Hoy, una vez finiquitado el documento que va a marcar, junto con todo lo que vaya surgiendo que no esté previsto, mi tarea profesional de estas próximas semanas, me apetece escribir acerca de relojes, tecnología y educación. Y lo voy a hacer aprovechando que, por lo visto he sido bastante bueno o he sabido fingirlo muy bien a lo largo del 2024 y que, por ello, los Reyes Magos me han traído un fantástico reloj. Un reloj de los de toda la vida. Sin conexión a internet, sin poderse sincronizar con el móvil y sin necesidad de cargarse cada dos días.

En mi última mudanza, de los tres relojes que tenía, perdí los dos clásicos y me apareció, tan solo el smartwatch. Un reloj que conectado al móvil me permitía visualizar todos los mensajes que me iban llegando, las interacciones de X, hasta un largo etcétera de aplicaciones que incluían hasta, por lo visto, poder usarlo para pagar en el supermercado. Eso sin olvidar que también contaba las calorías que iba quemando mientras iba andando al lugar en el que había quedado para almorzar. Una máquina tecnológica sin igual que, además cuando no se quedaba sin carga, me permitía saber la hora.

Pero, ¿para qué quería realmente un reloj? ¿Cuál era mi intención a la hora de disponer de un elemento que ponía en mi muñeca? Pues la de mirar simplemente la hora. No soy un deportista profesional. No soy alguien que debo estar monitorizado cardiácamente las veinticuatro horas del día. No necesito que, mientras estoy tomando algo con alguien, me empiecen a salir luces de navidad del móvil porque me ha llegado una notificación que tendré que usar el móvil para contestar. Un lastre para mí. Un lastre tecnológico porque, al final lo único que hacía era doblar el elemento tecnológico necesario: el móvil y el reloj ¿inteligente?

A veces la tecnología nos genera unas necesidades que no tenemos realmente. No llevar reloj, ni el smartwatch que no se perdió en la mudanza, me ha complicado la vida en muchas ocasiones. Es muy incómodo tener que revisar el móvil cada cierto tiempo para ver qué hora es. Un acto tan simple y necesario para todos los que trabajamos o, simplemente tenemos una vida con unos tiempos marcados, como es ver la hora se complica con un dispositivo que no tiene ninguna utilidad. Y, no lo olvidemos, esa inutilidad para el 99% de las personas hace que debamos tener otro cargador más en casa. Se nos descarga el móvil. Se nos descarga el reloj. Qué más se nos va a descargar en el futuro. ¿Las maravillosas gafas que se vendieron hace unos años como complemento fantástico y que han sido un auténtico fiasco? Gafas que, por cierto, también tienen una carga útil muy reducida en cuanto al tiempo porque como más cosas haga un dispositivo digital portátil menos tiempo antes de proceder a cargarlo.

La tecnología no es buena ni mala. Es inútil en ciertas ocasiones, complica la vida en otras y dota de características que, al final, no vamos a usar en nuestro día a día, aunque su simple capacidad de tenerlas hace que perdamos, en muchos casos, la capacidad de concentración que necesitamos para hacer determinadas tareas. Así que, imaginaos que pasándome esto a mí, qué es lo que implica para el alumnado. Dadle una vuelta.

Por cierto, no os lo he comentado, pero una búsqueda rápida en Google, me ha dicho que este reloj es mucho más económico que cualquiera de los smartwatch que han aparecido en muchísimas casas esta mañana. Ya no digamos si esos smartwatch tienen asociada una manzana mordida. Y me preguntaréis por qué he buscado el precio. Pues, simplemente, por el cromosoma catalán.

Un abrazo y espero que hayan sido buenos con vosotros. Especialmente, más que con vosotros que me leéis (a los que también os deseo que os hayan traído muchas cosas), con todos esos niños que han pasado muchos nervios esta noche y tienen muchas ilusiones cuando se despiertan.


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.