Uno puede ser el mejor profesional del mundo y no va a conseguir mejorar la educación ni, en la inmensa mayoría de ocasiones, obtener un cambio en su contexto más cercano. Entiendo que deba blindarse la libertad de hacer lo que uno crea que debe hacer, especialmente en un ámbito tan poco científico (o más bien, tan poco estudiado científicamente) como el educativo. El problema es que si uno solo barre su asignatura o clase, queda el resto del centro por barrer. Vale no solo para el nivel centro. Vale esa extrapolación para el nivel sistema educativo.

La educación dista mucho de verse como un equipo. Hay momentos en los que se fuerza a trabajar en equipo pero no se diseña bien el trabajo de ese equipo. Además, los que habéis trabajado o estáis haciéndolo en ciertos centros educativos sabéis que, en ocasiones, ese trabajo en equipo obedece a decisiones unilaterales de alguien. Y eso no es trabajar en equipo. Menos aún en un contexto como el centro donde, una de sus grandes virtudes, a la vez que uno de sus grandes hándicaps, es el no tener bien definidos los roles. Por cierto, aprovecho para decir haciendo un inciso, que trabajar en equipo tampoco consiste en tener un «jefe» que diga que «esto debe hacerse así por mis partes» y que base todo su poder en amenazas al resto del equipo.

La administración educativa tampoco funciona como un todo. Hay varios equipos diseminados que, de forma más o menos eficaz, intentan hacer lo que pueden. La coordinación es la clave de la mejora educativa. Tanto a nivel de centro como a nivel de administración. Y si en un centro educativo, con docentes que se conocen de tomar el café, es difícil coordinarse correctamente, imaginaos a nivel de administración y de todos los entes o partes que la conforman. Pero, vuelvo a repetir, esa coordinación es la clave. Y para coordinarse debemos de prescindir de los yoísmos, de los francotiradores (por buenos que sean), del ir probando cosas sin tener ningún plan diseñado, de pensar más en qué puedo sacar haciendo las cosas así que del qué podemos sacar todos de ello. Es complejo. Más aún porque, al final, todo lo anterior depende de un modelo que no se da en educación.

Cuando un médico entra a un quirófano, depende tanto de su saber hacer profesional, como del equipo que va a ayudarle (personal de enfermería, anestesista, equipo médico de apoyo, etc.). También depende el éxito de la operación de la planificación previa que se haya hecho (radiografías, TACs, analíticas, etc.). Y, no lo olvidemos, de la existencia de instalaciones, equipamiento para operar y dimensionamiento de equipo adecuado. Además de haber existido una formación previa de los profesionales que intervienen en este tipo de operaciones impartida por especialistas y expertos en ese campo. Y, lamentablemente, en el ámbito educativo dista mucho de ser así. Ojo, no estoy comparando una operación con dar una clase porque, como es de sentido común, tienen sus diferencias. Pero sí que estoy viendo con envidia el trabajo en equipo en otros ámbitos.

Y ya para los que decís que siempre me estoy centrando en los médicos para hacer la comparativa… voy a hacerla con el personal de limpieza de las calles. ¿Os imagináis que nadie les dijera qué calles han de limpiar? ¿Os imagináis que todas las brigadas de limpieza hicieran lo que les da la gana? ¿Os imagináis que no dispusieran de escobas, carros, aspiradoras, camiones de recogida, etc.? ¿Os imagináis que alguno dijera que limpia solo las baldosas blancas de la calle porque dice que es lo que cree que debe hacer? Pues eso.

No estoy defendiendo en este post un modelo de ordeno y mando. No estoy defendiendo que uno deba renunciar a su manera de hacer las cosas cuando ve que a su alrededor hay personas que están haciendo cosas «muy raras» con su alumnado, acudiendo a falsa pedagogía y praxis más que cuestionables. Estoy diciendo que el trabajo en equipo, la necesidad de coordinación, las reuniones que sirvan y que no solo sean para ver cuándo se acaban porque, ni hay orden del día ni hay ningún tipo de objetivo en las mismas más allá que deben hacerse, la necesidad de que haya personas que dirijan esos centros puedan tener autonomía (controlada por terceros, evaluada en sus resultados y siempre siguiendo los dictámenes de investigaciones o profesionales en debates democráticos y abiertos, sin presiones exógenas) para hacer cambios en ciertas cosas. Y que, para ese cambio, se disponga de diseños educativos y planes realistas, al margen del gobierno de turno, a medio/largo plazo. Eso sería la clave de todo.

La mejora educativa no pasa porque cada uno haga lo que le apetezca en cada momento. La mejora educativa pasa por saber qué se hace, por tener unas directrices claras, por saber coordinarse, por reducir la burocracia a lo realmente importante, por disponer de infraestructuras y personal suficiente, por tener leyes inteligibles y fáciles de llevar a cabo y, por saber que uno trabaja formando parte de un equipo. Es que, al final, si uno no se siente parte de un equipo, acaba yendo a su bola. Y eso, al final, tiene un impacto muy reducido o nulo directamente, en esa calidad educativa que deberíamos medir en mejora social y no en euros. Eso sí, cualquier mejora educativa, por lógica, llevará asociada esa mejora económica que algunos plantean.

No sé si me he explicado. Espero no tener que volver a explicar qué quiero decir porque, al final, tener que explicar lo obvio ya cansa. Y a estas alturas ya no estoy para tener que repetir, para aquellos que tampoco van a (querer) entenderlo por mucho que se lo repita, lo que he dicho en este post.


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