En el día de ayer, en ese parque de bolas educativo que se llama Twitter, después de una mezcla de churras y merinas en un tuit, diciendo que mientras algunos se atrincheran contra la innovación educativa, pasan cosas y un debate sobre la cuestión, mezclado claro está con el tema estrella de los ámbitos (que, por cierto, de innovación tiene poco y de fiasco por hemerotecas, mucho), hubo una pregunta hacia mi persona.
Lo sé, acostumbro a responder por aquí porque Twitter me parece un lugar poco apropiado para determinado tipo de reflexiones que requieren, al menos a mi entender, más de 280 caracteres. Ésta es, al menos mi casa y en ella me siento bastante a gusto sin que nadie me impida escribir de más o de menos. Por cierto, ya me estaba saltando la pregunta. La pregunta que me hizo Toni fue si, al situarme como resistencia a la innovación educativa, estaba contra del «proceso de creación de conocimientos, productos y procesos nuevos, el cual conforma una parte esencial del trabajo de las organizaciones ya que es un valor imprescindible para la sociedad del siglo XXI». Y ahí no he podido resistirme. 😉
Es muy interesado creer que la innovación educativa debe ser de la manera que cree uno. No, innovar tampoco es exactamente lo que se dice en esta cita de Begoña Gros. Innovar es saber qué funciona, qué no y qué debemos hacer para que nuestro alumnado aprenda. La creación de constructos, productos y procesos nuevos puede denominarse innovar pero, al final, en muchas ocasiones, no es más que, con suerte «chapucear». O yendo a lo que se vende mayoritariamente en la red del pajarito azul, el imperio de Zuckerberg, los medios, los poderes económicos y políticos, estaríamos hablando de que se está haciendo una desinnovación, aplicando parámetros industriales, envolviéndolos en mejora educativa social y, curiosamente, basándose en fiascos que una vez ya fueron. Es que lo de revisar las hemerotecas cuando hablamos de cierta innovación es clave. Yo siempre recomiendo un libro muy básico para saber más del tema. El de Guy Avanzini. Sí, el titulado «La pedagogía del siglo XX». Es muy fácil de encontrar.
Por tanto, reconozco que me sitúo en la resistencia a esta innovación educativa. Al igual que en Francia la resistencia en su momento fue encabezada por Pétain; en la Segunda Guerra Mundial esa resistencia al líder del gobierno colaboracionista de Vichy, antaño héroe para unos y ahora aliado de Hitler, tuvo que reinventarse. Innovar es adaptarse al contexto. No creer que nada es monolítico porque, al final, no todo es tan blanco. Y a día de hoy, al menos en educación, algunos se están innovando encima mediante orgasmos incontrolados, incapaces de ver que se necesita una evaluación externa más allá de una charla en la máquina del café o midiendo la mejora educativa en función del número de aprobados o la asistencia a las aulas. Es todo mucho más complejo.
Algunos queremos cambiar la educación de otra manera. Hay cosas que funcionan y cosas que no. Hay evaluaciones e investigaciones que deberían hacerse y nadie quiere hacer salvo que sea con sus reglas. Y las investigaciones no pueden partir de premisas subjetivas ni estar conformadas para que digan lo que uno quiere oír. Es todo mucho más complejo que lo anterior. Lo fácil es ponerse a hacer cosas, contando con el esfuerzo de muchos docentes que, sin ningún tipo de planificación más allá de arengas de los que creen en ellas (los mismos que, curiosamente, acaban diciendo al poco que lo anterior no ha funcionado y vuelven a intentarlo con otro «experimento pedagógico»). Le educación no debe ser una religión. No debería ser considerado un acto de fe. Ni menospreciar al que, por determinados motivos, quiere creer en otra cosa. Los argumentos para creer o no creer son igual de válidos. Lo que no es válido es intentar poner una creencia por encima de otra. O llamar resistencia a quienes, lícitamente, piensan en que este modelo de innovación que se está vendiendo (y no hablo solo de Kahoots, Flipped, ABP o similares) no es el que toca.
A mí también me chirría que esto de justificar ciertas cosas diciendo que no funcionan porque los docentes, salvo los que me aplauden con las orejas, no saben aplicar determinadas cosas en el aula. Quizás eso me hace ser resistente a ese cambio porque, vamos a ser sinceros, se puede cambiar a peor. Y en el ámbito educativo se está cambiando a peor. Mucho más alumnado analfabeto funcional pero con título de la ESO, mucha reducción de la violencia en los centros educativos, mucha más sumisión en los Claustros, mucho menos debate profundo más allá de «yo defiendo lo mío porque yo innovo y estoy pensando en la escuela del siglo XXI, mientras tú eres un retrógrado de los Reyes Godos»,…, pero sin que lo anterior signifique nada. Lo importante, como siempre he dicho, es que el alumnado aprenda. Y rompa techos de cristal, sabiendo más que sus padres. Si tenemos un sistema que certifica con mucho menos, incluso que algunos se escuden en que ahora todo está en Google o debe hacerse todo mucho más competencial (en un sentido muy extraño), no vamos a mejorar la educación.
Soy parte de la resistencia a la innovación educativa tal y como la entienden algunos. Soy de aquellos que creen que la educación debe mejorar. ¿Es contradictorio? No, simplemente, al igual que el vídeo que publiqué ayer y hoy os adjunto en este post, no creo que los lagartos de V fueran la solución a los problemas de la humanidad porque, al final, lo que había debajo distaba mucho de lo que vendieron cuando llegaron a la Tierra.
Finalmente, un detalle… en la actualidad los que nos situamos en la resistencia, al igual que ha sucedido siempre, tenemos más posibilidades de recibir represalias por ello. Algo que, curiosamente, también es una gran diferencia porque, entre los discursos paternalistas de «que no sabemos de educación», los que nos ponen en un lado de la barrera diciéndonos «es que no queréis mejorar la educación» o los que, en ocasiones pasan de discursos a hechos, «te echo si no cierras la boca en Twitter y en el blog», nos está quedando una innovación educativa muy fascista y goebbeliana. Pero qué sabré yo. Seguro que lo hacen por nuestro bien. Yo mientras, seguiré en la resistencia aportando mi granito de arena para mejorar la educación al margen de imposiciones, discursos vacíos o experimentos varios.
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