Reconozco que uno de los errores que he cometido, especialmente por la presión de los algoritmos de las redes sociales, ha sido, en ocasiones, señalar al mensajero de determinados postulados educativos. No ha sido de forma consciente y quizás, como he dicho en alguna ocasión, es una de las cuestiones de las que más me arrepiento de todas las que he hecho cuando era un usuario «de dedo fácil» del antiguo Twitter. Con X ya se redujo mi interacción. Y ahora, cada vez va a menos.
Tengo claro que hay planteamientos educativos que perjudican al alumnado. Hay determinadas modas pedagógicas que, tal y como nos parecen indicar, tanto las investigaciones como la evidencia empírica (que jamás será suficiente para algunos), no funcionan. O que, en ocasiones, son contraproducentes. Especialmente siéndolo para el alumnado más vulnerable. Eso sí que lo tengo claro.
También sé que hay grupúsculos y asociaciones más interesadas en el destruir que en el construir. Y eso que, tal y como voy a reconocer ahora que no me lee nadie, puede haber cosas interesantes dentro de las que comentan. Lo que pasa es que es tanto su odio hacia el que piensa diferente y tanta la persecución, insulto y señalamiento a los que no son de su cuerda u opinan igual que ellos que, por desgracia, pierden toda posibilidad de aportar nada a un debate constructivo.
Eso sí, lo que me sorprende es que haya personas, con las que puedo coincidir o no en ciertos aspectos, que digan frases como las siguientes (fuente):
(…) o nos comprometemos todos y todas firmemente con señalar y aislar discursos, personas y asociaciones reaccionarias, o esto no solo no tiene arreglo, sino que van a seguir aumentando, en número y en legitimidad.
Me preocupa el discurso de señalar a quienes piensan diferente. Me preocupa el posicionarse en el lado bueno mientras que todos los demás están en el lado malo. Me preocupa el, en un tema tan complejo como es la educación, tener tan claro quiénes son los enemigos y proceder a ese señalamiento. E incitar, como se deduce de la cita anterior, a señalar y aislar a las personas, entre ellas muchos docentes que, por desgracia, piensan diferente. Y pensar diferente no es ser reaccionario. Pensar diferente es, simplemente, pensar diferente.
Siempre he creído que en la pluralidad de ideas está la clave para poder avanzar (no solo) en educación. Siempre he dicho que, tal y como me han oído decirlo muchas personas en pequeño y gran comité, es importante escuchar, colaborar y trabajar en equipo. Además, estoy convencido de que la diversidad aporta. Y entender que esa diversidad de opiniones y posicionamientos educativos enriquece, es clave para que se dé una mejora educativa.
La verdad es que no entiendo tanto odio al que piensa diferente. No entiendo (y eso que, reconozco, tal y como he hecho al principio, puedo haberme equivocado en ocasiones) que se señale a la persona o se la etiquete. Quizás podría disculpar el cuestionar ideas pero, a mí eso de señalar y aislar, me suena mucho al típico matón que abusa de quienes no quieren sumarse a su banda en el colegio.
No sé. Quizás ya hace tiempo que intenté debatir contra quienes señalan. Me han señalado en numerosas ocasiones. Algunos ya, antes de que diga cualquier cosa, ya ponen en marcha la máquina de fango para cuestionar lo que estoy diciendo. Y eso antes de que se pongan a leer algo que, en ocasiones, puede ser parecido a lo que defienden.
Nunca he visto lo de señalar a las personas como algo necesario para la mejora educativa. Quizás es que no lo sea. Quizás es que, a lo mejor, es mucho más fácil el señalar que el argumentar. No sé el motivo y, tal y como he dicho en alguna ocasión, incluso que no vaya a compartir mesa ni mantel con determinadas personas, también tengo claro que si por motivos profesionales necesito trabajar codo con codo con ellas para mejora la educación, lo voy a hacer porque, al final, a algunos nos interesa bastante más el alumnado que el mantener el dedo acusador. Además, pasarse el día señalando, ha de ser algo agotador.
Os prometo que hoy iba a escribir acerca de ese plátano pegado con celo que ha salido a subasta, y se ha vendido por seis millones de dólares, pero se me ha cruzado ese artículo del que me han chirriado muchísimas cosas. Y no, no es una cuestión personal porque, al final lo relevante es lo que se dice y no quién lo dice.
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