Aprovechando la lluvia y las vistas a un mar encrespado, por el que apetece ir a pasear por la playa una vez pase el chaparrón, voy a ponerme a escribir una líneas acerca de las pedagogías de pega. He sacado la idea del artículo de hoy de El País en el que se habla de que cada vez son más los que se compran libros para “poder presumir”. Es que, leyéndolo no puedo menos que pensar en algunos insignes expertos educativos. Bueno, simplemente, puedo pensar en algunos docentes con cuenta en las redes sociales.

Hay mucho docente que alardea de cosas que no ha leído o no ha entendido. Son legión los que hacen apología de haberse empapado de Dewey, Freinet, Montessori o Vygostsky entre otros. Que gracias a ello ha mejorado su percepción y su praxis docente. Hasta hay algunos que dan formación o trabajan en centros que siguen una determinada ideología. Incluso hay muebles de Ikea que permiten seguir la doctrina Montessori. Y, la mayoría, sin haber entendido nada. Va, añado y esto de mi cosecha propia, leer a cualquiera de los anteriores no te hace mejor docente. Te hace atesorar más pérdida de tiempo. Pero si hay gente que lee a Belén Esteban, cada uno es libre de perder el tiempo como le dé la gana. Especialmente si lee y entiende lo que le da la gana. Repito, leer a los autores anteriores no te hace ser mejor ni peor docente. El mismo resultado que leerte libros de César Bona, Mar Romera, María Acaso o algún otro que seguramente os pase por la cabeza.

Va, que si tenéis que justificar el ABP por los infumables escritos de Kilpatrick tenéis un problema. Más aún si solo los justificáis en el PowerPoint que vendéis o consumís. Leer investigación educativa no está al alcance de todos. Leer fábulas educativas, imbuirse del espíritu de Rousseau o de la acidez de la desescolarización de Illich, es simplemente tener tiempo para ello. No hay nada malo en leer libros de pedagogía. No hay nada malo en querer (de)formarte con libros que digan lo que quieres que te digan. No hay nada malo en certificarte por Google. Sí, estoy mezclando cosas pero, la verdad es que la relevancia educativa es la misma.

La pedagogía solo sirve para los pedagogos como parte de su historia. Para saber cómo han llegado ahí. A mí me interesa más la historia y las investigaciones educativas. Me interesa más una lista de fracasos que ciertas biblias en función de necesitar o no que confirmen lo que quiero que me confirmen. Me gustan más los libros críticos con la educación que los que desprenden tanto azúcar. Y ya no digamos los que se han escrito hace décadas por alguien cuyo éxito en educación fue, o bien someter a las alumnas de los centros que seguían su proyecto o plasmar una ideología en unas determinadas líneas ininteligibles. Como más complicado el lenguaje, más interesante parece que sea. No es así.

Estoy convencido de que los docentes deberían leer psicología, filosofía e historia. Creo que hay libros acerca de educación que te obligan a pensar y reflexionar. Hay investigaciones educativas que deben hacerse y saber leerse. Hay legislación educativa que conviene conocer y no interpretar a tu antojo. Sé que es enrevesada pero, aunque uno pueda interpretar lo que le dé la gana, sí que pueden saberse determinadas líneas de actuación. Otro tema es leer pedagogías de pega. Y ya no digamos lo de tuitear frases de determinados pedagogos para suplir la falta de su lectura.

No es malo tener el libro de Belén Esteban en la estantería. No es malo tampoco tener el de Aznar o el de Felipe González. Incluso se puede tener alguno escrito por el negro de Ana Rosa. Lo perverso es leerlos. O, simplemente, sustituir los anteriores por libros que digan “que buen docente soy por leer tanta pedagogía” cuando, al final si uno se los lee, lo único que podemos es saber que tiene muy pocas aficiones.

Un médico lee de medicina. A lo mejor le gusta la historia y le apetece leer libros de historia de la medicina También le pueden gustar las novelas relacionadas con su ámbito y lee Robin Cook. Eso sí, a ninguno se le ocurriría alardear en su profesión de que realiza habitualmente sangrados con sanguijuelas porque hace doscientos años, en un texto de medicina muy moderno para su tiempo, se realizaban. Y esto sucede en educación. Además, en nuestro caso, sin tener ninguna utilidad real. La educación, nos guste o no, evoluciona aunque algunos se empecinen en vender innovación bajo pura involución. Por muchos libros de pega que atesoren en sus estanterías.


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