En un vehículo con sensores manipulados, cuesta abajo y sin frenos. Así se destruye la educación en nuestro país y nuestro entorno. No es algo exclusivo de nuestro contexto más cercano aunque, por desgracia, sea donde más veamos (siempre y cuando queramos verlo) que la toma de determinadas decisiones afectan directamente a las posibilidades futuras de nuestro alumnado. Mejor educación implica más ciudadanía crítica. Menos educación implica más ciudadanía acrítica. Esto no va de tener trabajadores más o menos formados. Esto va de tener trabajadores más o menos informados. Y no es lo mismo. Está relacionado, pero no es lo mismo.

Se nos está vendiendo un enfoque competencial que manipula el significado de ser competente. Ser competencial en algo jamás puede darse sin tener unos determinados conocimientos previos. Entre la falsa definición, dentro de una venta masiva de los conceptos de «aprendizaje competencial», «aprender a aprender» o «saber adaptarse a trabajos que no existen» y la gran cantidad de imbéciles e iletrados a los que se llama para asesorar a los gobiernos que, curiosamente tienen a defensores de ciertas medidas pseudoeducativas entre algunos docentes, tenemos un problema. Tenemos un problema con la estructura del aprendizaje. Tenemos un problema habiéndonos tragado determinados discursos simplistas. Tenemos un problema habiendo asumido, de forma acrítica (por imposición o falsa normalidad), un determinado modelo que implica que el aula deba ser de una determinada manera.

No suspendemos porque no queremos problemas. Se está regalando la ESO a más del cincuenta por ciento de alumnado con faltas de ortografía, sin saber realizar operaciones básicas y sin que sepan comprender un texto sencillo. Esto es así. No lo digo yo. Y repito, no es que el alumnado de ahora sea mejor ni peor que el de antes. No es que el alumnado no quiera aprender (o quiera aprender más o menos que antes). El problema es que la administración educativa, junto con sus acólitos, que creen en reducir la educación a una miseria dentro de una falsa igualdad e inclusión, son los que te fuerzan a hacer ciertas cosas. No es lo mismo dar clase en un aula de tercero de ESO del 2022 que en un aula de primero de BUP de antaño. No es lo mismo dar clase en un aula de tercero de ESO de un pueblo, de determinadas Comunidades, que en una capital. No es lo mismo dar clase en un aula de uno de esos barrios gueto, que en un centro en el que filtran a alumnado de entrada por nivel socioeconómico. Es que es de cajón. Y nuestro trabajo debería ser, con ayuda de la administración (que va más allá de solo la dotación de recursos), que todo el alumnado tuviera el mismo aprendizaje con independencia del aula en la que cae. Con independencia de donde nace. Con independencia del nivel socioeconómico de sus padres.

Destruir la educación tiene interés para algunos. A menos formación, más posibilidades de hacer, desde unos determinados lugares, ciertas cosas. Obediencia, sumisión y proselitismo solo cuajan en una sociedad mal formada e informada. Algo que no interesa a nadie de los que la gestionan actualmente ni a los que toman las decisiones a nivel macro. La política europea ha hecho perder soberanía educativa a los países. Y eso ha tenido sus implicaciones. Bolonia es el caso más claro de destrucción de un sistema universitario que, aunque antaño no estaba para tirar cohetes, se defendía, con una falta de recursos endémica. Ya no entro en lo que ha supuesto el cambio de la FP por los Ciclos Formativos. No es lo mismo formarse como técnico durante cinco cursos, que hacerlo durante uno y medio. Digo uno y medio porque, por desgracia la formación en empresa detrae formación para el alumnado. Es solo cuestión de querer verlo. La FP dual, salvo que uno se quede en la empresa, resta posibilidades futuras al alumnado. Se puede desarrollar la idea pero, a buen entendedor…

El profesorado, como parte del engranaje, tenemos también nuestra parte de responsabilidad. Quizás los menos responsables de todo sea el alumnado porque, al final, ellos solo replican en el aula -y fuera de ella- lo que ellos ven. Es muy complicado luchar por mantener la esencia de lo que debería ser el aprender. No vende. No se apoya al profesor que intenta que su alumnado aprenda. Se nos venden metodologías que lo único que hacen es destruir o conformar una sociedad forjando el carácter de la misma. Y forjar el carácter de la futura sociedad (algo que se hace mediante las soft skills o habilidades blandas) es algo que solo tiene sentido para aquellos que quieren una sociedad sumisa y estratificada.

La educación encierra un tesoro es un mantra economicista repetido hasta la saciedad. No es que la educación encierra un tesoro. Es que nuestro alumnado encierra ese tesoro y, lo único que estamos haciendo con tanto indigente y perverso mameluco tomando decisiones, diciendo ciertas cosas desde determinados púlpitos o voceando desde los medios ciertas cosas es, por desgracia, aumentar la estratificación social y convertir al alumnado más vulnerable en detritus social que, o bien va a ser mano de obra barata sin criterio o bien, tal y como está incentivando el modelo económico, ser una simple masa de votantes que viva de la subvención. Eso sí, muy competenciales en dicho ámbito.

Las competencias que nos venden, el modelo empresarial del ABP, los Kahoots, los Canva o Geniallys masivos, los ámbitos, la desespecialización del conocimiento, el fomento de la eliminación de ciertas lecturas bajo la justificación «de que les harán odiar la lectura», el uso masivo de las TIC para complicar lo que antes podía hacerse con lápiz y papel, la transversalidad de una concepción ideológica que debe imponerse (en un sentido o en otro), los numerosos talleres que sustituyen cientos de horas de formación especializada, las graduaciones, los futuros bailes de primavera (que también han llegado a algunos centros educativos), la tolerancia, las políticas de empatía y nulo castigo por hacer las cosas mal, la burocracia, la tendencia de contestar a correos fuera del horario laboral de los docentes,… Todo lo anterior es parte de ese camino, con ladrillos dorados que encubren lo que hay debajo, que nos llevan a la destrucción del sistema educativo.

Exigir se ha convertido en algo de carcas. Querer dar clase sin que tu alumnado te interrumpa, una tara que tienen los malos profesionales. Que el alumnado aprenda tu asignatura algo que, salvo que seas un fascista, debe ser totalmente secundario. Esto es la educación del siglo XXI. Esto es la educación a la que nos están llevando. Asumamos nuestra parte de culpa por permitirlo porque, tanto como docentes, padres o sociedad en su conjunto, lo estamos permitiendo. Y lo estamos permitiendo, o bien por comodidad, o bien por habernos tragado un discurso muy bien sonante, bajo el falso paraguas de democratizar el aprendizaje, que nos están vendiendo algunos.

A mí me preocupa la sociedad que le estamos dejando a nuestros hijos. Y si alguien no entiende que el modelo educativo tiene mucho que ver con determinadas cosas que pasan en nuestra sociedad, está más ciego de lo que debería estar. Todo está relacionado. La educación no es nada más que un reflejo de la sociedad. La sociedad no es nada más que un reflejo de su sistema educativo. No es tan difícil de entender.

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