Hoy he dormido poco y voy a retomar estos minutos, que quedan antes de pasar por la zona de «restauración» matutina, para escribir sobre algo que me hace runrún en la cabeza y que, aunque podía haberlo aplicado al ámbito educativo, voy a intentar extrapolarlo a cualquier ámbito. Me estoy refiriendo a la satisfacción insana que tienen algunos cuando las cosas salen mal.

¿Por qué algunas personas parecen regodearse en el fracaso de ciertas cosas? ¿Por qué, incluso que les afecte negativamente, a algunos les interesan que determinadas personas, procesos o situaciones vitales les salgan mal? ¿Por qué esa enfermiza necesidad de que todo tiene que salir mal a los demás, incluso a uno mismo, para que algunos puedan sentirse felices?

Una posible explicación es que ese fracaso, si es a nivel personal, les proporciona una excusa perfecta para no intentar hacer nada más. Es mucho más cómodo decir “lo intenté y fallé” que enfrentarse intentarlo de nuevo y, horror de horrores, ¡posiblemente tener éxito! El fracaso en ocasiones se convierte en una zona de confort, un lugar donde no hay expectativas ni presiones. ¿Quién necesita el estrés del éxito cuando puedes disfrutar de la tranquilidad del fracaso? Si no se hacer una paella, ¿para qué voy a intentarlo? ¿Para qué ponerme a hacer algo que, seguramente, no me saldrá bien? Si fracaso una vez ya no hace falta volverlo a intentar. Digo que soy un inútil, me creo lo anterior y con esa excusa ya no intento hacer nada más.

Otra razón podría ser la búsqueda de atención y simpatía. En una sociedad donde el éxito es a menudo celebrado y el fracaso es visto con lástima, aquellos que constantemente enfrentan dificultades y fracasan pueden recibir más apoyo emocional y atención de los demás. Este ciclo de simpatía puede convertirse en una fuente de validación y afecto. Después de todo, ¿quién no disfruta de que le digan un buen “pobrecito” de vez en cuando? Hacerse la víctima siempre está muy bien. Además hacerse la víctima, especialmente en la sociedad actual, vende muy bien.

Además, apelar y remozarse en el fracaso (o en que fracasen los demás) puede ser una forma de evitar la responsabilidad. Si todo siempre sale mal, nunca se espera que uno tenga éxito. Esto puede ser una manera de evitar la presión de tener que cumplir con las expectativas de los demás y de uno mismo. ¡Qué alivio no tener que preocuparse por ser competente o exitoso! ¡Qué alivio de tontos el ver que a otros no les ha salido algo y que, por eso, ya está uno justificado para que no le salgan o haga ciertas cosas! Consuelo de muchos.

Y, por supuesto, no se puede olvidar la alegría que algunos sienten cuando a los que no piensan como ellos les sale mal. Es casi como un deporte nacional. Ver a alguien con una opinión diferente tropezar y caer puede ser una fuente de inmenso placer. “¿Ves? Te lo dije. Si hubieras pensado como yo, esto no te habría pasado.” Es una forma de validación personal, una manera de reafirmar que uno está en lo correcto y los demás están equivocados. Eso sí, en este caso da igual que a ti tampoco te salgan las cosas bien y que los que piensan como tú tampoco estén haciendo bien las cosas. Pero, como son los otros los que hacen… ¡mejor que les salga mal! A ver si me van a desmontar el chiringuito de míos y tuyos.

Sin embargo, esta «satisfacción» tiene un costo. Al centrarse algunos en lo negativo, se pierde la oportunidad de aprender y mejorar. El fracaso, aunque doloroso, es una parte esencial del proceso de aprendizaje. Cada error es una lección, una oportunidad para mejorar y avanzar. Centrarse en el poder del fracaso es, en última instancia, una forma de autosabotaje. Pero, ¿quién necesita crecimiento personal cuando puedes tener la satisfacción de decir “te lo dije”?

La vida está llena de altibajos, y es nuestra actitud hacia ellos lo que determina nuestro éxito y felicidad. Claro, es mucho más fácil decirlo que hacerlo, pero ¿quién dijo que la vida debía ser fácil y que la felicidad venía pautada en pastillas?

Tengo muy claro por qué he escrito este artículo hoy. Tengo muy claro también que hoy, al ver que hay cosas que están saliendo bien, buscarán cualquier excusa para centrarse en ese detalle nimio muy poco relacionado con el asunto. Pero bueno, quién dijo que hacerse un café por la mañana no pudiera ser criticado por aquellos que, ni toman café ni quieren que los demás tomen. No vaya a ser que se les desmonte el chiringuito de su zona de confort basada exclusivamente en el fracaso de los demás.

Disfrutad del día. Yo, con mucho dolor, voy a abandonar estas vistas del mar mientras me tomo el café para cambiarla por otras que, aunque muy agradables, tanto personal como profesionalmente, a nivel de las personas que voy a ver y con las que voy a tratar hoy, no tienen esta perfección en su contexto.


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.