No sé si es porque hoy he conseguido levantarme a las seis y media (¡un éxito para mí!) o, simplemente, porque hoy me voy a cambiar mi outfit, acudiendo en días como hoy, con muy pocos compradores, a un sitio para probarme pantalones, jerseys y reponer, ¡qué ya hace falta! todo mi repertorio de calcetines agujereados. Creo que es algo necesario. Mis dedos se merecen cariño. Los de los pies, también.

Ya me he ido por las ramas, hablando de cosas que, seguramente, os importan entre poco y nada. Y, además, no tienen ningún tipo de relación con lo que quería escribiros en este artículo. Es lo que tiene ponerse a escribir en este blog, de forma relajada, sin pensar demasiado en ser coherente o en tener ninguna importancia, salvo como estrategia que me permite reflexionar en voz alta acerca de ciertas cosas.

Así pues, vamos al leitmotiv del post. A hablar de pensamiento único y educación. Let’s go.

En el ámbito de la educación, es vital que exista una diversidad de opiniones y enfoques. Los grupos, colectivos y asociaciones educativas surgen, supuestamente, con el objetivo de mejorar el sistema educativo, promoviendo el intercambio de ideas y fomentando el crecimiento profesional y personal de sus miembros. Sin embargo, cuando estos grupos se transforman en espacios donde solo se acepta una manera de pensar, pierden su propósito y valor.

Imaginemos un grupo, colectivo o asociación relacionada con la educación donde todos defienden sin fisuras las mismas ideas, donde no se cuestiona nada de lo que diga el grupo y se ataca en manada a aquellos que piensan diferente. Esta situación es más común de lo que podríamos pensar y tiene consecuencias desastrosas. La diversidad de pensamiento es fundamental para el progreso. Cuando todos pensamos igual, dejamos de cuestionar y, lo que es peor, dejamos de poder aportar soluciones.

La uniformidad de pensamiento crea un ambiente estéril donde la creatividad y la innovación se marchitan. En lugar de ser un espacio de crecimiento y aprendizaje, el grupo se convierte en una cámara de eco, donde las mismas ideas se repiten una y otra vez sin cuestionamiento alguno. La crítica constructiva desaparece y cualquier intento de aportar una visión diferente es visto como una amenaza.

En este contexto, aquellos que tienen ideas propias e individuales se ven aislados. La presión para conformarse es enorme y aquellos que se atreven a pensar diferente son rápidamente silenciados. Esto no solo es injusto, sino que también es contraproducente. Las ideas más interesantes y útiles a menudo provienen de aquellos que se atreven a pensar fuera de la caja, y al aislar a estos individuos, el grupo se priva de la posibilidad de encontrar soluciones creativas y efectivas.

La necesidad de cuestionar y debatir es esencial para cualquier grupo educativo que aspire a ser relevante y efectivo. Los desacuerdos y debates saludables son la base del progreso. Permiten explorar diferentes perspectivas, identificar posibles fallos y encontrar soluciones más robustas. Un grupo que no permite la disidencia está condenado a la mediocridad.

Entonces, ¿cómo podemos evitar que se caiga en la trampa de la uniformidad? Primero, se debería fomentar un ambiente donde todas las voces sean escuchadas y respetadas. La diversidad de pensamiento debe ser vista como una fortaleza, no como una amenaza. Se debe estar dispuestos a cuestionar nuestras propias ideas y aceptar la crítica constructiva como una oportunidad para mejorar.

También es crucial promover la empatía y la comprensión dentro del grupo. Aceptar que los demás puedan tener opiniones diferentes y estar dispuestos a entender sus puntos de vista es fundamental para mantener un ambiente de respeto y colaboración. La confrontación no debe ser evitada, sino gestionada de manera constructiva. O tirándose los trastos, en sentido figurado, a la cabeza. Que tampoco pasa nada por dejarse llevar.

Eso sí, se ha de reconocer que, como seres humanos, es muy cómodo el no tener que enfrentarse a cuestionar decisiones, ideas o planteamientos (no solo) educativos. Algo que hace que nos sintamos parte de algo a costa de renunciar a nuestra individualidad. Algo que, en definitiva, es lo que promulgan todos los grupos de cualquier ámbito porque, vamos a ver quién cuestionaría la existencia de un penalti si el mismo beneficia a tu equipo aunque se pueda ver que ha habido un «piscinazo» en toda regla. No es nada fácil. Y, seguramente, como consecuencia de ese cuestionamiento, ya serás un traidor para los tuyos.

Dadle una vuelta y disfrutad del día. O, al menos, intentadlo.


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