El tema de la visibilidad que pretenden algunos docentes, con toda la capacidad de viralización de ciertas patochadas pedagógicas que permiten las redes sociales, es de traca. Son cada vez más, por desgracia, los que están más interesados en salir en los medios y convertirse en el nuevo César Bona, que los que publican cosas interesantes para sus compañeros de profesión o, simplemente, cuestionan ciertas decisiones educativas. Sí, curiosamente los que buscan la puta visibilidad son los mismos incapaces de dar visibilidad a determinadas aberraciones educativas. Salvo, claro está, que sean las que hacen «los otros». También existe quien intenta venderse como amigo de unos y enemigo acérrimo de otros.

En los últimos días se ha hecho viral una fotografía de un examen en el que el docente daba puntos extra por un retuit de una cantante. Lo mismo que hace un tiempo hizo un docente de Lengua (muy aplaudido, curiosamente por algunos) con una cuenta de Instagram abierta en la que aparecía la cara de todo su alumnado, otro vendiendo un cajón flamenco y sus fotos sentado en la silla y, creo recordar, que un tipo que iba haciendo magia, grabándose en vídeos y sacándose determinadas cosas de una chistera. No, no es coña. Todo lo anterior ha pasado y sigue pasando. Docentes cuya máxima es dotar de visibilidad a su trabajo. Una visibilidad que se traduce en la posibilidad de dar bolos, escribir libros para una editorial o, simplemente, aumentar su ego hasta ser el mismo imposible de caber en su anatomía física. Son tantos los ejemplos que ya son imposibles de contar. El alumnado usado como excusa para la autopromoción. Qué pena. Qué pena el discurso. Qué pena que haya estúpidos que compren lo anterior como «ser buenos profesionales».

Tener visibilidad mediática o en las redes sociales no es sinónimo de ser buen o mal docente. Trabajar solo para hacerse visible mediáticamente es lo preocupante. La puta visibilidad que nos están vendiendo, ignorando a los miles de docentes que, en sus centros y aulas hacen que su alumnado aprenda, es lo que clama al cielo. Joder, que tener tropocientos seguidores en las redes sociales lo único que indica es que tienes tropocientos seguidores en las redes sociales. En mi centro hay multitud de docentes sin cuenta en las redes sociales haciendo cosas fantásticas que, por no estar pendientes de venderse, quizás ayudan más a que lo que están haciendo repercuta en el aprendizaje del alumnado. ¿Por qué damos clase? ¿Para quién damos clase? Yo no la doy para Twitter, Facebook, TikTok o YouTube. La doy para mi alumnado. Al igual que la práctica totalidad de los docentes.

No es malo compartir lo que uno hace en el aula. El problema es cuando ese compartir se convierte en apología de «lo bueno que uno es». Algo que se detecta con facilidad. Hay docentes que solo buscan que les digan lo bien que lo hacen. Hay algunos que, a costa de sacrificar la privacidad de su alumnado, publica en las redes imágenes en las que salen su alumnado haciendo cosas, mediante una imagen totalmente descontextualizada en la que afirman, desde lo mucho que aprenden hasta lo bien que se lo pasan aprendiendo con metodologías activas. Es que ya veo en nada a algunos, por visibilidad, quemando libros de texto o dando galletas oreo con dentrífico a compañeros suyos para conseguir más suscriptores en su canal de YouTube. No sé dónde está el límite, aunque me da que algunos ya lo han sobrepasado hace mucho.

La mercadotecnia educativa, impulsada por el modelo económico, está haciendo muchísimo daño a la educación. Ya son la mayoría de ponencias las que eligen ponentes en función del número de seguidores. Ya son mayoría los cursos de formación que imparten docentes que, salvo haber hecho algo muy viralizado, tienen un nivel bastante bajo de conocimientos. Bueno, tampoco hace falta tener mucho conocimiento para dar determinados cursos de formación. Tan solo tener espíritu de timador y saber articular un discurso medio coherente. Aquí se vale todo. Además, no lo olvidemos, hay docentes a los que les gusta lo mediático y ciertas mamandurrias educativas.

No nos quejemos del alumnado que quiera ser youtuber. Preguntémonos que hacen en nuestras aulas docentes más preocupados de la foto que de otras cosas. Quizás convendría empezar a poner orden en el mercado educativo pero, por desgracia, parece que no interese ni a los que mandan, ni a los que solo persiguen un puto like.

Finalmente no me gustaría finiquitar el artículo sin responder, antes de que me llegue la crítica por parte de la manada de siempre, a lo que me van a decir. Una crítica relacionada con mi uso de las redes sociales o, incluso desde ayer, con el negocio que supuestamente voy a hacer con mi nuevo libro (aprovecho para haceros publicidad, ya que nadie la va a hacer por mí porque no quiero hacer las cosas de otra manera, enlazando el post de ayer). Me importan una mierda esas críticas pero, tan solo decirles que, si son incapaces de distinguir mi uso de las redes sociales con los que venden «ciertas cosas» en las mismas, no estoy ya para explicarles las diferencias. Que ya son mayores. Y tienen pelos, salvo que se los hayan quitado, en ciertas partes de su anatomia.

Este curso se me está haciendo, al igual que a mis compañeros, muy cansado. Ahora ya vamos todos (alumnado, profesorado y otro personal del centro) tirando de las reservas, sacando las pilas de nuestro cuerpo y volviéndolas a meter para intentar, como mínimo, dar un poco el pego. Mucho ánimo.

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