Debo reconocer que, al igual que todo ser humano, no sé cuándo me llegará la hora. Tampoco me apetecería saberlo porque, al final, voy a ser solo producto de un recuerdo para algunos y olvido para todos cuando, por ley de vida, nadie se acuerde de mí. Es por ello que, especialmente desde hace un tiempo, viendo que ya ni soy el que era ni voy a volver a serlo, me planteo qué es lo que quiero hacer en esa vida tan corta. Elijo la manera de vivirla. No planteándome si lo que voy a hacer, siempre y cuando sea en conciencia y sin hacer daño a terceros, va a implicar qué para quién. Además, como he dicho en multitud de ocasiones, estar todo el día resentido no lleva a nada. Ni tampoco planificar venganzas inútiles. Los tiempos son demasiado cortos para ello.

Vivir la vida no es solo disfrutar del tiempo, de la familia y de la gente que te quiere. También es hacer lo que crees, con independencia de qué vas a sacar de ello. Por compromiso. Por necesidad de aportar. Por necesidad de, más allá de los charcos en los que te metas o los obstáculos que la vida se empeñe, directa o indirectamente en poner, intentar aportar tu granito de arena en lo que puedes aportar. Ha de ser muy triste vivir solo para joder la vida de los demás. Ha de ser muy poco provechoso para uno pensar en el daño que puedes hacer a terceros. Vivir más y mejor es la clave. Y uno solo vive si cree en lo que hace. Vivir en un estado inquisitorial permanente es muy poco sano.

No vamos a salir mejores de la pandemia. Tampoco peores. Las personas que ya eran buenas siguen siéndolo. Las personas cuyo único objetivo era destilar odio, hacer gala de su poder o mirarse el ombligo, van a seguir haciéndolo. Es muy difícil cambiar. Lo de reinventarse, incluso a nivel laboral, ya cuesta. Así que imaginaos lo que cuesta hacerlo en profundidad. La profesión de uno es algo tangencial. Es parte de la vida pero no es la vida. Aún así, si a uno le gusta vivir, también le gusta vivir de la mejor manera posible. Y sentirse orgulloso de lo que uno hace. Algo que incluye la parte más profesional del asunto. Incluso, en ocasiones, hay gente que, lícitamente, transforma su profesión en parte de su vida. No es malo. La ventaja de vivir y de la vida es que uno puede gestionarla como quiere. Sin cortapisas. Sin presiones. Siempre, claro está, pensando en que lo primero es vivir más que necesitar vivir por otros o, simplemente, plantear la vida como una manera de intentar que los demás vivan peor.

Nunca debería uno plantearse vivir en silencio. Uno ya muere en silencio. Mientras uno pueda expresarse, pueda opinar, pueda plantearse ciertas cosas o, simplemente, se dedique a analizar críticamente qué está sucediendo, lo más lógico es que lo haga. El silencio, el mirar a otro lado, el pensar que otros van a librar las batallas de uno,…, no es vivir. Es otra cosa. Es esperar a que escampe la tormenta. El problema es que a veces la tormenta escampa cuando uno esta muerto. Y no hay nada peor que estar muerto en vida esperando que la vida se extinga.

Vivir es la clave. Vivir en conciencia. Vivir por uno. Vivir con tus ideas. Vivir con tus certezas y tus dudas. Vivir sin pensar en la vida de otros o en necesitar la vida de otros para vivir. Todo tan simple o complicado como uno pretenda porque, al final, aunque algunos no lo crean, el tiempo es demasiado corto y cada vez pasa más rápido.


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