Estoy muy preocupado por la deriva de algunos en los últimos tiempos. Me preocupa ver como el debate educativo, no solo en las redes sociales, se ha convertido en algo muy alejado del interés del alumnado. Os prometo que no entiendo a aquellos que, un día sí y al otro también, se regodean en la necesidad de machacar a quienes, por desgracia, tienen la mala suerte de tener otra visión educativa, basada más en criterios técnicos que en criterios ideológicos.
No entiendo que haya docentes que defiendan la desaparición de las lecturas obligatorias de clásicos en Cataluña. No entiendo que, precisamente al alumnado más vulnerable, se le hurte esa posibilidad. Y que se diga que se hace para que lean más. Por favor, hay aproximaciones culturales que, en determinados contextos sociofamiliares, solo van a ver en el aula. Y quitarles esa posibilidad hace mucho más difícil a ese alumnado poder llegar mucho más lejos que lo que, a priori, la situación de partida permitiría.
No entiendo tampoco que haya algunos que apelen siempre a la visión ideológica de la educación. Que defiendan o critiquen determinadas decisiones educativas en función de si las hacen los suyos o los otros, en lugar de analizar si esa decisión beneficia al alumnado. A mí no me importa quién tome una decisión educativa. Me importa que la decisión educativa beneficie al alumnado. Os voy a poner un ejemplo relacionado con otro ámbito. ¿Qué preferís? ¿Tener una ciudad limpia por el buen trabajo de gestión del ayuntamiento o, simplemente, tener una ciudad sucia porque el ayuntamiento esté gobernado por los vuestros? Lo sé. He usado una comparación que quizás sea poco acertada, pero creo que podéis entender por dónde voy. Es que a mí me da igual si el que inventa el medicamento para curar el cáncer de páncreas es de los que piensan igual que yo o diferente a mí. Lo importante es que exista ese medicamento y que llegue a los pacientes que lo necesitan.
También me causa extrañeza los que piden que jamás se evalúe al sistema educativo porque, según dicen, esos datos que se obtengan jamás van a servir para nada. Mejor tener datos que no tenerlos. Mejor tener un punto de partida que no tener ninguno. Mejor evaluar que no evaluar. ¿Os imagináis que no evaluáramos ni revisáramos nunca el estado de un avión y lo hiciéramos solo por la percepción de alguien que, desde un determinado púlpito más o menos mediático, dijera que no es importante porque, al final, esa inspección que se hace de los aparatos no sirve de nada? Pensadlo.
Y ya no entro en aquellos que se alegran cuando determinadas medidas educativas, porque no las han tomado los suyos o no son acordes con sus planteamientos, fracasan. A mí que una medida educativa no funcione no me gusta. Puede no gustarme la LOMLOE pero me encantaría que funcionara. Pueden no gustarme determinados abordajes educativos pero, de ahí a querer que sea un fiasco y perjudique al alumnado va un largo trecho. Pero hay gente que abre botellas y botellas de cava alegrándose de que fallen determinadas medidas educativas. Un inciso, que no me alegre de que fallen ciertas cosas, no implica que no pueda criticarlas por creer, o bien que es una mala ley o una mala decisión técnica. Ya veis que siempre menciono decisiones técnicas y profesionales. Es que, al final, eso es lo que hace que las cosas funcionen: el tomar buenas decisiones, basadas en datos y aplicarlas al aula, con la ayuda de los grandísimos profesionales que hay ahí.
Hay veces en las que siento y veo como algunos están más interesados en que no funcionen las cosas porque «no son sus cosas». Yo voy a alegrarme siempre que lo hagan. Y ya si funcionan, analizaré y plantearé cómo pueden mejorarse las mismas. Algo que no implica estar callado y ser crítico. Va mucho más allá de eso.
Si algunos en lugar de proponer y reflexionar sobre educación se dedican a insultar, señalar y hacer lo posible para que las cosas fracasen, tengo muy claro que no los quiero en mi equipo. Mi equipo siempre es aquel que intenta hacer las cosas bien, de forma técnica, con datos y evidencias. Y, a pesar de ello, mi equipo se equivoca en muchas ocasiones. La educación no es algo fácil pero, por favor, intentemos hacer, al margen del ombliguismo, lo mejor para nuestro alumnado. Ellos se lo merecen y, como siempre he dicho, son el eslabón más débil del sistema. El eslabón, lamentablemente, del que menos se habla en demasiados debates (muy poco) educativos.
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