Sé, antes de empezar a redactar este post, que me voy a meter en múltiples charcos. Además tengo muy claro que van, por desgracia, a aparecer las típicas críticas ad hominem o, simplemente, a decirme lo imprescindible que es la pedagogía como ciencia. Incluso algunos lo que van a decirme, es lo que hemos evolucionado en la educación gracias a la existencia de las Facultades de Pedagogía. Lo sé y, a pesar de todo lo anterior, voy a desarrollar, sin ningún tipo de resquicio posible, el porqué del bluf de la pedagogía teórica actual.

Permitidme antes de ponerme con el meollo de la cuestión comentar la diferencia entre pedagogía práctica y pedagogía teórica. En el aula, los docentes de a pie, gracias a su capacidad de enseñar o educar, hacen gala del concepto pedagógico. Pedagogía es el entrar en el aula, impartir clases usando cualquier método posible, adaptarse a cada alumno y, procurar que aprenda. Bueno, eso es pedagogía práctica. Se hace, en numerosas ocasiones, sin constructo teórico, más allá del conocimiento que ha ido transmitiendo la experiencia (como receptor o emisor de conocimientos). Ojo, impartir conocimientos no es impartir solo teoría. Impartir conocimientos es impartir teoría, habilidades y hacer competente al alumnado. Así que, por favor, no busquéis los de siempre jugar con las palabras. Ni decir, claro está, lo que no he dicho.

La pedagogía teórica es la de los despachos. La que se imparte en determinadas Facultades. La que normalmente emana de lo teórico y que aspira a convertirse en un desarrollo práctico. Pero, por desgracia, patina. Patina tanto en su constructo teórico como en su traslación a la práctica porque, ¿qué práctica podemos trasladar al aula sin haber probado su utilidad en el aula? ¿Qué práctica podemos exportar desde la teoría si nadie ha pedido ni necesitado ese constructo teórico en el que se va a basar?

Antaño, como he dicho en Twitter, toda la pedagogía teórica emanaba de las aulas. Docentes probaban cosas en su aula, analizaban los resultados de las mismas y, en ocasiones, procedían a documentar teóricamente qué y qué no les había funcionado. Prácticas difícilmente exportables pero que, si estaban bien documentadas y situado bien el contexto, podían aprovecharse en parte. Repito, prácticas del aula que pasaban a ser consideradas constructos teóricos. Nada que ver, por cierto, con lo que se está haciendo hoy en día en las Facultades de Pedagogía o de Ciencias de la Educación donde, salvo excepciones, siguen recurriendo a constructos teóricos caducos dotándolos de modernidad literaria o, simplemente, a inventos totalmente alejados de lo que supone un aula.

Montessori, directora de un centro educativo donde aplicar sus planteamientos educativos. Freinet maestro de escuela donde realizaba ciertas experiencias con su alumnado. Freire experimentando sus prácticas pedagógicas, antes de pasarlas a teoría, con su alumnado de las plantaciones de caña de azúcar. Ferrer i Guàrdia, trasladando a la Escuela Moderna, todo lo que iba aprendiendo en su día a día. Es que no ha habido ni un “pedagogo” de antaño, entendiendo como tal al que concibe la educación de forma teórica, sin práctica directa en el aula que pretendían cambiar. Y, aun así, sus traslados de la praxis a la teoría han necesitado numerosas adaptaciones por parte de los docentes que usan sus planteamientos metodológicos.

Por tanto, no hay otra que considerar a la pedagogía teórica actual como un bluf emisor de papers de dudosa calidad, tanto en su concepción como en su confección. Un entramado que no tiene ninguna validez práctica y que, por desgracia, lo único que hace es retroalimentarse con teorías a las que les falta toda evidencia real. Una evidencia que no puede sustituirse por unos formularios enviados a los centros educativos, que contestan cuatro y que, además, después se interpretan mal a falta de poder tener suficientes datos para realizar una investigación en condiciones. Eso sí, siempre escudándose en que se trata de una ciencia social. Y eso no cuela. Hay muchas ciencias humanas y, no por ello pueden aislarse de las evidencias. Me imagino a un historiador haciendo una explicación del funcionamiento de una villa romana mediante intuiciones teóricas. Hay pruebas. Hay evidencias. Hay gente que ha pisado el terreno. Y los que pisan el terreno son los que, posteriormente, elaboran la teoría donde plasman su conocimiento empírico.

Así que, por favor, no se trata de un debate acerca del valor de la pedagogía. Se trata de una afirmación, sin ningún pudor ni rubor, acerca de que la pedagogía teórica actual es un bluf. Un bluf que solo sirve para que cuatro vivan de otros cuatro que, posteriormente, querrán vivir de otros cuatro.

Por cierto, el fenómeno del pedagogo teórico, reconvertido en coaching educativo, está muy bien reflejado en la última película de Álex de la Iglesia. Ahora ya podéis empezar a darme collejas…

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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