. 😉
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