Hay modas pasajeras y, quizás entre ellas, esté el fenómeno de abandonar X por Bluesky. Mientras algunos lo consideran un paso para la iluminación digital, otros pedimos ayuda profesional antes de tomar esa decisión. Es lo que tiene tener un psicólogo de cabecera. Por cierto, al mío no os lo recomiendo porque, por desgracia, siempre que vamos a comer arroz con cosas, acaba devorándolo antes de que haya tenido tiempo de comerme un par de cucharadas.
Volviendo al tema y por si os puede servir, os doy los diez motivos por los que mi psicólogo opina que mejor me quede quietecito en X.
En primer lugar me dice que ya es bastante lidiar con un timeline lleno de dramas, debates sin sentido y memes inesperados en X para añadir, de forma brusca, una capa extra de caos a mi vida saltando a Bluesky. Además me pregunta qué necesidad tengo de cambiar de circo cuando los payasos son los mismos. Touchée. El primer argumento de mi psicólogo no tiene ningún tipo de posibilidad de ser rebatido.
También me habla de la falacia que supone un «nuevo comienzo». Dice que algunos creen que cambiar de plataforma es como empezar de cero y dejar atrás todos los malos recuerdos. El problema, añade, es que los dramas y peleas digitales nos van a seguir en Bluesky ya que no es solo una plataforma nueva; es un nuevo campo de batalla.
Debo admitir que suena emocionante el cambiar de red social pero, según mi psicólogo, se trata solo de una trampa para los adictos a la novedad. Mejor que me quede en territorio conocido donde, como mínimo, sabré cómo evitar a los trolls. Además, siempre hay la posibilidad de que todos esos trolls se vayan, tal y como se está viendo, a Bluesky en manada.
Dice que abandonar X por Bluesky no me va a hacer más moderno ni más inteligente. Según él, entre cucharada y cucharada de arroz con cosas, es como cambiarse de ropa interior sin ducharse. Es llevar toda la porquería de antes con mucho Varón Dandy.
Con la boca llena me dice que imagine cómo sería el gestionar dos plataformas, con miedo constante a perderme algo importante en ambas. Mi cerebro no está preparado para tanta presión. Ni para, como me comenta continuamente cada vez que quedamos para esas citas gastronómicas, crearme una cuenta en Tinder o empezar a jugar al LOL.
¿No estás cómodo en X? me comenta mientras su tercer copazo de vino tinto desaparece en su boca. Me dice que la comodidad de X, con todos sus defectos, es tranquilizadora. Moverse a Bluesky significa adaptarse a nuevas reglas, nuevas etiquetas y, horror, ¡nuevos algoritmos! Mejor el diablo conocido que el diablo por conocer.
En lo que llevamos de comida, mi psicólogo, bastante guapetón según dicen sus resultados de ligoteo, ya ha hecho cuatro matches en su aplicación para pillar cacho de psicólogos. Los docentes no tenemos de esto. Sería, como he dicho en alguna ocasión, un buen negocio. Además lo podríamos hacer en formato DUA, universal para docentes cañón y escopeta de feria. Tengo que darle una vuelta cuando me jubile.
Mientras da el último match, mirándome a los ojos me dice que si ya paso horas infinitas haciendo scroll en X, Bluesky solo va a duplicar esa adicción. Dice que nuestro pulgar merece un descanso, no una carga adicional.
También me habla de mi ego. Dice que, aunque lo disimule, como todo quisqui, tengo un determinado ego e irme a Bluesky significaría empezar de cero y que no todos los seguidores que tengo actualmente me sigan. Que le vaya a otro con el cuento de que no me importa la gente que me sigue ni las métricas. Que, al igual que me gusta que echen un vistazo a mi cuerpo orondo, maravillosamente definido, también me hace ilusión que me sigan perfiles relacionados con las criptomonedas o con recetas milagrosas para mejorar la educación.
Pero es que quiero ser libre y X no me deja. Nada. Por lo visto, según él, si creo que en Bluesky voy a escapar de los anuncios, la vigilancia y las políticas opresivas, estoy creyendo en mitos. La privacidad es un mito, y los anuncios son el precio a pagar por el entretenimiento gratuito. Especialmente para aquellos que se montan un negocio que viven de los datos de todos los que participan en las redes sociales.
En definitiva, mi psicólogo dice que al final, cambiamos las caras, pero no los hábitos.
Así pues, después de pagar una cuenta astronómica (joder, ya se podía haber pedido vino de la casa), me voy a casa con unos cuantos euros más pobre y con menos ganas todavía de migrar a Bluesky porque, como siempre he defendido, mejor dejar las opiniones a un lado y fiarse de los expertos. De esos que, como mínimo, llevan años de experiencia y tienen una acreditación académica para ejercer su trabajo.
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