En el día de hoy, cautiva y desarmada la educación, han alcanzado las tropas antieducativas sus últimos objetivos. La guerra ha terminado.

Sí, la guerra ha terminado. Después de décadas luchando, de forma más o menos individual y colectiva, habiéndose infiltrado determinados topos en todos los recintos desde los que se podía controlar la educación, usando fórmulas goebbelianas, instruidos y formados por deteminadas fundaciones y organizaciones, ya podemos decir que la educación en nuestro país ha perdido. Ha perdido la generación actual. Han perdido las generaciones futuras. Ha perdido todo aquel que no comulgue con el catecismo pedagógico, impuesto a sangre y fuego por aquellos cuyos hijos e hijas jamás van a tener que romper ningún techo de cristal porque ellos tienen acciones en la única empresa que vende ese cristal.

No hay esperanza. No sirve de nada que cuatro vociferen. Ni que cinco se movilicen para decir «no a la guerra». Es que la guerra ya ha terminado. Y mientras algunos todavía no se hayan enterado de eso, pensando que todavía hay esperanza, más de uno de esos generales que están sentados en sus despachos, se estará descojonando. Alegría, Cambray, Imbroda, Ossorio, Vallory, Coll, Marchesi, Bona, Botas, Gortázar, Schneider, Villar,… y así hasta un largo etcétera de capitanes de tropas deseducativas que, haciendo su trabajo para el mejor postor, han conseguido ganar la guerra. Es que lo tenían muy fácil. Ante la desunión, cualquiera que tuviera dinero, recursos y poder mediático, lo tenía muy fácil. Esto no va de izquierdas o de derechas. Esto va de otra cosa. Y la guerra la hemos perdido algunos. Otros, por cierto, la han ganado.

Han ganado la guerra los defensores de las inteligencias múltiples, de los nativos digitales, del flipped classroom, de las emociones descontextualizadas, de la tecnología sin control, del trabajo por proyectos, de las rúbricas, de los ámbitos, de la segregación escolar o, simplemente, aquellos que se dedican a vender sillas con ruedas y lo denominan aula del futuro. También han ganado la guerra ciertos sectores en las Facultades de Educación, los que consideran la educación como una religión o los que les gusta el bondage educativo. Todos esos han ganado. No sé qué han ganado, pero ellos deben saberlo. O quizás ni lo saben y solo han comprado el discurso. Es como todas las guerras. Uno lucha del lado en el que le ha tocado luchar. Muy pocos son capaces de cambiar de bando. Exige mucho esfuerzo y tiene un coste muy alto.

Como mínimo, al haber acabado la guerra, quizás se empiece a aflojar un poco la presión sobre los docentes. Quizás, después de haber conseguido sus últimos objetivos, toca empezar a hacer limpieza en los centros educativos de los que no quieren convertirse a la doctrina de los que han ganado. Quién sabe qué pasará ahora. Yo no lo sé. No tengo ninguna bola de cristal ni me anuncio mediante pasquines. Soy un simple docente que sabe que la guerra, por muchos grupúsculos que existan de la resistencia, jamás se podrá dar la vuelta a la tortilla salvo que aparezca algún Espartaco capaz de aglutinarlos a todos. Y todos sabemos cómo acabó dicho personaje.

Así pues, ya que no hay esperanza, lo único que podéis hacer es aceptar la situación y pensar en vuestro entorno más cercano. Y, si aún tenéis ganas, podéis intentar dentro de vuestro minúsculo radio de acción, meter baza acerca de lo que hubiera podido ser. Eso sí, con precaución para que no os pillen. Que con un Sájarov ya hay suficiente.

Disculpad por este artículo y el tono del mismo para un viernes, además lluvioso en muchas partes. Olvidaos del mismo y pensad que… ¡por fin es viernes!

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