Hoy me he levantado sin saber, por desgracia, si voy a ser más o menos innovador o tradicional en mis clases. Tengo pocas horas de «padecimiento» y quizás opte (o me hagan optar, que siempre es lo más habitual) por hacer un mix de cosas. O quizás, tal y como rezo siempre por la mañana, haya alguna charla que impida que los alumnos reciban mis magnos conocimientos. Quién sabe. Será otro día más en el que, desde el momento en el que cruce la puerta del instituto, no sé en qué bando me tocará luchar.

Las cosas en educación no son tan simples como se plantean algunos. No hay dos grupos iguales. No hay dos días iguales. Incluso, en el caso de las napolitanas de chocolate que venden en el bar, no hay días en las que te sepan igual. Por cierto, ahora que me acuerdo… creo que tengo sesión de evaluación de algún grupo. Ya lo miraré. Es lo que tiene mi falta de memoria laboral incentivada por la necesidad, en un trimestre infame, de tener festivos. Algún día alguien deberá proceder a revisar el modelo de festivos y la necesidad de adecuarlos a lo que diga una determinada religión. No estoy criticando la religión. Estoy criticando la necesidad de que la misma guíe los festivos laborales (que incluyen los educativos).

Estoy pendiente de decidir qué ropa me pongo hoy. Necesito con urgencia la compra de unos tejanos ya que, por desgracia, van cayendo en la lucha de forma demasiado rápida. Y, aunque mi cuerpo escultural pueda permitirse el lujo de ponerse cualquier «trapito», al final voy a lo cómodo. He desterrado las camisas, después de unos años de camisa y polos, a lo más profundo de mi, cada vez más menguado (al ser compartido) armario. No sé cómo me lo hago pero cada vez me van invadiendo más. Y creo que no debo ser una excepción.

Hoy se dirimirán en ciertos despachos cuestiones sobre temas educativos. En muchas aulas habrá alumnado y profesorado que dará clase. Habrá alumnado que quiere aprender y sus compañeros no le dejan. Otros que no quieren aprender y van ahí por imperativo legal (que, con suerte, no te tocarán los cataplines en exceso). Y, finalmente, un gran número que, hagas lo que hagas, tendrás poco a ver en el milagro de su aprendizaje. A ver, que los docentes que tenemos dos horas a la semana a un grupo -incluso que fueran cuatro- no solucionamos la vida de nadie. Podemos dar clase mejor o peor. Y para eso nos pagan. No para otras cosas. Nos pagan para dar clase e intentar que el alumnado aprenda. Sobran discursos más allá de eso. No estamos para otra cosa. No estamos para suplir cosas que deben suceder en el ámbito doméstico. No estamos para ayudar a conciliar la vida laboral de nadie. No estamos para adoctrinar a nadie. Estamos para enseñar lo que sabemos de la mejor manera que podemos o nos dejen.

Yo es que ser de Putin o Zelenski lo veo muy raro. Es como ser de Figo cuando era del Barça o cuando era del Madrid. Pues la verdad es que, al menos del fútbol sí que podríamos sacar lecciones… todo va a depender del partido que se juegue. Hoy me he levantado para ser Pikachu y a lo mejor me convierto en Gruñón. O, a lo mejor me he levantado como un pistolero de esas películas del Oeste y acabo siendo Tinky Winky. Qui lo sa.

Por cierto, que nadie busque (o rebusque) en este post ningún posicionamiento acerca del desastre humanitario que se está dando en Ucrania. Como he dicho en más de una ocasión, si ya me cuesta saber qué pasa en el pueblo de al lado, para saber qué sucede en un lugar a miles de kilómetros. De eso ya se encargan los tertulianos, expertos antaño en pandemias y volcanes que, ahora lo son en geopolítica internacional. Oídles a ellos. Yo, como mucho, puedo opinar de educación. Y con un fundamento más que justo.

Va, que ya es jueves…

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