La verdad es que uno no sabe distinguir la diferencia entre la astracanada y el despropósito intelectual de los que compran determinadas pedagogías. En mi caso, cada vez pido menos cosas y, tengo menos esperanzas de poner un poco de sentido común a los contextos educativos pero, en ocasiones, las cosas chirrían de tal manera que no hay por donde cogerlas. Ya no son solo esos que nunca han dado clase teorizando acerca de doctrinas de la felicidad o, incluso, aquellos que añoran el látigo como solución a todos los problemas educativos. Son la legión de Minions que, tanto unos como otros, generan entre profanos y expertos del dar clase. Y en los últimos no tiene ningún tipo de justificación el tragarse determinadas trolas. Bueno, ni justificación ni perdón. Que uno ya empieza a estar un poco experimentado en vendedores de humo a la búsqueda de pedagogías divinas. Bueno, y si no lo está, es que no ha asumido competencialmente el estándar que lo debería justificar.

No me preocupa en exceso que haya determinados personajes que consideren que, para enseñar a los docentes a impartir una determinada asignatura, no debe saberse de la misma y se queden tan anchos. Bueno, no me preocupa porque también conozco a determinados pedagogos -por suerte, no todos- que postulan por reconvertir al profesorado de Secundaria en generalistas, con un título propio similar al de Magisterio, obviando la necesidad de contenidos para saber mucho de cuestiones etéreas que se desmontan al poco de pisar el aula. Es algo que algunos desean desde hace tiempo. Los motivos, a poco que alguien tenga alguna neurona funcionando, quedan totalmente a la vista.

No me preocupa tampoco que existan gurús educativos que defiendan la necesidad de que los chavales decidan libremente si ir o no a la Escuela. Seamos sinceros, si aplicamos lo anterior a la sociedad en su conjunto y decidimos libremente, acudir o no a nuestro puesto de trabajo, todo iría muchísimo mejor. A propósito, no quiero olvidarme del detalle de la consideración de dicha tipología de gurú, con una gran colección de Minions entre sus adeptos, de considerar a todos los que estudiamos EGB como unos tarados a nivel de relaciones sociales y de ser, o bien lobotomizados o puestos en fila para entrar en una cámara de gas. Sí, señor, con un par y sin inmutarse.

Tampoco me preocupa en exceso que unos quieran vender libros de pedagogías de la felicidad, de coaching para docentes inútiles y, en unas maravillosas jornadas avaladas por la asistencia de más de cien docentes, decidan hacer una encuesta para ver lo guays que son algunas propuestas educativas entre mindfulness y baile regional. Que lo de los bailes y la interacción entre el personal, copiado íntegramente de aquellas películas americanas en las que un jefe se va con sus empleados a un remoto lugar para establecer las relaciones de confianza, queda muy guay. Bueno, si en las películas se cargan a alguno por estar rondando un asesino en serie por el lugar no pasa nada. Eso sí, si uno es un poco introvertido, realmente lo va a pasar mal jugando a la gallinita ciega. Más aún si le toca cantar, saltar a la pata coja o ponerse un collar de esos que te regalan en Hawái al aterrizar. Seguro que es un mal docente falto de empatía. Dónde va a parar. Con lo guay que es todo y gastarte dinero en traslados y alojamiento a ese resort de la fiesta.

No, ya no es cuestión de que nadie se flagele por ver en qué se está convirtiendo el tema educativo. Ya no es la incapacidad de ver a esos insignes defensores del uso del pizarrín que sienten no trabajar en Corea del Norte. Tampoco es la necesidad de ponerse a jugar con todos de todo ni, tan solo, pertenecer a una secta educativa que obliga a tener relaciones entre los que pertenecen a la misma para poder trepar en el ámbito universitario. No, la culpa no es de nadie más que de esos Minions que, sin cuestionarse nada, se plantean seguir a su dios. Un dios que, sea cual sea el camino elegido, les iluminará mediante sus profetas en la búsqueda de la pedagogía divina. Una pedagogía muy ful pero que, no se sabe por qué ignoto motivo, se ha convertido como el fin último de algún docente en su carrera profesional. Bueno, algunos nos conformamos en cobrar a final de mes, que nuestros alumnos aprendan algo y, poder llegar a esas vacaciones que, los más vagos y antivocacionales, cada vez necesitamos con más urgencia.

Paso de perder el tiempo buscando pedagogías divinas, mientras leo la basura intelectual que algunos vierten en las redes sociales, se ofrecen en legión de cursos de formación (sí, pagados muchos de ellos con dinero público) o leo alguna de esas mierdas que algunos publican. Tengo suficiente trabajo con mis clases y tiempo que, cada vez pasa más rápido, a dedicar a mi familia, a las personas que quiero o a mí mismo, para perder la salud poniéndome al mismo nivel que algunos. No es que les deje ganar. Es que perder el tiempo con idiotas ya es una etapa cerrada de mi vida, tanto personal como profesional.

Por cierto, de todo esto que estoy publicando en estos últimos posts, aunque de forma mucho más cínica y con lenguaje muchísimo más soez, hablo en mi nuevo libro. Sí, ese que veis en ese pop-up que tenéis que cerrar para leerme y que, al final de cada uno de mis artículos, publico enlace para adquirirlo.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

 


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