Es muy fácil dañar la imagen de alguien diciendo algo de esa persona. Da igual que sea cierto o falso. A veces da igual. Lo importante es el señalamiento y hacer carnaza para que una jauría, envuelta en un determinado halo de superioridad, se dediquen, con mayor o menor esfuerzo, a seguir haciendo funcionar esa máquina del fango que, especialmente en las redes sociales, va a toda velocidad.
En ocasiones hay fango que algunos se inventan para defender sus posturas. Especialmente por parte de aquellos que, alegando que el fango se está creando contra ellos, tienen una fábrica de producción de máquinas de fango totalmente automatizada que, a nombre de terceros, especialmente mediante perfiles anónimos en las redes, intentan hacer todo el daño posible, a la par que se victimizan de un fango contra ellos que no existe.
Estoy hablando, por si el título del artículo no os ha dado ninguna pista, del ámbito educativo. Quiero ceñirme a él porque, al final, es lo que más me afecta, tanto a nivel profesional como personal. No olvidemos que el fango está pensado para hacer daño. Y hay gente, o más bien gentuza, cuyo único objetivo es dañar al adversario pedagógico. Especialmente cuando hay falta de argumentos o, hay necesidad imperiosa, de luchar contra su frustración por desmontárseles sus discursos con cada golpe de realidad.
No me gusta el fango. Quizás hubo un tiempo en el que, por presión de determinados algoritmos, dije cosas que jamás debería haber dicho. Quizás, por desconocimiento o porque al final todos tenemos nuestra parte de ego, he respondido en el pasado (sí, podéis rebuscar en mis cuentas de las redes sociales o en este blog ya que, a diferencia de otros, no me gusta borrar lo que he dicho) de forma que no tocaba. No es productivo. No es necesario. No aporta nada a la mejora educativa que, estoy convencido, creemos la mayoría de los que nos dedicamos a la educación o tenemos interés en ese ámbito.
Me da pereza ponerme a responder a aquellos que, con señalamientos e insultos cogen a los que no piensan como ellos como blanco de sus megalomanías varias. Me ha costado mucho escribir este artículo para hablar de máquinas de fango. Y sí, aunque no os lo creáis, me he retenido antes de enfrascarme a dar respuestas que, ya os digo yo, que quizás hubieran tenido aplausos pro algunos, pero que creo que no son productivas.
Llevo unas semanas trabajando, al igual que la inmensa mayoría de los que nos dedicamos a la educación (tanto en el aula como fuera de ella), una cantidad interminable de horas. Se trabaja mucho para que salgan las cosas. Hay cosas que no funcionan. Hay cosas que pueden mejorarse. Hay cosas que deben criticarse. El problema, por desgracia, es que destinar el esfuerzo a poner en marcha una máquina de fango y mantener sus revoluciones, ajustando en cada momento los tornillos de la misma porque cada vez algunos necesitan ponerla a más velocidad, quita tiempo de lo importante y de lo urgente. Y lo prioritario es el alumnado. Ese alumnado al que se le debe ofrecer la mejor educación posible. No solo por él. También por nosotros. Necesitamos tener el mejor sistema educativo del mundo porque, como todos sabemos, un mejor sistema educativo siempre va a revertir positivamente en la sociedad que lo tiene.
Yo seguiré aportando lo que pueda. Seguiré criticando determinadas modas educativas y compartiendo con todos vosotros determinadas reflexiones sobre educación. Son cerca de veinticinco años de aula y alguno fuera de ella. No sé si me hacen experto en nada pero, al final esto, como he dicho en más de una ocasión, es solo intentar compartir con vosotros una bitácora personal en la que hablo de lo poco que sé y de lo que voy aprendiendo cada día.
Un abrazo a todos los que os pasáis por aquí. Sí, también a los que os dedicáis en cuerpo y alma a vuestra máquina del fango. No es malo que os dediquéis a ello. Eso sí, no pretendáis decir que estáis haciendo otra cosa. No cuela. Eso sí, repito, podéis seguir jugando con ella. Hay cosas mucho más importantes para la mayoría que haceros caso o intentar recoger ese fango que, al final, es lo único que sabéis hacer. Podéis salir de ello. A veces se recae pero, al final, al igual que con todos los vicios, especialmente de este tipo, se puede acabar abandonándolos.
Disculpad el tono del artículo de hoy y el repetirme en hablar de máquinas de fango en tan poco tiempo. Es que, en ocasiones, uno también tiene derecho a levantarse más sensible de lo habitual. Y si a ello le sumamos el cansancio que llevo encima, pues salen estas cosas. Y más todavía pensando en que me queda todo el sábado (que voy a aprovechar al máximo) antes de poder disfrutar de la paella de mañana.
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A estas alturas del curso lo mejor es mantener la calma, tener la cabeza fría y centrase en todo el trabajazo que hay que hacer. Intentar reducir a la mínima expresión la burocracia (si un informe se puede redactar en cuatro líneas, no merece la pena escribir cinco, porque la utilidad del informe va a ser la misma: ninguna). No prolongar las reuniones innecesariamente (si lo que tenemos que decir no aporta nada útil, mejor callarse). Y muy importante… no ponerse a discutir ni filosofar sobre sistemas educativos ni legislaciones. Cumplir la ley, pues como funcionarios debemos cumplirla, pero «bordearla» al máximo y aprovechar sus múltiples incongruencias e indefiniciones para no dejarnos llevar por el tontunismo acrítico y ya. No se pueden desperdiciar energías ahora en peleas inútiles. Si en la vorágine de trabajo de fin de curso queda algo de tiempo libre… que sea para paellas, mariscadas o churrascos. Y también te recuerdo una cosa que ya sabes… fuera de las RRSS la gente suele ser más educada. Todos tenemos conversaciones con compañeros con los que no compartimos ideas, ni filosofía de vida, ni puntos de vista, ni opiniones… y suelen ser enriquecedoras, no un asco como ocurre en el mundo virtual. La mayoría buscamos lo mismo: que el sistema funcione. Cuando entramos en el aula casi todos intentamos que el alumnado aprenda, sea con «pizarra y apuntes», o sea con «la ultimísima ocurrencia innovadora». Ánimo.
A estas alturas del curso estamos muy cansados y, como bien dices, debemos regular nuestras fuerzas. La realidad es que todos, dentro del aula o fuera de ellas, intentamos hacerlo lo mejor posible. Y, a veces salen las cosas. Otras a medias y, finalmente, hay otras que no sabes el porqué, pero acaban siendo un fiasco. Nada. Esto es la vida. Un saludo.